Los hombres grises

Quico Espino

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Desgraciadamente siempre ha habido hombres grises en este mundo, como los hay en la novela “Momo”, de Michael Ende, entes abstractos que roban el corazón y el alma a los seres humanos, les quitan la vida, como nos la podría quitar cualquier hombre gris con poder, ordenando que pulsen un botón para hacernos saltar por los aires. Me resulta terrible esa idea.
 
Son muchos los hombres grises que han actuado como tiranos a lo largo de la historia, desde, por ejemplo, los césares romanos hasta los reyes medievales, sin olvidar a aquellos inquisidores que ordenaban quemar en la hoguera a quienes ellos consideraban herejes, o a los fascistas opresores que no quieren que se les lleve la contraria y que, para conseguir su propósito, han dispuesto verdaderas matanzas y genocidios. Atroz me parece.
 
Los hombres grises son vanidosos, fanfarrones, insolentes y cada vez menos humanos. Se creen que se lo merecen todo, que son dignos de cualquier galardón, viven rodeados de lujos y se consideran superiores a los demás. Nuestras vidas no significan nada para ellos pues somos pobres mortales, como en la novela de Michael Ende.  
 
Hay muchos hombres grises pululando por nuestro mundo en la actualidad. Y no lo disimulan. La inmensa mayoría son ricos poderosos que se pasan los derechos humanos por el forro y no quieren perder el dominio que ejercen en la sociedad, en la que sobresalen por esa potestad que les da el dinero. Vil metal con el que compran a otras personas, cuya moral queda muy por debajo del precio que costó  ganarlas.
 
Se está tiñendo de gris esta sociedad en la que vivimos, en especial entre los políticos que nos representan, con ese tono enfadado e insultante que utilizan en sus discursos, arremetiendo contra sus opositores de manera irrespetuosa, haciendo que quienes miran, quienes los ven, los emulen y suban también el tono de su voz, se enroñen, se ofusquen, se apunten a brutos.
 
¡Qué pena me da el rumbo que ha tomado este mundo nuestro, en el que cada vez hay más hombres grises!  Me pregunto qué les habrá pasado para que hayan cambiado de color. A lo mejor la primera vez que mamaron de la teta de su madre se coló una serpiente entre los senos maternos y las bocas de ellos y lo que tomaron fue leche envenenada.
 
También me pregunto por qué no miran al cielo a la hora del crepúsculo y relajan la mirada entre las tonalidades del atardecer que el sol ha dejado al acostarse; por qué no escuchan las olas y se van con ellas mar adentro con los ojos cerrados; por qué no se sientan en medio de los árboles de un bosque y se dejan llevar por el viento que sopla y barre las hojas secas, mientras oyen la tonada de los cencerros en un ambiente tan bucólico; por qué, en suma, no son amantes de la naturaleza, que es la madre primigenia del planeta, que nos hace sentir vivos, para que se agudicen sus sentidos y se eleven como si se alzaran sobre la tierra hasta convertirse en parte del universo.
 
Para eso tienen que sentir amor. Entonces otro gallo les cantaría.
 
Texto: Quico Espino
Foto: Ignacio A. Roque Lugo
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