Microrrelatos. La carta

Una misiva inesperada revela la vida cotidiana y los secretos que inquietan a Jacob Cohen tras su mudanza a Jaffa.

Eulalio J Sosa Guillén Lunes, 11 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:
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Cuál no habría de ser mi sorpresa cuando, días atrás, al abrir la puertecilla del buzón de correo, entre la hojarasca que conforma la molesta correspondencia publicitaria, descubrí, medio sepultada, la epístola de mi amigo Jacob Cohen. La carta pedía a gritos ser rescatada y, como es de suponer, después de un año sin noticias de Jacob, el corazón me dio un inesperado vuelco. Ahora, sus palabras, envueltas en un sobre color sepia, se encontraban a salvo, acunadas en mis trémulas y emocionadas manos, a punto de ser desvestidas.

 

Antes de que entremos en harina, he de romper una lanza en favor de Jacob Cohen. Porque, si bien es cierto que siempre se ha mostrado reacio a utilizar, incluso con los más íntimos, los modernos dispositivos de comunicación —teléfono fijo, smartphones y correo electrónico—, es un defensor a ultranza de la letra manuscrita y del utillaje que esta conlleva. Jacob es un romántico incorregible que se resiste a desterrar al mítico Hermes, al gallardo Miguel Strogoff y al modesto cartero de pueblo —aunque no por ello menos importante— a las oficinas del paro.

 

En el párrafo inicial de su misiva, Jacob expresa con cortesía su anhelo de que tanto mi familia como yo gocemos de buena salud y serenidad. De inmediato, se excusa por la dilación en responder a mi carta, atribuyéndola a la singular odisea que ha implicado el traslado de su familia desde el norte de Tel Aviv al barrio portuario de Jaffa. Me comenta con lujo de detalles que la recua de camiones que realizaba la mudanza sufrió un accidente. Por doquier, sobre el asfalto, aparecían cajas aplastadas, muebles desmembrados y pequeños trebejos, de incalculable valor sentimental, perdidos para siempre. Después me habló del litigio con la compañía de seguros y de la victoria pírrica que obtuvo hasta que al fin pudieron acomodarse decentemente en el nuevo hogar.

 

En el bloque informativo siguiente, permítaseme expresarlo así, Jacob Cohen prosigue su relato con la perfecta caligrafía de tonalidad verdosa que le brinda su estilográfica Dupont al desaguarse sobre la cuartilla. Se trata de la misma pluma que, durante treinta años, lo ha acompañado en su dilatada carrera de leal y eficiente funcionario. Llegados a este punto, quizás influenciado yo por el verde ortiga de la Dupont, o por un inesperado quiebro del subconsciente, del fondo de mi memoria surge aquel poema de Octavio Paz titulado Escrito con letra verde, que reza en su primera estrofa:

 

La tinta verde crea jardines, selvas, prados,

follajes donde cantan las letras,

palabras que son árboles,

frases que son verdes constelaciones.

 

Pero Jacob no desea hablar de las constelaciones, sino de tres volátiles Perseidas que conviven con él. Sara, su esposa, según me dice Jacob, gasta las horas de asueto junto a la ventana, con el caballete desplegado. Allí, cerca de los melindros carmesíes y los nardos que reposan en el alféizar, pinta, mirando al mar de Jaffa, hileras de pescadores de ribera, bosquecillos de mástiles bajo un cielo rosicler; y, cuando no, opta por temas históricos: una corbita romana repleta de ánforas atracada al espigón, o una nave templaria alejándose de las huestes de Saladino.

De Rut, la menor de las hijas, me cuenta que ya es toda una señorita y que, de su madre, ha heredado la cabellera taheña y el gusto por los pinceles. En cambio, de Mirian, la mayor, comenta que pasa el tiempo libre poniendo con su violín cenefas musicales de Vivaldi por toda la casa, y que, cuando está la ventana abierta, estas se escapan por ella junto con la fragancia afrutada de los nardos.

 

Sorpresivamente, Jacob ha sustituido la Dupont por otra estilográfica de tinta negra y trazo más grueso. La caligrafía se torna ahora tremosa, como si una niebla quisiera matar el blanco de la cuartilla, y el de todas las banderas y sábanas blancas de los hospitales. Y, con un tono misterioso, me dice que un rumor circula por las callejuelas, cafés y bazares de Jaffa. Se trata de un secreto a voces que le quita el sueño en la noche. Después de leer su último párrafo no me atrevo a comentarlo, y por ello transcribo literalmente sus inquietantes palabras:

 

El primer ministro ha cursado, con carácter urgente, una circular dirigida al cuerpo diplomático de nuestro país en el extranjero, solicitándoles que compren el mayor número posible de antiguos hornos de panificadoras en desuso y los envíen por barco y avión, bajo el secreto de valija diplomática.

 

Desconozco el tonelaje exacto de la cosecha de cereales de este año en mi país. Solo espero que los hornos se utilicen para lo que fueron creados, y no con otro fin.

 

En espera de tu más pronta contestación, tu amigo Jacob Cohen”.

 

Eulalio J. Sosa Guillén

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