Microrrelatos. La mujer de pelo largo

Un inquietante episodio nocturno en la UCI despierta el misterio entre el personal sanitario, tras la aparición de una figura inexplicable junto a una paciente convaleciente.

Olga Valiente Miércoles, 13 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

Era de noche, y solo estábamos la auxiliar y yo en aquella parte de la UCI, donde se encontraban los pacientes que necesitan aislamiento respiratorio. La verdad es que la guardia no estaba siendo especialmente complicada, al contrario, estaba siendo demasiado tranquila para lo que estábamos acostumbradas, sobre todo en invierno, donde los casos de Covid, gripe A y demás virus respiratorios hacen su aparición. Tras la primera ronda de vigilancia, en la unidad reinaban el silencio y la calma, que solo se veían interrumpidos por el bip de los monitores y el sonido de los colchones anti escaras al inflarse y desinflarse.

 

Los pacientes descansaban, los respiradores mantenían su cadencia, el médico seguía en urgencias y, fuera, la ciudad dormía tranquila y serena, como si nada.

 

Una vez puesta la medicación y finalizada la ronda de vigilancia, había llegado el momento de Irene, la paciente que más tiempo llevaba con nosotros. Hacía tan solo unos días que habíamos podido despertarla tras mantenerla sedada mientras sus pulmones se recuperaban de la grave neumonía que había sufrido, así que aun se encontraba un poco débil para movilizarse por sí misma. De ahí que acudiésemos a su box cada 3 horas para ayudarla a cambiar de postura en la cama y preguntarle cómo se encontraba.

 

Pese a la mejoría de los parámetros analíticos y sus evidentes ganas de volver a casa, Irene aun no podía hablar con claridad y cuando se esforzaba en mantener una conversación con nosotras, en seguida se mostraba cansada. Era una mujer menuda, de rostro dulce y amable, con manos de mujer de campo trabajadora de los tomateros y unos ojos grandes capaces de expresar todo lo que su cuerpo trataba disimular.

 

Mientras la ayudábamos, le explicábamos cómo la moveríamos y por qué, como siempre:

 

—Irene, te vamos a girar un poco y aprovecharemos para ponerte un poco de crema hidratante en la espalda, ¿vale?. Ya casi está...

 

Entonces, con voz baja pero nítida, nos preguntó:

 

—¿Quién es esa señora de pelo largo que está en el control?

 

Tere, la auxiliar, y yo, nos miramos y, sin movernos de donde nos encontrábamos, miramos a nuestro alrededor en busca de la señora a la que se refería Irene. Pero allí, a parte de nosotras, no había nadie más. El control estaba vacío y oscuras, iluminado únicamente por la tenue luz que colocábamos junto a los monitores de vigilancia durante las noches, evitando así molestar a los pacientes.

 

El resto de compañeras se encontraban en los módulos contiguos con otros pacientes y por allí hacía ya rato que no pasaba nadie.

 

—¿Qué señora? —le pregunté, intentando sonar tranquila.

 

—Esa... —susurró ella, girando apenas los ojos hacia la ventana de cristal que daba al control—. La que me estaba mirando mientras ustedes hablaban… con el rostro pálido, el pelo largo, negro y muy liso.

 

No dijimos nada más. Preferimos terminar el cambio postural en silencio mientras nos mirábamos de reojo y salimos del box.

 

Una hora después, volvimos a entrar y nos quedamos más tranquilas viendo que Irene ya dormía. O, al menos, eso parecía. Porque justo antes de que nos fuéramos a ir, manteniendo los ojos cerrados, nos dijo:

 

—La mujer ya se fue. Solo vino a confirmarme que aun no es mi momento, aunque yo ya lo sabía…

 

A veces, pienso que hay presencias que vienen a acompañar. Otras, que solo observan. Y otras, que simplemente están ahí. Como si ese lugar les perteneciera más que a nosotras. Como si nunca se hubieran ido del todo.

 

No volvimos a verla. Pero desde aquella noche, cada vez que paso frente al control de esa sala, siento la necesidad de mirar por encima del hombro.

 

Por si acaso.

 

Olga Valiente

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