
Es Manuel Domínguez una persona afable, amante del cine y de los documentales que sobre Arucas tratan; una persona que ha convertido la generosidad y el respeto hacia los demás en una característica que no solo sabe poner en práctica magistralmente, sino que habita en sus genes desde hace años.
Que siga interesado en grabar los aconteceres cotidianos del municipio y que eche la mirada a un tiempo que se ha ido desvaneciendo, no solo lo fortalece, sino que contribuye a pergeñar una idea concreta de ciudad: es bueno que las nuevas generaciones conozcan momentos idos, de cuando la infancia y juventud del cineasta, por ejemplo, incluso, para que no crean que la ciudad se ha puesto en marcha con los jóvenes de ahora. Para bien o para mal los datos de la Historia reciente de la ciudad son los que son y ya no se pueden cambiar, pero sí conocer. Por eso el empeño de Manuel Domínguez, que es todo un experto en las redes sociales, al contar con múltiples colaboradores (sabe el realizador cinematográfico en todo momento qué voz, qué cadencia, qué imagen debe ir con cada recuerdo-noticia) viene a significar que cada uno es cada uno, donde decide presentar distintas versiones de los hechos acontecidos. Porque se trata de eso: de contar y de narrar como quien escribe, si bien, en esta ocasión, son las poderosas imágenes que en un tiempo fueron las que regresan a este tiempo actual donde casi todo es diferente.
El hecho de que Manuel Domínguez juegue con las imágenes no solo es un recurso de una manifestación que ha desarrollado plenamente, sino que, además, es la constatación de una vida, de unos momentos y de unos hechos que considera y valora en su justa medida. Y, lo mejor, que lo regala a la ciudadanía con el ánimo de que los haga suyos y que sepa y valore el patrimonio visual de una ciudad que, cuando tenía vida interior, en palabras de Rafael Álvarez, desarrollaba una personalidad acorde con una época que marcaba plenamente la vida cotidiana. No sé si fue una etapa mejor que la de ahora, me imagino que habría de todo, pero sí nos atrevemos a decir que fue la que se originó en aquellos tiempos que el director desea rescatar. Por eso Manuel Domínguez es amante de la memoria pasada y vivida, que se puede confundir con la nostalgia; sin embargo, tengo para mí que en su sinceridad permanente se atisba el deseo de recuperar una actividad que se hizo. Y ya está. Que no es poco. No sé si logramos explicarnos.
En cualquier caso, Manuel Domínguez es un tesoro que sobrevivirá a su tiempo pues él mismo se ha encargado de traspasar el instante, el tiempo y el momento, convirtiendo los actos cotidianos de una vida en extraordinarios. Y eso no solo es un logro, sino una meta, y tal vez un deseo, de quien sabe mirar más allá. Porque una cosa tenemos clara: su mirada no solo es una suerte, sino que nos enseña y retrata cuando el pasado regresa. Que es casi siempre.
A Manolo Domínguez lo veremos, como siempre, en la Plaza. Y eso es una inmensa suerte. Por eso le hemos dedicado una segunda brisa porque el tiempo, sencillamente, es una entelequia. Y porque se lo merece. Por supuesto.
Juan FERRERA GIL
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