Gentes e historia

Las carreras de cochinos en Carrizal: una tradición que volaba bajo el sol canario

La singular carrera de cerdos reunió a miles de personas y atrajo la atención internacional, convirtiendo una tradición local en un fenómeno cultural irrepetible.

Juan Vega Romero Martes, 12 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

Agradecimientos especiales a don Sebastián Cruz Viera, por compartir sus recuerdos, corregir datos y ceder las fotografías que acompañan este texto.

 
Bajo un sol implacable, el polvo se levanta en remolinos y una multitud ríe hasta las lágrimas. Entre la nube dorada aparece una figura rosada: no es una estrella de Hollywood, sino una cochina de 150 kilos que está a punto de convertir una fiesta popular en leyenda.
 
Carrizal, 15 de agosto de 1955. Gritos, risas que estallan como petardos, y el murmullo alegre de una multitud apretada bajo el sol abrasador de agosto. El polvo de la calle se levanta en remolinos dorados, y entre esa nube aparece una figura rosada: Marilyn. No es la actriz, sino una cochina de ciento cincuenta kilos que corre desbocada. Detrás, Isidro Vega Viera la persigue con una vara de pita, sudando a chorros y gritando: "¡Marilyn, vuelve, que te vas a llevar por delante al alcalde!".
 
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Las carcajadas sacuden a la gente. En la tribuna, el Gobernador Civil interino, don Matías, se seca las lágrimas de risa mientras los periodistas americanos, franceses, italianos y portugueses disparan sus cámaras sin descanso. André Cigny, de "Phare Medical" de París, un hombre de semblante serio y corbata impecable, había llegado a Carrizal esperando un reportaje exótico, pero esto le superaba. "¡Es increíble!", exclama, "¡Jamás vi algo así en Europa!", le susurra a su compañero. "Es la primera vez en mi vida que no sé si estoy en una crónica deportiva o en una comedia de vodevil".
 
Mariano Gabrieli, del "Popólo d’Italia", se abanica con su sombrero, empapado. Él, que había cubierto la caída de imperios y el ascenso de dictadores, se sentía desbordado. Escribe en sus notas: “Crónica del absurdo: un cerdo llamado Marilyn ..., el caos es la única regla. El público ríe, los cerdos corren… ¿o es al revés? Esto no es una carrera: es la vida misma en estado puro y ridículo”. En medio de aquel desorden tan divertido, los dos comprendieron que aquello no era una simple carrera: era un espectáculo cultural irrepetible.
 
En un rincón, apartados del bullicio, observan Juan Medina Valerón, el herrero del pueblo, y José Peret Salva, un hombre de mediana edad con acento peninsular. Mientras miran a la multitud, sus pensamientos viajan un año atrás, a un café-bar del pueblo. Corría 1954. La comisión de fiestas, presidida por el teniente-alcalde, debatía ideas para animar las celebraciones, cuando aquel "señor peninsular, nacido en tierras levantinas", les lanzó una propuesta que dejó a todos quietos: “¿Por qué no organizan ustedes una carrera de cerdos?”.
 
La sugerencia se basaba en una tradición similar de su tierra, donde la "estupidez y terquedad" de los cerdos garantizaban la diversión. El teniente-alcalde estalló en carcajadas: "¡Hombre! Eso aquí es imposible… ¡Si los cochinos de Carrizal corren cuando quieren, no cuando uno los llama!". Pero Peret, con una sonrisa maliciosa, respondió: “Esa es la gracia, buen hombre. Imaginen la calle principal, los vecinos en los balcones, los gritos… y los cerdos haciendo lo que mejor saben: lo que les da la gana”.
 
La idea cuajó al instante. Seis cerdos, un recorrido por la calle principal y ni una sola norma. Don Antonio "el maestro" lo resumió después: “Nunca vi a todo el pueblo reír tanto. Los animales se cruzaban, se paraban o se metían en las casas…”. Un periodista travieso lo publicó en un diario, y la noticia voló de boca en boca.
 
El responsable local de que aquello prendiera fue el propio Juan Medina Valerón. Conocido por pasearse montado en su cerdo, “Moreno”, un animal de doscientos kilos,
 
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… presumía de que le daba “más negocio que la fragua”. Años después confesó que él y un “señor ausente” habían sido los verdaderos inventores de la tradición.
 
