A propósito de los monstruos pederastas en la literatura

Josefa Molina

[Img #10531]Hace unas semanas concluí la lectura de una novela que me dejó profundamente impactada. Se trata de un libro que, por su temática y perspectiva narrativa, plantea una trama incómoda y cruda, sobre todo porque nos inquiere directamente como sociedad.

 

Desde que terminé su lectura, vengo cavilando si abordar la temática que plantea, la pederastia, en esta columna de opinión. La reciente condena de un hombre, vecino de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, a treinta años de prisión por las agresiones sexuales a las que sometió durante años a tres sobrinos menores de edad, me ha convencido de que sí, de que es necesario abordar públicamente lo que nos plantea la novela. No puedo imaginar ni de lejos el infierno que estos menores, una niña y dos niños, han tenido que sufrir por parte de un tío, una persona de su círculo más cercano, que tenía que haberlos protegido. Un horror.

 

La pederastia es un tema narrativo recurrente en el ámbito de la ficción literaria. Sin duda, un clásico es el ampliamente conocido Lolita del escritor ruso Vladimir Nabokov. Escritor nacido en el seno de una familia acomodada rusa de origen aristocrático, tuvo que abandonar el país en 1919 a consecuencia de la revolución rusa. El autor estudió en Cambridge y luego, se instaló en Berlín, donde empezó a publicar sus novelas en ruso con el pseudónimo de V. Sirin. En 1937 se trasladó a París y en 1940 a los Estados Unidos, donde ejerció como profesor de literatura en varias universidades. Gran estudioso de El Quijote de Cervantes, escribió en ruso, inglés, francés y alemán y fue profesor de literatura rusa en la Universidad de Cornell desde 1948 a 1959. Fue, además, un especialista en mariposas y se ha recopilado en un libro una antología de sus estudios en entomología, una ciencia zoológica que estudia los insectos.

 

En 1960, gracias al gran éxito comercial de Lolita, abandonó la docencia para trasladarse a Montreux, en Suiza, donde residió junto con su esposa Véra, hasta su muerte en 1977. Lolita, publicada en 1955, ocupó el cuarto lugar en la lista de las 100 mejores novelas del siglo XX de la Biblioteca Moderna en 1998 y está considerada como una de las obras más importantes de la literatura del siglo XX.

 

La novela, una de las más controvertidas de la literatura contemporánea, narra la confesión en forma de memorias de Humbert Humbert, encontradas tras su fallecimiento en prisión. Las memorias se remontan a la infancia de su protagonista en la Riviera francesa, donde se enamora de su amiga Annabel Leigh. Este amor juvenil se ve interrumpido por la muerte de la niña Annabel a causa del tifus, lo cual genera en Humbert una especie de insatisfacción que desemboca en una obsesión sexual por un tipo específico de niñas muy jóvenes, de 9 a 14 años, a las que llama "nínfulas".

 

Nuestro protagonista llega a un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos, donde conoce a Dolores, Lolita o Lo, de apenas 12 años. La niña, hija de la mujer a la que alquila una habitación, se encuentra tomando el sol. Esa imagen hace que Humbert Humbert reviva en ella la imagen de su antiguo amor infantil. La trama se va desarrollando hasta que el protagonista consigue mantener una relación íntima con la menor, a la que secuestra, somete a continuas agresiones sexuales y mantiene bajo su absoluto control mientras va recorriendo el país haciéndola pasar por su hija. La novela ha sido llevada al cine en varias ocasiones; la primera en 1962 de mano de Stanley Kubrick en un film protagonizado por James MasonShelley WintersPeter Sellers y Sue Lyon​, en una película que, debido a la censura de la época, elevó la edad de Lolita de 12 a 14 años.

 

Lo más inquietante de esta obra y por la que Navokov ha sido duramente criticado y cuestionado, ha sido porque la novela sitúa al pedófilo como el protagonista obviando los sentimientos y el sufrimiento de su víctima, Lolita. Algo similar se produce en la obra a la que hice referencia en un inicio. Lleva por título El monstruo pentápodo y ha sido escrita por la mexicana Liliana Blum. La obra tiene una referencia directa a la novela de Novokov, de la que Blum extrae la siguiente cita: “Yo era un monstruo pentápodo, pero te quería”. Encuentro en esta cita dos referentes literarios. Por un lado, obviamente al citado Novokov, pero también me trasladó a los monstruos de Lovecraft, seres con forma de grandes moluscos cepalópodos, con los que con frecuencia se representa gráficamente el mítico Cthulhu, máximo exponente de las criaturas monstruosas creadas por el​escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft, uno de los máximos representantes de las novelas de terror y ciencia ficción. Desconozco si la autora quería hacer un símil con el monstruo de Lovecraft, pero el paralelismo me resulta de lo más evidente.

 

Lo que sí hace la autora es acompañar a los distintos capítulos de la novela con distintas referencias que abordan el tema de la pederastia en la producción literaria contemporánea, tales como La habitación de Emma Donahue, El coleccionista de John Fowles o Secretos en el sótano, de John Glatt, que narra la vida del austriaco Josef Fritzl quien mantuvo secuestrada a su propia hija en un sótano durante 24 años.

