
Suenan las risas infantiles chapoteando en la mar salada del puerto de Las Nieves, aliviando este domingo de espera en la villa marinera.
En el pueblo corre el vientillo escenificando la jiribilla con la que se vive cada tres de agosto en Agaete.
Mientras los jóvenes duermen plácidamente la mañana para recuperarse de la noche de fiesta, en las cocinas se hace a fuego lento el caldo reparador y se enfría la ensaladilla rusa en la nevera.
Al mediodía se llenan las terrazas en el especial encuentro vecinal, compartiendo miradas ilusionadas que sin hablar, lo dicen todo.
Hay un sin vivir conjunto que solo entienden los culetos, con el estomago trancado, ansiosos de que el día avance y la noche se haga presente.
Hay quien ya tiene las hermosas ramas verdes preparadas, ya que sin ponerse de acuerdo, muchos subieron el sábado al pinar, para aguantar mejor la vigilia del día tres.
Con desesperante lentitud, el reloj marcará las horas, y en las azoteas comenzarán los tenderetes, recibiendo a la familia y a los amigos.
Se andará por la calle Concepción repartiendo cariñosos saludos, con el habitual ya falta menos.
El alma que está en la ansiosa espera, no sentirá sueño porque solo siente un ardiente deseo por escuchar el sonido de un volador a las cinco de la madrugada.
En un segundo el corazón de Agaete volará en pura alegría, llorando al tiempo, por los que ya no están, pero viven en el eterno recuerdo.
En un segundo, el sonar de la amada melodía hará feliz a todo un pueblo, inciando el amanecer de La Rama
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