Machuca, una historia de oportunidades

Josefa Molina

[Img #10531]Que las diferencias de clase marcan tu destino es algo que a nadie se le escapa. Que según en el seno de qué familia, de qué estrato social o rodeado de cuánto dinero y comodidades crezcas, tampoco. Sí, lo sé, todo esto pueden parecer obviedades pero conviene recordarlo especialmente cuando vivimos los momentos históricos y sociales que vivimos.

 

Con frecuencia, la capacidad económica de la familia en la que toca nacer hace que lleves el sello en tu frente de un futuro marcado por tal o cual proyecto vital. Pero a veces surgen situaciones que responden a la motivación personal, a la inteligencia, al coraje de crecer o son respuesta directa a las oportunidades que personas ajenas a ti puedan ofrecerte, oportunidades que hacen que el camino que tenías marcado por cuna social, se modifique hasta tal punto que cambia todo para ti y para los tuyos.

 

Sin duda, en todo este tipo de cambio de paradigma vital influye sobremanera los agentes externos que te puedan llegar por casualidad cuando en teoría tú no tenías modo ni siquiera de aspirar a ellos. De entre todos estos ‘agentes externos’ que pueden cambiar tu vida en un sentido u otro, el acceso a la educación y la formación es para mí el agente más poderoso, más transformador, entendiendo como ‘agente’ la pieza del puzle que puede modificar tu sino si lo sabes utilizar en tu propio beneficio. A ello hay que sumarle por supuesto varias dosis de inteligencia y de capacidad para discernir entre lo bueno y lo mejor, pero también entre lo malo y lo peor.

 

Este es uno de las aspectos más reseñados de la película Machuca, que tuve el placer de visionar hace apenas unos días y a la que llegué después de una conversación sobre la misma mantenida con dos escritores de Chile, Pia Barros y Dante Cajales, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

 

El film narra la historia de un niño nacido en la más miseria de las miserias, que reside en un complejo de chabolas en el extrarradio de Santiago de Chile. El chico, un preadolescente de once años, accede junto a un pequeño grupo de menores de su misma procedencia social a un colegio inglés religioso para la burguesía media alta chilena, el centro Saint Patrick's College en la ficción (el Saint George's College en la realidad),de mano de un profesor de origen estadounidense, el padre McEnroe (el sacerdote Gerardo Whelan en la realidad), impulsor y figura clave en la puesta en marcha de un programa  que tenía como objetivo reducir la segregación educacional permitiendo que chicos de diferentes estratos socioeconómicos estudiaran juntos en un mismo centro. 

 

Lo interesante de la película es que está basada en la historia real de uno de los dos personajes centrales de la misma, Pedro Machuca, en el film, que en realidad es el poeta y novelista chileno Eledín Parraguez, quien años después narró la experiencia de su vida dentro de este programa educativo en la novela Tres años para nacer-Historia de un verdadero machuca, que sirvió de base para el guion cinematográfico.

 

La película aborda el programa de integración social que se llevó a cabo en el colegio Saint George's de Santiago de Chile durante el gobierno socialista de Salvador Allende, que buscaba integrar a niños de bajos recursos en aulas con alumnos de clase alta, centrándose en la amistad entre dos niños, Gonzalo Infante y Pedro Machuca. El film chileno, escrito y dirigido por Andrés Wood,fue estrenado en 2004.

 

El objetivo del programa era educar en la no discriminación al alumnado de ambas clases sociales, poniéndolos a todos en las mismas aulas para ser formados en inglés, ciencias, literatura, matemáticas… Sin embargo, el golpe de estado militar de Pinochet trunca el programa y cualquier intento del gobierno socialista de Allende de disminuir las diferencias sociales de clase, si es que esto era posible.

 

La amistad entre los dos protagonistas, Gonzalo Infante, de familia chilena burguesa muy bien acomodada, y Pedro Machuca, residente en una casa sin agua ni luz confeccionada a base de tablones y plásticos con un padre borracho y violento, surge a raíz de varios conflictos con los compañeros burgueses que no dejan pasar la ocasión de demostrar su condición de clase y avasallar al grupo de alumnos campesinos recién llegado al aula.

