Ella no es libre, él sí lo es. Se enamoraron sin buscarlo, inventando mil excusas para encontrarse como por casualidad y mirarse únicamente a los ojos. Pero es esta noche cuando deciden citarse por primera vez en un rincón convenido de la finca donde los dos trabajan.
Muy nerviosa emprende el camino de madrugada sin miedo a la oscuridad, guiándose por la tenue luz de la luna que, como un juego, se esconde y aparece tras una negra nube. Transita pegada a los muros de las fincas de plataneras que flanquean el camino, queriendo hacerse invisible, a lo que ayuda el ropaje negro y la pañoleta que cubre su cabeza.
La mujer se para breves minutos porque su corazón parece salírsele del pecho, no por el miedo a la oscuridad ni por aquel silencio, solo interrumpido por el grito de una lechuza, sino de júbilo, por el deseo de encontrarse con su enamorado, aquel que despertó en ella la ilusión perdida.
Al fin llega al sitio convenido y mira su alrededor, cubierto de sombras. Se arrebuja en su pañoleta y espera escrutando con ansia la oscuridad. Ya anuncian el amanecer los cantos de los gallos y él no acude a la cita.
Con el alma abatida y confusa, decide regresar a casa. Las lágrimas que mojan su cara no son de rabia por la traición, ni por haber sido tan ingenua de creer las palabras y promesas de un hombre embaucador. Llora porque aquel que ama le ha destrozado el corazón al pisotear algo hermoso y sublime que empezaba a renacer de nuevo, a pesar de no ser una mujer libre. El amor entre su esposo y ella hacía tiempo que había desaparecido, quedando sólo el vínculo convencional que él se niega romper, despreciando las lágrimas y ruegos de ella por absurdo y vengativo machismo.
Arrastrando los pies como arrastra su desengaño, va esquivando matas de plataneras para salir de la finca cuando tropieza con un bulto. Al agacharse y mirar da un grito desgarrador: es él. Ve sus ojos abiertos que mira, sin ver, retazos del amanecer entre las hojas de las matas, y su pecho ensangrentado donde sobresale la empuñadura de un cuchillo que reconoce como suyo, aquel que ella usa en los trabajos de la finca y ayer no encontró.
La mujer echa a correr despavorida temiendo que la venganza de su marido se vuelque contra ella.
Ya era mediodía cuando la Guardia Civil despliega una orden de busca y captura de aquella mujer como sospechosa de un crimen pasional.
Texto e ilustración: Juana Moreno Molina
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