Microrrelatos. "Eppur, si muove”

"Galileo sabía que la principal razón de su condena fue su ataque a la doctrina aristotélica de la materia y las implicaciones que tenía sobre dogmas de la iglesia..."

Alberto García Miranda Lunes, 21 de Julio de 2025 Tiempo de lectura:
Galileo GalileiGalileo Galilei

“… Yo, el ya nombrado Galileo Galilei, he abjurado, jurado y prometido y me he obligado según he dicho, en fe de lo cual, de mi propio puño y letra, he suscrito el presente quirógrafo de mi abjuración, habiéndolo recitado palabra por palabra en Roma, en el convento de la Minerva, este 22 de junio de 1633. Yo, Galileo Galilei, he abjurado como antes con mi propia mano”.

 

Galileo, se para al final de la lectura. Sus manos temblorosas sostenían su abjuración pública. Levanta los cansados ojos hacia los representantes de la Curia, los teólogos presentes, los frailes allí congregados y suspira. Derrotado por las intensas sesiones de interrogatorios, por el aislamiento al que le han sometido, cansado su cuerpo y su mente por la angustia y el miedo que ha vivido, ya no quiere seguir luchando.

 

Aún ha de hacer un sobre esfuerzo. Debe escuchar el resto de su sentencia: Cumplirá condena en prisión y sus obras presentes y futuras serán prohibidas. Así lo han determinado los jueces de la Santa Inquisición, pues Galileo fue encontrado "vehementemente sospechoso de herejía", es decir, de haber sostenido las opiniones de que el Sol está inmóvil en el centro del universo, que la Tierra no está en su centro y se mueve, y que uno puede sostener y defender una opinión como probable después de que ha sido declarada contraria a las Sagradas Escrituras.

 

Deja el documento en el atril y se baja del estrado. Dos guardias le escoltan. Mientras camina, va recordando algunos pasajes del proceso que ya lo siente como una traición. Recuerda cuando el Cardenal Roberto Belarmino le dijo que no veía problemas en el heliocentrismo como herramienta hipotética. O más, cuando el propio Papa Urbano VII le animó para que publicara su obra Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, apoyado por su mecenas el Gran Duque de Toscana.

 

Galileo sabía que la principal razón de su condena fue su ataque a la doctrina aristotélica de la materia y las implicaciones que tenía sobre dogmas de la iglesia como la de la transubstanciación, y no, su defensa del copernicanismo del que lo acusaban. Esto le hastiaba sobremanera.

 

A la salida del convento, le esperaba un carruaje. Al entrar se llevó una sorpresa. Allí estaba su amiga, la Condesa Cristina de Lorena. Ella le trasmitió una buena nueva. No iría a prisión. Grandes de Italia y ella misma, habían intercedido ante las autoridades eclesiásticas para que se conmutara la pena. Cumpliría su condena en arresto domiciliario. Galileo, conmovido, le dio las gracias. Sabía que su enjuto cuerpo no resistiría los rigores de las cárceles romanas y anhelaba regresar a su querida villa de Arcetri.

 

Miró por la ventanilla a la fachada del convento donde se realizó su injusto juicio y en un susurro dijo: “Eppur, si muove”.

 

Alberto García Miranda

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