
Cuando las palabras se precipitan, la sinceridad surge en cualquier esquina.
Por ejemplo, en la Avenida de La Charca o de Visvique. Cada uno lleva dentro encerrada, y, a veces, enterrada, la historia de su vida. Algunos hablan precipitadamente como si vivieran otra vez cuando nos cuentan diversos pasajes de sus existencias. Y hablan de personas que significaron en sus vivencias y se empeñan en que nosotros, los ocasionales escuchantes, los tengamos en cuenta y, también, se esmeran en proyectar referencias exclusivas de cada una de ellas. Uno asiente, más que nada, por educación: la historia relatada es más efectiva que los personajes que en ella se mueven. Sin embargo, la mula, por ejemplo, que transportaba plátanos desde la Punta de Cebolla hasta Rosa Silva, en la zona de Cardones (Arucas), cuando aún las carreteras ni siquiera estaban diseñadas, surge de manera clara y real: otra anécdota más del caminante. Un día se escapó el animal y subió sola hasta Rosa Silva, en recurrente itinerario. Cuando fue a buscar al independiente personaje, el hombre que se ha parado ante nosotros, para no perder el viaje, cargó un racimo de plátanos con la intención de sumar uno menos. Ya ven: suma y resta al mismo tiempo. Lo mismo que “matar dos pájaros de un tiro”, el consabido y recurrente refrán. Ahora ya nada es así. Todo ha cambiado y casi parece nueva otra manera de decir, pero no nos engañemos: solo es otra forma de estar y ser.
Ahora se huye del sol y por eso el caminar tempranero, antes de que el día se ponga feo, es decir, con calor encendido y sofocante que impedirá el diario itinerario, tiene y mantiene su encanto. Cuando las palabras se cruzan surgen otras que salvan momentos de una existencia que se resiste al paso del tiempo. Por eso el hablar de la meteorología es el primer recurso planteado para después, con más sosiego, proceder a contar otras historias que solo viven en la mente de sus protagonistas y poco más.
Y así continúa el caminante hasta llegar a la guagua que lo conducirá de vuelta a su casa, allá en lo más alto de la ciudad centenaria, donde la perspectiva no solo es una realidad, sino una manera omnisciente de sentirse narrador y relator de historias: convertir la vida en una aventura constante.
Debe ser que amamos sobremanera contar y hablar.
Sí, debe ser eso.
Juan FERRERA GIL
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