La Política no es barriobajera, sépanlo algunos
El vulgar espectáculo proyectado desde el Congreso de los Diputados el pasado 9 de julio no fue, precisamente, la recomendada clase magistral para explicarles a los alumnos de Primaria, Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y Bachillerato cómo funciona un sistema político de libertades, diálogo, argumentos racionales, pruebas, respeto al contrincante, rechazo a recortes de periódicos y bulos (en Canarias, batatas).
Uno, estimado lector, sigue haciendo caminos por el apasionante mundo de la lengua española. Desde lo profesional, como profesor que fui de la correspondiente asignatura; como usuario, siete decenios y pico de vida y propensión a conectar con los demás, a ampliar el campo de las relaciones sociales inclinadas estas a conversás o parrafadas (las “parrafiadas” de mi pueblo, Gáldar). Por tanto, ajeno a recogimientos, aislamientos y desconexiones pues de los demás casi siempre aprendo algo. E incluso en momentos de tensión o tirantez se imponen palabras serenas y calmosas... pero contundentes en intensidad, tono, cantidad y timbre si de exponer y defender mis ideas se trata, por muy elementales que fueren.
Fuerza, escala, cuantía o acorde que jamás me llevaron al uso de voces definidas por el Diccionario de la RAE como “malsonantes”, es decir, ‘Que ofenden al pudor, al buen gusto, a la religiosidad’. Aunque con todos mis respetos y admiraciones no llego a entender tal definición, por ejemplo, aplicada a las formas “mear - meada” (verbo y sustantivo, respectivamente), voces definidas como tales. Sin embargo, “orinar – orinada” son variantes no vulgares.
Así, ¿qué diferencia desde el punto de vista social o educacional lleva a considerar inculto o chabacano al primer bloque (“mear – meada”) y no al segundo? Entiendo que acaso sea más refinada la construcción “¡Amor mío, sol y esencia de mi vida, maremágnum de mis pasiones: no vuelvas a expeler por la uretra el líquido excrementicio de la vejiga si no es para evacuarlo en la vasija del wáter y no por fuera, que vas a terminar conmigo, cachocabrón!”. Pero se me escapa (la idea, claro, no el pis) qué atentado hago contra la sociedad si solo pretendo “echar una meada”, no “una orinada”.
Valga lo anteriormente expuesto, estimado lector, para constatar fehacientemente las amplísimas posibilidades que nuestra sabia lengua ofrece para no recurrir a horteradas cuando de comunicarnos se trata. Tampoco debe exigirse la imposición del complejo lenguaje modernista casi a la manera quesadiana (“Tu micción por dentro tiene un magnífico estremecimiento sonoro”). Pero si el bodegón lagunero “La Oficina” fue “lugar sagrado y a más acogedor”, el Congreso de los Diputados a partir de 1978 lo fue de fuertes encontronazos dialécticos, retumbantes colisiones ideológicas… Pero siempre dentro del respeto que merecían la Cámara y sus señorías, representantes de la voluntad popular. (Y como tenían mucho que decir para España, no necesitaban de vulgaridades.)
Pero llevamos una temporada (y a peor la mejoría) en la cual el sagrado recinto de la Palabra, ideas, inteligencia, sentido común, tolerancia, diálogo y respeto es sobrepasado por algunos intervinientes, acaso excesivamentes propensos a un lenguaje nada riguroso, cortés y sereno. Y hay más: a veces, ante tales grotescos espectáculos mi subconsciente me retrotrae al lenguaje nada cultivado de los barrios bajos barceloneses leído en “Maki Navaja, el último choriso”, revista de los años ochenta. Sus personajes utilizan el correspondiente a su condición social, fiel reflejo del sector fielmente retratado.
Y es que consideraciones vertidas contra el señor Sánchez por el jefe de la oposición (legítimo candidato a la Presidencia del Gobierno) en una sesión anterior del Congreso de los Diputados degradan, chabacanean y barriobajean no solo a quien las protagoniza: corrompen la más pura esencia del sistema democrático. Tal acusación de "Partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución" no se le hubiera ocurrido en el hemiciclo ya democrático ni al mismísimo fundador, corazón, entrañas y padre espiritual del señor Feijóo y Alianza Popular, señor Fraga Iribarne, aquel franquista presente en consejos de ministros cuando el dictador firmaba sentencias de muerte.
Porque Fraga, a su manera servil y ruda, pretendió ser un hombre de Estado. Pero su sucesor en Galicia y la Jefatura Nacional del Partido Popular es un hombre de aparentes rencores, alergias, grandes limitaciones, casi casi curiosas obsesiones y a quien parece que noche y día persiguen espíritus fatuos cargados de un algo desestabilizador. Y cuando el corazón solo bombea mecánicamente con un monótono tac tac tac, no riega zonas cerebrales donde florecen las palabras que definen a hombres de noblezas, altos sentimientos y legítimos derechos a ostentar presidencias de gobiernos.
Y añade Sánchez Feijóo: “¿Pero ¿con quién está viviendo usted, pero de qué prostíbulos ha vivido usted?”. Un rumor supuestamente difundido por Villarejo, el mismo comisario político encarcelado por cuatro “delitos de descubrimiento de secretos de particulares” (/theobjective.com) y fichado desde los inicios de la policía política (época rajoyana) para desprestigiar y ennegrecer a quienes empezaban a destacar como probables contrincantes en las inmediatas elecciones.
A renglón seguido, y como hilo conductor, llega otro disparate, otra absoluta perplejidad: doña Esther Muñoz, nueva portavoz del PP en el Congreso, dice literalmente: “No hace falta que haya pruebas de nada” para afirmar que el señor Sánchez se lucró con la prostitución (huffingtonpost.es). Es decir, una señora que comienza sus estudios de Derecho en la Universidad coruñesa y se licencia por la de León; que posee un máster bilingüe de Derecho internacional por la de Murcia y figura colegiada en el correspondiente de Abogados de Madrid.
(Por cierto: ¿se figura usted a esta dama, estimado lector, ejerciendo como magistrada y dictando sentencias condenatorias o absolutorias para las que no necesitaría pruebas, ‘Razones, argumentos, instrumentos u otros medios con que se pretende mostrar y hacer patente la verdad o falsedad de algo’?)
No, no necesitamos señorías que flipen por usos groseros, patanes, ordinarios. La presidencia del Gobierno legítimamente lograda es algo digno de respeto por más que no me satisfaga su actual inquilino. Y cortesía, también, exigible a ruidosos voceros cuando hablan portavoces de grupos políticos. Y si se trata -porque se trata de eso, precisamente- de monólogos con derecho a respetuosas críticas y enjuiciamientos negativos, cabe la réplica también argumentada, coherente e ilustrada si fuera menester. Pero desde que se cae en lo barriobajero -y se cae a veces- se pierde toda la valoración positiva.
(Y otra fantasía: ¿se imaginan ustedes a cualquier presidente europeo -inglés, francés, alemán…- camino del urinario parlamentario cuando algún portavoz no aliado toma la palabra desde el atril?)
Nicolás Guerra Aguiar
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