Entre el legítimo derecho y los intereses colectivos
Uno va sintiendo al paso de decenios, estimado lector, cómo se ven afectadas las esperanzas puestas en la Política (mayúscula) tras su aparente renacimiento desde finales de los setenta. Y esa palabra, “esperanzas”, sustituible por ilusiones o expectativas, venía a significar un ‘Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea’.
¿Y qué deseábamos? Simplemente, una pacífica y revolucionaria renovación. Esta llegaba representada por símbolos: urnas, papeletas y candidatos con ilusiones para acercarnos a equilibrios sociales, a liberar libertades secuestradas, a repatriar a desterrados y pensamientos perseguidos, a romper cadenas de esclavitudes, a defender los intereses comunitarios frente a quienes habían masacrado la dignidad del individuo.
A tal labor se dedicaron millones de personas: presos políticos, represaliados sociales, intelectuales, estudiantes, burgueses, profesores, pueblo… Incluso poetas, a la manera de Antología cercada, descongelaron palabras para y desde los primeros segundos de la del alba (“Habla, pueblo, habla. / Tuyo es el mañana. / Habla y no permitas que roben tu palabra. / Habla sin temor. […] / Habla, pueblo, habla”, se cantaba en la calle, en los corazones). Hasta se cerraron ansias de venganza y se metieron cabezas bajo el ala por más que Agustín Millares había escrito una gran verdad durante la dictadura: “Te digo que no vale […] / hacer la vista gorda a lo que pasa”. Más aún: se aceptó -incluso a regañadientes- a quienes fueron durante años dictatoriales soporte ideológico, violencia, sangrienta represión... Y entraron en el Congreso, Senado, ayuntamientos... para el nuevo entramado: quisimos soñar en futuro para fortalecer el nuevo sistema.
Hoy, medio siglo después, sectores juveniles reclaman diez, cien mil pasos atrás, siempre atrás (¿qué aprendieron de nosotros, qué les enseñamos?). Y conocemos a políticos, acaso algunos (ponga usted nombres, lector: los hay en todos los partidos) que ya son profesionales. Pero siguen ajenos a pensamientos, razonamientos, vocación de servicio. Y son mediocres, insustanciales, siempre a la espera de órdenes superiores (viven de eso, se mantienen por su interesada fidelidad a quienes mandan, y estos los ascienden por su servilismo). No hablan de filosofía política: no saben, no reflexionan…
Y por lo arriba expuesto era la del alba del lunes 28 de julio, estimado lector, cuando comencé a leer la prensa regional con preferente interés en el sexto congreso nacional de Nueva Canarias (NC), recién finalizado. Porque no se trataba, claro, de una rutinaria asamblea o junta de personas a la cual asisten compromisarios para discutir sobre cuestiones no siempre trascendentes, las más de las veces obligados a la convocatoria por los propios estatutos.
No, esta vez no. Interesaban su rumbo, sus caminos tras dolorosas disensiones internas en una de las llamadas “fuerzas progresistas”. Recordemos: en NC figuran y figuraron desde sus inicios personas decentes, luchadoras, revolucionariamente renovadoras. Y esta gente llegó veinte años atrás para romper muros de contención, tender manos a quienes las necesitaran, luchar por la sociedad. (NC fue grandísima ilusión para muchos y, además, cogobierna o gobierna en instituciones públicas grancanarias.)
De ahí que el interés se centrara en las decisiones relacionadas con la continuidad o no de quienes llevan ya veinte años en la dirección del partido, causa de desajustes. Se trataba, entre las posibilidades, de elementales cambios para que nada afectara a tan duraderos dirigentes o, acaso, de la pacífica renovación, tan necesaria a la vista de volcánicos desequilibrios internos, escisiones e, incluso, deserciones. Pero no de emperretados enroques.
La primera conclusión, finalizado el congreso, me recuerda el dicho popular “Una de cal y otra de arena” dada su ambigüedad, pues las dos figuras más destacadas (señores Rodríguez Rodríguez y Ramírez Marrero) abandonan la primera fila de la actividad como presidente nacional y secretario de Organización, respectivamente... pero continúan en la estructura organizativa. Así, el primero actuará como secretario general de Estrategia, Programa y Formación, es decir, de logística (‘medios y métodos necesarios para llevar a cabo la organización’). Y el señor Ramírez seguirá como secretario de Solidaridad Internacional. (También es cierto que al tratarse de una institución no estatal sus miembros y electores asistentes son dueños absolutos: ejercieron su legítimo derecho, faltaría más. Pero sus desequilibrios trascienden, afectan a Gran Canaria.)
Cúmplese, entonces, la expresión latina in media res (aproximadamente, ‘en medio de la cosa’), recurso literario para comenzar la narración a la mitad de la historia que se cuenta. Es el caso que nos ocupa, pues su flexibilidad permite afirmar que ambos protagonistas ni permanecen en el organigrama de mando a la manera anterior ni desaparecen del mismo. (También volví a recordar los textos de Bachiller, donde los romanos hablaban de habilĭtas, -ātis, ‘capacidad para realizar algo’).
Sin embargo, estimado lector, tras la lectura de las conclusiones congresuales vinieron a la memoria recuerdos musicales del siglo pasado, ventaja de quienes ya andamos por los siete y pico decenios. Se trata, cronológicamente, de un verso (“Que veinte años no es nada”) incluido en la gardelana composición “Volver”, hoy avalada por el tenor peruano Juan Diego Flórez. También otro me retrotrajo a 1972: “Me voy, pero te juro que mañana volveré”, doblemente presente en “Un beso y una flor”, inmortal canción de Nino Bravo. (Mas, ¿por qué esa reacción del subconsciente?)
A continuación, tales evocaciones musicales me llevaron de la mano hacia la lectura de algunos comentarios escritos por personas claramente identificadas en la sociedad nuestra y a las cuales respeto no solo por sus muy frecuentes aciertos y amplia visión de los temas. Las definen, además, serenidades, aplomo, coherencia y profesionalidad. Así, por ejemplo, escribe una: “En cuanto a lo de Román Rodríguez y Carmelo Ramírez, se esperaba un adiós orgánico en toda regla, aunque se diese por hecho que seguirían como asesores áulicos. Pero este ‘sí, pero no tanto’, por el que han apostado acaba dando la razón a quienes se marcharon de NC reclamando renovación”.
Afirma la segunda: “El dirigente regional de Nueva Canarias (NC) Luis Campos ha sido elegido este domingo su nuevo secretario general, en sustitución de Román Rodríguez, quien tras veinte años en la presidencia del partido ocupará el cargo de secretario general [...]. Es decir, que Román se va pero no se va, ya que se queda”.
Y una tercera: “En política hay que saber retirarse a tiempo y la continuidad de Román Rodríguez y Carmelo Ramírez, certifica la muerte política de Nueva Canarias”.
Sí, es cierto: se trata de un tema interno de NC. Pero tal como está el patio en estas ínsulas la dispersión del voto no favorecerá, precisamente, a Gran Canaria. Y parece que la razón (de tal sinrazón) está clara.
Nicolás Guerra Aguiar
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