Silencié las notificaciones del WhatsApp

Búsqueda en Internet: “cómo quitar las notificaciones del WhatsApp”. Aparecen una ristra de enlaces poco concretos. La vista creada por IA da las instrucciones precisas para hacerlo. Pero espera: con esas instrucciones lo silencias todo. Desactivas los WhatsApp de trabajo, sí, pero también los grupos y las conversaciones que corresponden a tu vida personal. Y no, no quieres eso. Quieres seguir usando tu dispositivo para tu vida personal, para quedar con gente, para los actos sociales, para los grupos que te interesan, pero quieres dejar de lado (ya en septiembre se atenderán) los mensajes que corresponden a cuestiones laborales.
Matizo dos cosas en este punto y como introducción a mis reflexiones posteriores. En primer lugar, no soy de los que le narcotizan un mensaje laboral puntual en medio de las vacaciones. Digamos que me excuso elegantemente y, salvo contadas excepciones, todo el mundo lo toma con deportividad. Incluso si puedo ayudar, aunque esté en una hamaca, lo hago, a veces con un pizquito de fastidio, confieso. Eso no me narcotiza, en cualquier caso. En segundo lugar, a pesar de que lo he intentado, nunca he podido separar mi móvil personal de las cuestiones de trabajo y desde hace años ya lo uso de manera cotidiana para labores profesionales, a la vez que le pregunto a mi madre cómo le va. No sé si es un error, pero es así. Seguramente tiene que ver con el hecho de contar con gente que es contacto laboral y a la vez es amigo/a o a la circunstancia de querer avanzar y estar siempre lo más accesible posible.
En cualquier caso, ahora que comienza mi periodo vacacional me gustaría reflexionar sobre el uso que le damos al WhatsApp y las características que definen a la comunicación instantánea. Por supuesto que la mensajería instantánea acorta las barreras comunicativas. Ya sea WhatsApp, el más extendido, Telegram o Signal, ayudan a conectar con gente de manera más sencilla. Pero debe quedarse en el plano del aviso y te contesto cuando puedo. Una cosa que sí eliminé hace tiempo fue el tick azul. Yo no lo veo, tampoco me interesa, pero sobre todo no quiero que vean el mío porque hay gente que lo toma mal. “Me dejaste en visto” es una de las mayores ofensas.
Pareciera que ese mensaje no te interesa y por eso lo estás dejando pasar, pero déjenme explicar que eso tiene un mundo de casuísticas que lo explican. Sin ánimo de autojustificarme, yo puedo ver un WhatsApp (laboral, de una fiesta, de mi madre, de mi novia, de un amigo…) y dejarlo en pendiente para contestar cuando tenga tiempo a darle una atención de calidad. Cuando esa ventana se abre, ya respondo. Incluso puede pasar que me va el baifo y no contesto a ese mensaje. En ese caso es un despiste que ruego sepan disculpar, de mí o de quien sea. En el contexto físico es como cuando uno no oye o cuando está enfrascado en otra cosa y, momentáneamente, no atiende. ¿Qué se hace en ese plano? Se vuelve a preguntar. Sin reproches.
Sucede cuando se espera una reacción en la otra persona, pero también cuando se manda algo sin importancia (una noticia, una curiosidad, etc.). Yo si mando una noticia que creo que a una persona le puede interesar, espero que la lea y, si quiere, que me dé feedback, pero no necesariamente. Mi pareja y yo hemos aprendido cariñosamente a ignorarnos. No siempre tiene que haber una respuesta, no siempre tiene que haber una reacción. “¿Viste la noticia que te mandé?”, preguntamos luego en casa. Sin acusaciones, sin demandas.
En definitiva, no estoy para nada en sintonía con el uso actual que se le hace al WhatsApp. Me parece un uso tóxico y nocivo en las relaciones humanas. Esto incluye la figura del “orador”. Dícese del ser humano que, cuando quiere conectar contigo por WhatsApp, no te escribe sino que te manda un audio. Las formas más odiosas de esta actitud son cuando son audios de cuatro segundos o cuando hay silencios que demuestran que está leyendo a la vez que apretó el microfonito. Por suerte ahora hay una función de “Transcribir”, aunque todavía no está en la versión web de la aplicación, una pena.
Con todo esto presente, cuando llegan las vacaciones puedes poner un estado de WhatsApp, pero nadie lo va a leer. Puedes poner un mensaje automático en tu correo de trabajo, pero nadie se va a dar por aludido/a (seguramente porque prefirió la vía directa a la vía más formal). Si te quieres liberar del WhatsApp con preguntas profesionales o llamadas a la acción tendrás que desactivar las notificaciones. Sí, las del colega que te dice dónde está en el momento que se encontraron, de la hermana que te dice que está saliendo y todo para que no te lleguen esos WhatsApp profesionales que no puedes atender porque estás en tu merecido periodo de 30 días de descanso, y el horizonte de tu vuelta muchas veces es visto como excesivo en su plano temporal.
Una encuesta de Randstad cifra en un 42% los trabajadores canarios que logran desconectar rápidamente en sus vacaciones. Los casos más graves siguen en modo trabajo on cuando ya pasaron más de dos semanas, un 4,5% de los trabajadores canarios tardan una quincena en desconectar. No tengo que justificar aquí la necesidad de desconexión del ámbito laboral por bienestar y salud mental. El problema con WhatsApp, al menos en casos como el mío, es que mezcla lo personal y lo profesional en un mismo canal: o lo que es lo mismo, no es como un correo electrónico, que puedes decidir no abrir. Las notificaciones llegan a un entorno que normalmente asociamos con familiares y amistades, y eso invade totalmente nuestro más elemental descanso.
Ahora se habla mucho de la productividad. Para ser un trabajador productivo es necesario descansar la mente, despejar la fatiga mental y dejar la guardia al menos durante el periodo vacacional. Yo por el momento desactivé las notificaciones de WhatsApp. Todas, las que me generan una sonrisa con el último meme, las de mi familia, la de los grupos profesionales y la de los contactos del trabajo. La otra opción era silenciar una por una a las personas relacionadas con el trabajo, pero eso me parecía más violento (bloqueo ad hominem) y me obligaba a identificar toda persona relacionada con el trabajo, con la delgada línea comentada. Vamos a probar qué tal. Cuando reciba la invitación a una fiesta no me llegará una notificación, tendré que verla cuando decida entrar a la aplicación y allí veré también, si los hay, los mensajes del trabajo. Correré el riesgo. Ahora la lucha es conmigo mismo: no entrar continuamente a ver si tengo un WhatsApp.
Raúl Vega, periodista.
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