“Por eso nunca hice lo que se esperaba de mí”
Ni con las mejoras tecnológicas modernas se consigue ampliar los acotados límites de nuestra capacidad prospectiva: ¿cómo aventurar el futuro dentro de veinte o treinta años tal como está la humanidad embarcada en una cadena de cambios enloquecidos, cada vez más rápidos y más drásticos? Con la pregunta formulada de forma retórica pretendemos imaginar ese difuso futuro lleno de incertidumbres e intentar escrutar que aspecto tendrá y que quedará de nosotros en él. Por más que lo intento no consigo dar con una imagen mínimamente clara de ese tiempo por venir. Creo, es un suponer, que el futuro es una materia dúctil, imprevisible y tal vez un espacio completamente incognoscible donde todo es posible. Por esa razón me alejo cada vez más de la idea de que nuestras vidas se rigen enteramente por el azar. Ni siquiera tengo una opinión acabada acerca del papel a favor o en contra de las circunstancias ambientales o los condicionantes que impone el binomio tiempo y espacio. Aunque tampoco soy de los que piensan que somos capaces de controlar completamente todo lo que nos sucede. Prefiero instalarme en el punto intermedio, en un territorio de nadie, en donde amistosamente dialoguen en un patio fresco y acogedor el azar, la necesidad y la capacidad de autogestionar uno mismo el propio destino.
Anuncio de entrada que en este pequeño comentario no tengo el propósito de abordar la cuestión que voy a desarrollar en términos cuantitativos. Digamos que me limitaré de momento a solo un breve esbozo. Lo he ido construyendo con datos sueltos, con alguna que otra lectura furtiva y, sobre todo, con noticias mayormente orales, a veces vagas, procedentes de aquí y de allá. Aquí solo, para no cansar, voy a evocar cuatro casos concretos, aunque bien distintos entre sí, como tendremos de ocasión de verlos seguidamente. Soy de los que pienso que de este asunto a lo mejor valdría la pena confeccionar un listado imaginario de quienes han vivido y sufrido las experiencias que voy a exponer, precisamente para prevenir a posibles incautos de que, a pesar de la evidencia de su absoluta inutilidad, abandonen sus profecías y dejen que los sueños (aún los más arriesgados) se ronquen o se alcancen felizmente.
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Leí hace poco que un recién nombrado ministro (con una brillante trayectoria intelectual) de una república del este de Europa, siendo estudiante, un despiadado profesor le dijo en cierta ocasión: «eres inteligente, lástima que seas pobre porque no llegarás a nada».
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No sé dónde lo leí o en qué parte lo escuché. Me refiero a la célebre anécdota sobre el Rafael Alberti (1902-1999) y Federico García Lorca. Se cuenta que, cuando el joven Alberti se iniciaba como poeta con la inseguridad típica de la bisoñez del que se inicia en el oficio literario, le dejó unos poemas al consagrado Federico García Lorca para que le diera su parecer sobre los mismos. Pero, como pasaba el tiempo y aquel no le decía nada, se hizo el encontradizo y le preguntó qué opinión le merecían sus escritos. El genial granadino, después de un silencio embarazoso, se vio en la tesitura de emitir un juicio comprometedor en un sentido u otro; y en un arranque de los suyos le dijo «Mira primo, mejor que te dediques a la pintura». Como todos sabemos, Rafael Alberti desarrolló una trayectoria literaria brillantísima, fue premio Miguel de Cervantes en 1983 y ha sido uno de los poetas españoles más representativos de la Generación del 27.
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Algo parecido, pero en las artes musicales, le sucedió a la ibicenca Lina Tur Bonet, talentosa violinista, directora de la agrupación Musica Alchemica, arqueóloga musical y autora del aplaudio álbum L’Entropia (2025). Debido a un pequeño defecto de nacimiento en su mano derecha, su profesor de violín le pronosticó sin rodeos que no tenía ningún porvenir con ese instrumento. Un comentario inmisericorde que ella recibió dolorosamente en lo más profundo de su ser como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Pero sucedió que al tocarle el amor propio se abrió la espita de la olla a presión y se produjo el milagro. Ella misma nos lo cuenta: «Entonces lo vi claro: les dije a mis padres que quería dedicarme a esto»; «Quizá por esto, nunca he hecho lo que se esperaba de mí». Lina Tur Bonet es hoy en día una reconocida violinista, líder de una agrupación musical que entusiasma ardientemente a sus seguidores.
