
Cuando le pregunto a las familias qué desean para el futuro de sus hijos, la respuesta más repetida es: Que sea feliz.”
Y es un deseo hermoso.
Porque claro que queremos que nuestros hijos vivan una vida llena de bienestar, de alegría, de vínculos sanos.
Pero a veces confundimos ese deseo con algo más superficial:
“Que no llore.”
“Que no se frustre.”
“Que no se enfade tanto.”
Como si la felicidad fuera la ausencia de emociones incómodas.
Y no. La felicidad real no viene de evitar la tristeza, la rabia o el miedo, sino de aprender a sostenerlas, transitarlas y comprenderlas.
Porque un niño que crece creyendo que solo está bien cuando está contento, será un adulto que no sabrá qué hacer con lo que duele.
Por eso, si lo que realmente queremos es que nuestros hijos sean felices, debemos empezar por ayudarles a sentir y transitar todas las emociones.
Y para eso, necesitamos una herramienta esencial: validar sus emociones.
¿Sabes qué duele más que una caída?
Que te digan: “No es para tanto.”“Venga, no llores por eso.” “Eso no es motivo para estar enfadado, es una tontería.”
Así, sin darnos cuenta, les estamos enseñando a desconectarse de lo que sienten. A dudar. A esconder. A tragarse emociones que NECESITAN salir.
Porque si minimizas lo que sienten, le estás enseñando a reprimirlo y le estás enviando el mensaje de que: “Lo que sienten no importa.” “No es normal sentirse así.” “Mejor no decir nada.”
Y luego nos preguntamos por qué no nos cuentan las cosas. Por qué reaccionan “exageradamente”.
Por qué se frustran tanto o parecen no controlar nada.
¿Qué significa validar?
Validar no es estar de acuerdo. No es justificar cualquier comportamiento.
Validar es reconocer lo que siente tu hijo, aunque no lo entiendas, aunque te incomode, aunque no sepas qué hacer con eso.
“Estás muy enfadado porque no pudiste elegir el cuento.”
“Te dio vergüenza hablar delante de todos, ¿verdad?”
“Sé que te molestó que tu hermana no te esperara.”
Validar es decir: “Lo que sientes tiene sentido. Te veo. Estoy contigo.”
Y ese simple gesto tiene el poder de calmar tormentas.
Porque cuando validas, conectas. Y cuando un niño se siente conectado y comprendido, no necesita gritar para sentirse escuchado.
Porque cuando validas, enseñas lenguaje emocional. Y si aprenden a ponerle nombre a lo que sienten, aprenden a regularlo.
Porque cuando validas, entrenas empatía. Y la empatía, como sabes, no se da en una clase. Se cultiva en el día a día, desde el ejemplo.
Entonces, ¿tengo que aceptar todo lo que hacen cuando se sienten mal?
No. Validar la emoción no es permitir cualquier comportamiento.
Puedes decir: “Entiendo que estás muy enfadado, y está bien estar enfadado… pero no está bien pegar.”
Puedes marcar el límite, sin negar la emoción.
Y eso, créeme, es una de las habilidades más poderosas que puedes modelar.
Ideas prácticas para empezar hoy:
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Cambia el “no es para tanto” por un “veo que te ha molestado mucho”.
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Observa sin juicio: “Parece que estás triste”
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Ayúdale a poner palabras a lo que siente: “Eso que sientes se llama frustración”
Y… Probablemente, antes de validar a tu hijo, a veces tendrás que validarte tú.
Porque probablemente a ti tampoco te validaron cuando eras niña.
Te enseñaron a portarte bien, a ser fuerte, a no molestar.
Así que ahora, cuando tu hijo se frustra, tu cuerpo se activa. Te molesta, te agota, te remueve.
Y entonces quieres que “se le pase ya”. No por él, sino por lo que te despierta a ti.
Por eso, antes de validar a tu hijo, regula primero tu reacción, para poder acompañar mejor la suya.
Ten presente que tu hijo no necesita que le soluciones la emoción. Necesita saber que no está solo con ella y que contigo tiene un espacio donde pueden SER, sin miedo a ser juzgado.
Una semana. Una herramienta. Un paso más hacia la crianza que deseas.
Haridian Suárez
Trabajadora social y Educadora de Disciplina Positiva (@criarconemocion)
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