Edificio de la Heredad de Aguas de Arucas
Recorrer con frecuencia Arucas supone llevar a cabo un agradable y novedoso descubrimiento. Atravesar la ciudad desde la nueva calle peatonal La Heredad hasta el mismísimo Parque de San Juan, en el otro extremo, es una experiencia que les recomiendo encarecidamente y que, en ningún caso, deberían perderse. No solo porque caminamos, que viene bien, sino porque los saludos a los conocidos se verifican de distendida manera y supone, cuando menos, una nueva vuelta de tuerca en el mundo de las relaciones cotidianas y esporádicas: aprender de los otros, que también miran y saber ver de otra forma: el edificio de La Heredad, los lavaderos, la calle de León y Castillo, la Iglesia y todo su entorno, el futuro rincón de las Nuevas Oficinas Municipales proporcionarán empaque y movimiento al inicio del recorrido...
Una compañera lo tiene muy claro: “cuando atravieso la ciudad, supone para mí una nueva carga de energía”. Eso me dice. Y, ahora, creo, y siento, que es verdad. Más que nada porque una nueva conformación de mirar se impone en la existencia. Y eso está bien. Muy bien. De lo que se infiere, por lo general, que cada uno es cada uno y divisa lo que le interesa y lo que le atrae sobremanera. Así es y siempre ha sido así. Podemos ver cada vez que nos sintamos caminantes en la misma calle que todo ello obedece a una nueva realidad; nos podemos tropezar con alguien que aprecia un poco más allá y descubre casas señoriales y rincones admirables; y si, además, hablamos con las personas que caminan a nuestro lado, alcanzaríamos a descubrir interesantes sorpresas: es lo que tiene la comunicación, aunque sea esporádica y solo lleguemos a cruzar tres o cuatro palabras, que siempre tiene sentido. A veces dichas palabras son las suficientes para hacernos sentir que realizar ese recorrido, cualquier día y en cualquier momento, es una oportunidad distinta, única y diversa.
Pero para que eso se produzca hay que detenerse y mirar en consecuencia.
Sostiene el ensayista David Le Breton que “el caminar le devuelve a uno el contacto consigo mismo y con la sensación de existir. Es un poderoso instrumento para el reencuentro con el prójimo”. Lo dice en su libro Caminar la vida, La interminable geografía del caminante, Siruela, Madrid, 2022.
Creemos, modestamente, que el escritor no anda mal encaminado. ¡Y nunca mejor dicho! Sí sentimos lo que manifiesta. Y eso está bien: es bueno que haya gente que sepa verbalizar los actos cotidianos: nos pertenecen a todos, incluso a los malos; aunque ésa sea otra historia.
De momento, la travesía que proponemos dice mucho más de lo que aquí llegamos a expresar. Estamos convencidos de ello.
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Juan FERRERA GIL































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