 

Por otro lado, el término ‘pentápodo’ hace referencia a un ser de cinco extremidades que en el caso de una persona, pueden ser sus dos brazos, sus dos piernas y su cabeza, es decir, hace referencia a la conciencia que el pederasta pone en todo su ser y voluntad para llevar a cabo los actos abominables que lleva a cabo, es decir, el ejercicio de poder y violencia sexual hacia una niña desvalida guiado tan solo por sus ansias depredadoras, sin importarle lo más mínimo el dolor que le causa a ella ni a su familia. Esta conciencia le convierte en lo que son todos los pederastas: auténticos monstruos.

 

La novela puede resultar muy descarnada ya que nos enfrenta sin rodeos a la mentalidad de un psicópata pedófilo que, como todo psicópata, tiene dos caras: una parte oscura que oculta a su entorno y le lleva a auto justificar su conducta y otra que hace que se presente como un modelo de ciudadano benefactor en su comunidad, participando incluso en campañas solidarias.

 

Raymundo Betancourt, el protagonista de El monstruo pentápodo, es un hombre obsesionado por niñas muy pequeñas con el solo fin de que le sirvan de objeto sexual, llegando a secuestrarlas, a retenerlas en el sótano de su casa, a agredirlas sexualmente y luego, a asesinarlas. La obra nos narra cómo este psicópata planea el secuestro de su segunda víctima, Cinthia, una niña de seis años, con el objeto de convertirla en su esclava sexual. Para ello cuenta con la participación de un tercer personaje, Aimeé, una mujer solitaria que nunca fue objeto de interés sentimental por ningún varón debido a su acondroplasia, es decir, a su enanismo, y que de pronto se ve seducida por Raymundo, cayendo pérdidamente enamorada de él, lo que le lleva a convertirse en su cómplice. Aimeé va contando su vida junto al secuestrador a través de un diario que escribe desde la cárcel donde permanece junto a su hija recién nacida, que es la hija fruto de su relación con Raymundo.

 

La dureza de esta obra se manifiesta no solo en las escenas tan explícitas de abuso que retrata, sino también en la denuncia que la autora realiza en relación al sufrimiento generado en las familias ante la desaparición de sus hijas y esposas, muchas ocasiones para ser abusadas o ser explotadas por las redes de prostitución, en un país como México, donde el feminicidio es una lacra social violenta y dolorosa.

 

​Sin embargo, traigo a colación a esta columna el tema de los abusos sexuales contra la infancia porque, como en las temáticas de los novelas, resulta un tema tristemente recurrente en nuestra sociedad. Un tema que no solo nos debe de aterrorizar sino también avergonzar como comunidad que tiene la responsabilidad y el deber de velar por la protección, atención y cuidado de nuestros miembros más vulnerables, las niñas y los niños.

 

Los datos hablan por sí solos. Según el Informe “Abuso sexual contra menores: un problema grave, estructural y en aumento”, publicado en 2024, en nuestro país, 1 de cada 7 menores, -en el caso de ser mujer, 1 de cada 4-, sufren abusos sexuales. A partir de estos datos se puede estimar que en España cada año hay unos 65 000 menores que sufren abuso sexual. El informe establece asimismo la tipología más habitual del abuso sexual infantil, es decir, víctima mujer, el abusador es un varón adulto conocido de la víctima (padre, hermano, tío, amigo…) y el abuso se suele cometer en un entorno familiar. Todo un horror que nos golpea en la cara.

 

Como se pueden imaginar, las consecuencias del abuso sobre la persona víctima a nivel físico, psicológico y social se manifiestan en conductas suicidas, ansiedad, depresión, trastornos de alimentación, cambios bruscos de conducta y ánimo, lesiones físicas, rechazo social, y repercusión en la vida sexual.

 

Desde el punto de vista de la persona víctima de pederastia, se puede conocer algo más a través de la lectura de la obra El consentimiento de la francesa Vanessa Springora. En esta valiente novela, Springora narra en primera persona su vivencia como víctima de un pedófilo confeso, el escritor francés Gabriel Matzneff quien, además, no solo contó con el beneplácito del entorno más próximo a la autora sino también con el entorno cultural de la Francia del momento, donde Matzneff era un personaje con gran reconocimiento social e intelectual.

 

Libros como Lolita o El monstruo pentápodo no dejan de ser ficción, pero, como toda ficción, beben, se nutren e interrogan a la realidad de nuestra sociedad, una realidad que sí expone en primera persona la obra El consentimiento de Vanessa Springora, una realidad muy concreta que una sociedad supuestamente avanzada como la nuestra en la que se debe de velar por el desarrollo integral de la infancia no se puede ni debe permitir.

 

Antes de finalizar esta columna, quiero recordar a toda aquella persona que nos escucha que contamos con herramientas para denunciar si mínimamente sospechamos que puede existir un caso de abuso o violencia hacia niñas, niños y adolescentes en nuestro entorno, edificio o vecindario. Además, por supuesto, de denunciar la situación en los servicios sociales municipales o en la policía, les invito a apuntar este teléfono o a buscarlo por las redes: 900 20 20 10. Se trata del Teléfono ANAR de Ayuda a Niños/as y Adolescentes. La llamada es gratuita y anónima.

 

Cualquier acto es necesario cuando se trata de frenar el abuso o maltrato hacia una niña o a un niño, o cuando sospechamos de violencia machista en la casa de al lado. No podemos mirar hacia otro lado. No podemos permitir que comportamientos tan deleznables y terribles contra las personas que debemos cuidar y proteger se sigan produciendo en nuestra sociedad como si tal cosa. Hay que denunciar. ¡Siempre! Velemos por nuestra infancia. Se merecen crecer y vivir en paz.

 

Josefa Molina

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