Y así, el 15 de agosto de 1955, llegó la segunda edición, ya con nombre oficial: II Derby Porcino de Carrizal. Tres mil personas abarrotaban las calles. Los balcones, decorados con colchas bordadas, parecían palcos improvisados. En el aire, flotaba el aroma a sardinas asadas, papas arrugadas y vino dulce.
 
Ese año, la estrella indiscutible fue “Marilyn ”, una cerda de 150 kilos, toda rosada, propiedad de Doña Pino Melián y conducida por Isidro Vega Viera. Corría como un cohete. Isidro lo recordaba así: “Ella iba sola, yo detrás. Y al llegar a la meta, ¡zas!, se llevó la cámara de un periodista. ¡Eso salió en las revistas de América!”. En efecto, la revista norteamericana Hi Life llevó la imagen de Carrizal al mundo.
 
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Pero Marilyn no estaba sola en el protagonismo. En segundo lugar llegó “Guajira”, una cochina vivaracha guiada con maestría por A. Ramírez Sánchez, que más de una vez intentó salirse del recorrido para husmear entre los tenderetes de comida. En otra de las pruebas, “Lollobrigida”, bajo la batuta de Domingo Jiménez, arrancó aplausos al adelantarse con un sprint final inesperado, mientras en la gran prueba de clausura apareció la “pequeña Marilyn”, conducida por Miguel Ramírez, como si quisiera reivindicar su parentesco famoso. Detrás de ella, “X”, con Alfonso Santana como guía, daba la impresión de correr solo para no perderse la fiesta.
 
Los cochinos tenían nombres de estrellas, pero también alma de pueblo. Cada uno era distinto: unos testarudos, otros juguetones, otros despistados… y todos, sin excepción, convertían la calle en un escenario improvisado donde las carcajadas eran el único premio seguro.
 
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El espíritu cómico se mantuvo siempre. La anécdota de Gina, la cerda bautizada por la famosa actriz italiana Gina Lollobrigida, es perfecta para ilustrar este espíritu. Gina, en su debut, decidió que era mucho más interesante tomar el sol en el asfalto, obligando a los demás cerdos a rodearla. Un periodista italiano soltó: “Mamma mia, questa sì che è una diva… Ma che corsa è questa?”
 
Sebastián Cruz Viera, que era niño entonces, recuerda aquellas carreras como “el plato fuerte” de las fiestas. La comisión, compuesta por los “grandes señores del pueblo”, buscaba siempre arrancar risas. Aunque no vio a Gina Lollobrigida, asegura que estuvo allí y que incluso se enfadó al saber que una cochina llevaba su nombre.
 
A partir de 1956, el Cabildo y la Junta Provincial de Turismo respaldaron la cita. Lo que empezó como una broma se convirtió en motor cultural y económico. Los periódicos de la capital, como Guanarteme y El Eco de Canarias, cubrían el evento con regularidad. Fue una forma de turismo experiencial antes de que el término existiera.
 
El auge se mantuvo hasta finales de los cincuenta. Luego, la emigración de jóvenes y la modernización apagaron la llama. La última edición, en 1975, fue un homenaje a los viejos tiempos, aunque ya sin la magia de las primeras.
 
Hoy, medio siglo después, las carreras siguen vivas en la memoria. Como decía el herrero Juan Medina: “Buena vida… como el caracol detrás de la piedra”. Y como resume Sebastián Cruz Viera: “No eran solo cochinos corriendo. Era todo el pueblo unido, olvidando las penas, celebrando la vida”.
 
Con las leyes actuales, que protegen a los animales, aquello no podría repetirse. Pero lo que queda no es nostalgia amarga, sino el recuerdo de un pueblo que, bajo el sol de agosto, supo reír, mezclando sudor, polvo y olor a cochino. Quizá nunca volvamos a ver cochinos correr por Carrizal, pero sí podemos mantener vivo el espíritu que los hizo volar: la alegría de encontrarnos en lo sencillo.
 
Agradecimientos especiales a don Sebastián Cruz Viera, por compartir sus recuerdos, corregir datos y ceder las fotografías que acompañan este texto.
 
Juan Vega Romero
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