Navegar

Javier Estévez

[Img #6052]Me preguntas por ese sueño que nunca realizaré, y me abro en canal para responderte: navegar en soledad. La imagen de un velero cruzando el mar a lo lejos, en la inmensidad azul, siempre ha despertado en mí una profunda sensación de libertad y de melancolía. Contemplar esa embarcación moviéndose con el viento me genera una nostalgia inmensa por la aventura, por escapar de las rutinas terrestres. Cada velero que diviso en el horizonte representa la posibilidad de partir, de explorar lo desconocido. Pero también me invade una melancolía contemplativa. La distancia hace que la embarcación parezca frágil, casi efímera, recordándome mi propia pequeñez ante la vastedad del océano y del tiempo. No te imaginas cuánto me fascina fantasear con quiénes viajarán a bordo, cuál será su destino y qué historias llevará ese barco tan pequeño y tan lejano.

 

Decía Platón que hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los que salen a navegar. Quizás porque quien se hace a la mar abandona por un tiempo la condición humana ordinaria para convertirse en algo distinto, en alguien que vive suspendido entre el cielo y el agua, entre lo conocido y lo incierto.

 

Imagino el placer de levar el ancla, desplegar las velas y sentir el empuje del viento. De avanzar dejando tras de ti una estela fugaz, alejándote no solo de la costa sino de la cotidianidad, de las preocupaciones que nos atan a tierra firme. De apreciar la isla desde la lejanía, su relieve transformado por la distancia; y comprender que cambiar de perspectiva es cambiar de vida.

 

Concibo el mar como fuente de serenidad, donde cada ola es una lección y cada temporal, siempre pasajero—de ahí su nombre—, una oportunidad para medir el carácter de los hombres.

 

Sueño con esas noches oscuras donde sólo las estrellas serían mi compañía y mi guía. Con mirar al cielo y descubrir en las constelaciones una geometría exacta y misteriosa que conecta mi pequeña embarcación con la inmensidad del universo. Con dominar el nombre de todos los astros, de todos los mares, de todos los cabos, puntas, bahías, ensenadas y fondeaderos. De todos los vientos.

 

Pero, sobre todo, sueño con ese silencio frondoso, con esa soledad que sería como una bienaventuranza. Lejos de lo banal, de lo irrelevante, de todo lo que nos impide escuchar el latido profundo de la vida. Allí, en medio del mar, sospecho que encontraría esas pequeñas cosas que nos acercan a esa extraña sensación que es vivir feliz y en paz.

 

Nunca saldré a navegar, es cierto. Y menos aún, solo. Pero este sueño me ha enseñado algo valioso: que no todos los viajes requieren zarpar. A veces basta con imaginar el viento en las velas, la estela en el agua y las estrellas como brújula para recordar que, dentro de cada uno de nosotros, hay un navegante esperando.

 

Pronto comprenderás que los sueños no realizados también nos transforman porque nos conectan con esa parte de nosotros que siempre busca horizontes nuevos. Aunque, quién sabe: quizás algún día me sorprendas y me invites a navegar, juntos y solos, mar adentro. En ti, todo es aún posible.

 

Javier Estévez

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