
Todo comenzó con Gabriel Dávila Trujillo, primer fueguista destacado en la isla de la Gran Canaria, nacido en La Aldea el 3 de noviembre de 1814 y con raíces maternas en la isla de Fuerteventura.
Trasladado por matrimonio a Gáldar, comenzó allí sus actividades en la pirotecnia que transmitió a los hijos tenidos con su primera mujer, la galdense María de Quesada.
Desde Gáldar, la familia se trasladó sin la presencia de la madre hasta Arucas. Allí, Francisco Dávila Quesada instaló taller en el pago de Los Portales, y por la línea de su hija Mariana fue bisabuelo de Juan Ramón Martel, fundador en 1982 de la empresa de Pirotecnia San Miguel de Valsequillo.
La descendencia de otro de los hijos, Antonio, continuaría hacia el sureño municipio de Ingenio.
Gabriel Dávila continuó posteriormente hasta llegar en 1850 al barrio terorense de Guanchía, donde se unió con Brígida Morales e instaló la primera de las pirotecnias de la Villa hace 175 años.
De este matrimonio nacieron Encarnación, Matilde, María Dolores y un único hijo, Juan Dávila Morales que en algunas investigaciones se considera erróneamente el primero de los fueguistas y de cuya descendencia proceden todos los pirotécnicos que en el siguiente siglo, desde Guanchía, la Casa Vieja, El Barranquillo, El Cuevón, El Palmar o Los Portales llenaron las fiestas de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote de esa explosión de luz, color y sonido que ellos realizaban con tan extremada maestría. Ya en 1918, el escritor Francisco González Díaz decía de ellos que ‘en Guanchía se prepara y carga la pólvora que arde en las fiestas de Gran Canaria, de Guanchía salen sorprendentes monumentos pirotécnicos; en Guanchía están los brujos de la magia flamínea y sonora que encanta las vísperas patronales de nuestras aldeas’
Clemente, Pedro, Francisco, Gabriel, Juan, Laureano, Santiago y María Dolores fueron la tercera generación de esta singular familia y la que asentó artesanía y tradición como símbolos de la fiesta y la cultura canaria y que convirtieron su trabajo en valiosa esencia del pueblo donde habían nacido.
Sin los Dávila no había fiesta que mereciera la visita.
En cientos de inauguraciones, de celebraciones religiosas y civiles, las crónicas detallan su presencia, tan solicitada como estimada. Pedro Dávila declaró que ‘la fabricación era casera, que tenían que ir a quemar diez duros en fuegos a Tirajana, Tejeda y los demás pueblos de la isla caminando, y que el esqueleto de los fuegos que se habían quemado lo traían a cuesta porque servía para la otra ocasión’
Las plazas, los descampados se llenaban con aquellas magníficas creaciones efímeras en las que torres, castillos, barcos o cruces creaban la mágica ilusión de llenar de luz la noche. No existían en aquellos primeros tiempos las palmeras, ni las vibrantes explosiones que han cubierto los cielos canarios con ese trabajo que más pareciera mágico ilusionismo que lo que son: el resultado de mucho, muchísimo trabajo. Cualquier ocasión festiva de relevancia, ya fuera de ámbito civil o religioso, contaba frecuentemente para culminar tanta grandeza con un espectáculo de artificio pirotécnico. Una de las piezas más utilizadas en esta antigua pero impresionante forma de la pirotecnia barroca era la de las llamadas catalinas.
Las catalinas de los Dávilas unidas a la cruz, recordaban su relación con la defensa del cristianismo junto a manifestaciones como las de el barco y el castillo y aparecen en muchas crónicas referidas a su labor. La catalina era una rueda ‘construida en forma de espiral con una clavija en el centro, de modo que cuando se encienden los fuegos artificiales, la rueda se propulsaba, giraba rápidamente y producía un fantástico despliegue de chispas y llamas de colores. Esta rueda hacía referencia a la agotadora rueda de pinchos en la que Santa Catalina fue condenada a muerte por el emperador Maximiano por defender la fe cristiana. Sin embargo, cuando Catalina fue sacada para ser ejecutada, tocó la rueda y ésta se rompió milagrosamente’
PRESENCIA Y NOMBRE DE LOS DÁVILAS
Basten algunos ejemplos para ello. El domingo 14 de agosto de 1898 se celebró en el santuario de Nuestra Señora del Pino una solemne función religiosa que se dedicó en acción de gracias por los beneficios obtenidos en el mes de marzo de aquel mismo año por las abundantes lluvias que, después de una prolongada sequía, cayeron sobre Teror. En la función predicó el obispo José Cueto y Díez de la Maza, que en la tarde de la víspera había procedido a la bendición del órgano que se acababa de adquirir en Londres, cantándose a continuación una Salve a la Virgen y el Santísimo Rosario. Terminados estos actos, se quemaron fuegos artificiales y la banda de música de la villa ejecutó una selección de piezas musicales y amenizó el paseo que en la tarde de aquel domingo tuvo lugar en la alameda. La familia Dávila y la Banda de Teror estuvieron presentes -luz y música- en la bendición del órgano de la basílica hace 127 años.