 

Durante esa amistad, los dos niños visitan sus respectivas viviendas, conocen a sus familias y sus realidades sociales. La relación la conforma un tercer personaje, Silvana, una adolescente vecina de Pedro, también de clase campesina y pobre. Los tres acompañan al padre de Silvana a vender banderas en las distintas manifestaciones a favor y en contra del gobierno de Allende, un reflejo de la polarización social y política que asediaba a Chile en los días previos al golpe militar liderado por el general Augusto Pinochet, en septiembre de 1973.

 

Es precisamente, este golpe militar el que interrumpe de forma dramática la amistad entre los tres amigos. El fascismo de cualquier gobierno de carácter militar se hace más que patente cuando los milicos se hacen con el control del colegio inglés, expulsan al padre McEnroe y a varios alumnos del centro, probablemente por ideario socialista de sus familias, y se militariza el colegio, cortándole el pelo a todos los chicos que los llevaban un poco largo, imponiendo un régimen militar a la educación del alumnado desde el terror y la violencia de las armas, puro reflejo de lo que supone cualquier sistema de gobierno en las antípodas de la democracia.

 

Pero lo más importante de Machuca es que no solo narra una historia de amistad en un contexto de convulsión política sino que también aborda un momento crucial de la historia chilena y un intento de cambio social a través de la educación. Cuando terminé de visionar la película dos ideas me quedaron meridianamente claras: la primera, una que por otro lado ya lo tenía perfectamente clara, es que cualquier gobierno de corte totalitario y fascista es el peor para una convivencia respetuosa con los derechos humanos y defensora de las libertades sociales y de ciudadanía, y la segunda, que la educación y, sobre todo, las oportunidades para acceder a ella, es un bien social básico que debemos potenciar frente a todos y a todo.

 

Sin educación, no hay futuro, no hay democracia, no hay respeto, no hay empatía, no hay derechos humanos. Por eso es tan vital preservarla y garantizarla desde muy pequeños a través de un acceso universal y gratuito. Solo las personas formadas pueden ser garantes de una sociedad justa y menos vulnerable a los intereses de los pocos tecnócratas abanderados del neoliberalismo que buscan una sociedad silenciosa y miedosa a la que manejar y dominar para salvaguardar sus feudos millonarios.

 

Mi duda era qué habría pasado con el protagonista, con Pedro Machuca, es decir, con Eledín Parraguez. ¿Habría cambiado su destino el haber formado parte del programa de educación del sacerdote Gerardo Whelan? La respuesta para mí satisfacción, es que sí. Todo cambió para él hasta tal punto de que de ser un miembro de una familia de once hijos de campesinos pobres, cinco de los cuales murieron muy pequeños, que crecían sin zapatos y a los que a veces el Estado regalaba unos plásticos para cubrir sus depauperadas viviendas, es decir, un niño que contaba con todas las papeletas de continuar en ese destino, estudió Pedagogía en la Universidad de Chile y, a fines de los 70, hizo un magíster en Educación en la Universidad de Portland, Oregón. Fue el primero de su familia en ir a la universidad. Y eso, gracias a su paso por el programa educativo del gobierno de Salvador Allende.

 

Según afirma el mismo Parraguez: “En 1971, salí al colegio Saint George’s. Mis valores los aprendí ahí. Por ejemplo, el derecho inalienable a la educación, aunque se haya nacido sin dinero”. En un artículo que se puede encontrar por internet (https://abe.cl/DOCUMENTO-Machuca.html) el personaje real de Machuca afirma “mi contexto sociocultural era muy deficiente, en mi casa no había libros, no se leía. Y si no fuera por mis profesores y los fathers, por esos hombres y mujeres que me acogieron y me enseñaron con paciencia, nunca habría cruzado la barrera. Jamás hubiera llegado a la universidad ni tendría este intelecto inquieto que me ha hecho superarme.”

 

“No creo y nunca he creído -continúa- que los estudiantes humildes sean menos inteligentes o menos capaces. Todo es cuestión de oportunidades y de condicionamiento cultural. La diferencia la dan las oportunidades.”

 

También yo lo creo. La importancia de la educación y de las oportunidades para todas y todos. Eso es defender los principios básicos sobre los que se debe cimentar una sociedad democrática. Ni más ni menos.

 

Josefa Molina

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