LA BRISA DE LA BAHÍA (244). “Prohibido morir aquí”, de E. Taylor

Una novela que explora con delicadeza la vejez, el paso del tiempo y la redención de los olvidados a través de una prosa sencilla y conmovedora.

Juan Ferrera Gil Lunes, 18 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:
Foto: Juan FERRERA GILFoto: Juan FERRERA GIL

 

Acabamos de leer a Elizabeth Taylor, Prohibido morir aquí, Libros del Asteroide, Barcelona, 2025 y nos ha entusiasmado tanto su propuesta que el paso nos lo ha cambiado.

 

Y ahora sucederá lo de siempre: su historia dará vueltas y vueltas en nuestra memoria durante un par de semanas, como mínimo, mientras la nueva lectura se acomoda debidamente. Es lo que desprenden los libros escritos desde y con el corazón, a pesar de que haya sido elaborado hace más de cincuenta años. Da igual. Lo novedoso es el descubrimiento, si así lo podemos denominar: una particular manera de conocer a aquellos escritores que son y han sido. E. Taylor murió en 1975 y hasta este momento no hemos sabido de su existencia.

 

Llegamos a la novela por pura casualidad: uno de los tantos libros que compramos porque su portada nos había atrapado. Y también su título. Taylor es una escritora que nos alegra haber revelado por aquella máxima de que nunca es tarde. Llegar a ella no solo sirve para entretener las horas, sino que en su personal percepción nos lleva de paseo por la vida. Y esta es una novela que sorprende: que unas personas mayores vivan el inicio de su decadencia es síntoma de salud y deseos de perdurar casi siempre. Y a medida que la lectura se sustancia con la consabida pachorra isleña, los personajes ancianos revolotean en nuestra imaginación, con sus respectivas manías, como si vencejos fueran. Y eso está bien. Más que nada porque coloca las cosas en su sitio y actúa de manera clara y sencilla la autora. ¡Ya me gustaría que la penúltima hornada de dictadores de nuestro planeta tuviera tiempo para su lectura! Pero eso no va a suceder: el tiempo no es de ellos. Porque lo que es imposible, además de inevitable, ya no tiene vuelta hacia atrás: mostrarían, los ínclitos, que el tiempo es uno solo y que la vida va dando vueltas y vueltas hasta que se detiene en un punto, en una caída, por ejemplo, en una mirada de la que atinamos a creer que nunca nos ocurrirá a nosotros.

 

El comienzo de la novela (“La señora Palfrey llegó por primera vez al hotel Claremont un domingo de invierno por la tarde”) resulta significativo: el tedio vespertino de cada domingo se sustancia en su justa medida y es igual en todos los sitios. Y así logra avanzar la acción con tranquilidad exquisita y con las palabras oportunas de una escritora que nos ha encantado presentar. Y no porque diga cosas maravillosas y exclusivas, sino porque ha concebido un relato con sobrada solvencia, muy agradable, y ha dejado a este empedernido lector con el paso a trasmano. Y no solo para poder ofrecer el siguiente avance en el baile de las lecturas sobrevenidas, que también, sino que la novela ha terminado cuando debía hacerlo. Ni más ni menos.

 

Aunque nos gustaría saber lo que ideó E. Taylor, si es que lo hizo, para su posible continuación. Pero eso es mucho desear. En cualquier caso, da lo mismo: hemos leído una novela completa donde la vida voltea y refleja a distintos personajes con sus visiones, pasiones y deseos: una obra entretenida y tranquila, cuya autora sabe manejar las palabras y los materiales novelescos perfectamente, donde la atmósfera y el ambiente encuentran su papel. Sí ha sido interesante, y mucho, el poder saber de Elizabeth Taylor, de nombre igual que la famosa actriz, la escritora callada y silenciosa que un día nos atrapó sin ella saberlo.

 

¡Cuántos buenos escritores hay que desconocemos!

 

Sin embargo, el tiempo, que es circular, nos los devuelven y los colocan delante de nuestros ojos. Un acierto cotidiano. Sí.

 

Juan FERRERA GIL

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