Los tres diagnósticos fallidos sobre el futuro del joven ministro rumano, Alberti y Lina Tur tienen la virtud de mostrarnos que no se trata de simples casos anecdóticos, sino de algo tan injusto que desgraciadamente se repite generando muchísima desolación en la trayectoria de personas que empiezan a edades tempranas a cincelar su destino con esfuerzo y dedicación. Estos juicios premonitorios de valor infundado que omiten con procacidad las capacidades multivariables que encierra el ser humano en su evolución pueden hundir el futuro de las personas. Pues una cosa parecida le sucedió al escritor Jean-Marie Gustave Le Clézio (nacido en 1940 en Nantes) cuando empezaba su carrera como escritor, allá por los años sesenta del pasado siglo.
Y 4) Fue con ocasión de publicar el ensayo titulado L’Extase Matérielle (El éxtasis material). Esta pequeña obra obtuvo una agria reseña en el diario L’Express (en su edición de 17 de abril de 1967) escrita por el prestigioso Jean François Revel titulada nada menos que El Rolls de Le Clézio. Los escritos de Revel en dicho diario fueron más tarde recopilados por la prestigiosa editorial Gallimard (Paris) y publicados en 1967 en formato libro. Fue traducido al español en 1972 y editado por la madrileña Cala Editorial con el título Las ideas de nuestro tiempo (351 páginas).
En ese momento, Le Clézio era ya un escritor prometedor pues, por entonces, ya había publicado cuatro o cinco novelas que tuvieron una buena acogida entre los lectores. En dicha reseña, de dos páginas de extensión, Revel no ahorró calificativos «cariñosos» hacia el autor francomauriciano. Entre otras ocurrencias dijo: «He utilizado deliberadamente el peligroso sustantivo escritura, cuya ausencia está marcada por su frecuente abuso»;[y añade a continuación] «Le Clézio escribe su escritura como el pintor de hoy pinta su pintura, antes que toda otra realidad y aun excluyendo toda otra realidad»; [y sigue] «El peligro de esta meditación, cuando se hace demasiado general, es el de caer en la trivialidad más desconcertante»; «Estos aforismos y estas interrogaciones desentonan en un ‘escriturista’, cuyo saber hacer logra evitar casi siempre la formulación demasiado directamente vulgar»; «[a veces su peculiar lirismo] evoca la voz sonora y monocorde de un predicador de las conferencias de cuaresma de Notre Dame». Pero el remate más fuerte y, sin duda, más ofensivo se lo reservó Revel para el final de su ácida crítica: «Le Clézio ha recibido como regalo un Rolls-Royce en su mayoridad [sic]: el problema para él, desde ahora, no es ya perfeccionar la mecánica, sino escoger el itinerario: quizá, fuera de la senda de la escritura».
Pues bien, el expulsado del paraíso de la escritura por el enfant terrible de la crítica literaria francesa y del que casi nadie se acuerda ya ni de su nombre, sigue exhibiendo su brillante curriculum a sus ochenta y cuatro años con más de cincuenta exitosos libros de poesía, ensayos, relatos breves, novelas, traducciones de la mitología india, libros de fotos, artículos y literatura infantil, como Lullaby (1980), y Balaabilou (1985), con cada vez mayores ventas, más lectores y entusiastas seguidores.
Una trayectoria en la senda de la escritura que ya lo quisiera para sí buena parte de la élite de las letras contemporáneas. Le Clézio, lejos de intimidarse por la crítica adversa, continuó ejerciendo su brillante trayectoria como autor incalificable dotado de un estilo personalísimo. Su literatura ha sido siempre un llamamiento a la indignación y a la revuelta. Gran nómada de las letras de nuestro tiempo se autodefine como un soñador fascinado por la realidad. Su preocupación por la degradación medioambiental, por el futuro de los jóvenes y los niños abandonados (que siempre trata con exquisitez en sus libros) le ha granjeado numerosos lectores leales que emocionalmente están conectados con su mundo. Jean-Marie Gustave Le Clézio ganó el Premio Nobel de Literatura en 2008 por su obra, que se caracteriza por la «aventura poética y el éxtasis sensual», según la Academia Sueca. Su estilo literario explora temas de interés vital como el exilio, la nostalgia y la diversidad de culturas, con influencias de Europa, América Latina, Oceanía y África en su escritura.
Conclusión: ya no queda en el mundo mares selectivos cuyas olas, por alborotadas que sean, no te acepten en sus playas al menos como bañista.
Ramón Díaz Hernández
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