
“Cuando el pasadizo provisional de peatones cumplió metódicamente un nuevo papel siniestro y fúnebre, el Ayuntamiento había cambiado de alcalde: un antiguo militante de la Guardia de Franco, lleno de medallas compradas en tiempos numismáticos en el Pueblo Canario un domingo por la mañana, había alcanzado el poder.
Aquel partido, por llamarlo de alguna manera, nunca daba la cara: siempre contaba con gente del municipio que templara gaitas y demás desavenencias matrimoniales, pero en su frente y en primera fila los nuevos godos regresaron: una especie de matrimonio mal avenido, repleto de intolerancias y desmanes propios de hombres acostumbrados al ordeno y mando, donde la infidelidad se manifestaba en cualquier circunstancia y día, se había hecho con la alcaldía. Como querían imitar a sus correligionarios norteamericanos y rusos, ahora tan bienavenidos que se soportaban en su intransigencia y en sus atrevidos negocios, no dudaron en tirar de aquel vestigio de alcalde decimonónico para sus planes de cambiar la política local.
Daremos cuenta de esta nueva y oscura etapa, conocida como El Pasadizo.”
Juan FERRERA GIL
































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