Y todos los que disfrutaban de aquello se maravillaban ante la genialidad que los Dávila desbordaban. El 24 de marzo de 1921, el intelectual canario Domingo Doreste Rodríguez, conocido por Fray Lesco, escribía a su primo el poeta Luis Doreste Silva, que fuera secretario particular del teldense Fernando León y Castillo cuando éste era embajador de España en Francia; diciéndole que el Gabinete Literario de Las Palmas quería recuperar fiestas de la tierra y cómo ello había despertado inesperada y felizmente el deseo de renovar las antiguas fiestas de San Pedro Mártir, ‘caídas casi en desuso no tanto por falta de dinero como por el ridículo criterio de algunas cabezas. El Gabinete ha tomado la iniciativa y se ha preparado un programa formidable. He asistido a algunas de las juntas y he defendido con todo entusiasmo la restauración de aquella inolvidable velada de la víspera, en la plaza de Santa Ana, con sus fuegos de Guanchía, Guía, etc., sus cajas de turrón y su desbordamiento popular’
Y es en ese momento está también la raíz de la celebración del ‘La Quema del Barco y el Castillo’ de Teror: en los Dávila que en la década de 1930 la trajeron desde la Fiesta de La Naval del Puerto en Las Palmas de Gran Canaria a la primaveral fiesta de San José y La Santa Cruz; y que desde hace dos años a propuesta de Héctor Alemán, concejal del Distrito Isleta Puerto Guanarteme han retornado junto al Castillo de la Luz, donde estaban desde mediados del XIX; y que desde Gabriel Dávila Trujillo han venido sucesivamente siete generaciones manteniendo artesanía, tradición y fiesta: Juan Dávila Morales, Pedro Dávila Santana, Pedro Dávila Rodríguez, Benjamín Dávila Cabrera, Benjamín Dávila Sosa y Benjamín Dávila Rodríguez forman la línea genealógica, histórica y emocional de todo ello.
EL FUEGO ENEMIGO
Para los fueguistas terorenses, el ataque más fiero no les vino del barco de Sir Francis Drake ni del volcán con que antiguamente se llenaba la noche de la Víspera del Pino. El jueves 15 de junio de 1961 la familia de Pedro Dávila Rodríguez estaba trabajando para los encargos de las fiestas de San Juan de Arucas y Telde y las de San Pedro de otros lugares, en el taller que desde unos años antes habían instalado en la calle Almansa del barrio capitalino de Guanarteme; y que en honor al lugar llevaba el nombre de El Pilar.
Presentes estaban Pedro, su hijo Benjamín y el peón Antonio Rodríguez Barrios. La esposa del mayor, Dolores Cabrera Guerra, de El Palmar de Teror, había acudido con sus nietos Benjamín Dávila Sosa y Santiago García Dávila, de cuatro y medio y diez años respectivamente, ‘a llevar un buchito de café’. Sin que nunca se supiese la razón última, a media tarde una terrible explosión y un devastador fuego conmocionó a La Isleta, a la ciudad, a toda Canarias; y aunque Guanarteme, el ayuntamiento, el párroco Francisco Rodríguez, la isla entera, acudió en ayuda de la familia y la empresa, el golpe aún resuena en los corazones de mucha gente que lo vivió y sufrió con la familia Dávila. El fallecimiento de los niños, las secuelas de meses, el traslado de la empresa al Lomo de los Silos en El Palmar y el progresivo retorno al trabajo fue una durísima prueba, que los Dávila pudieron superar, como los actuales propietarios superaron otra unos años más tarde.
Hacen público entretenimiento del fuego, y el fuego a veces se los ha cobrado.
Por ello, Teror ha querido estar siempre con esta familia que ha hecho de la necesidad, fiesta; y del trabajo, virtud y tradición.
Insignia de Oro, pregones, o el patronazgo de la Fiesta de San José y la Santa Cruz son una pequeña muestra de lo mucho que merecen.
El nuevo logo, su participación en el 33º Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de Tarragona, y el acto de homenaje de Rotary que a partir de hoy iniciará un camino que se concretará más adelante en un hito mayor, son importantes eventos a unir al orgullo que la Villa de Teror siente por esta familia, que son estimados, queridos y respetados; y ya por pleno derecho, patrimonio inmaterial de toda la ciudadanía terorense que se congratula con los Dávila de todo lo que con su trabajo han conseguido.
Honor con honor se paga y la familia Dávila han sido y seguirán siendo, un lujo a presumir por los que aquí vivimos.
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror
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