Le gustaban las flores vivas, de colores, delicadas, las plantas en sus macetas, no las flores muertas que se ponen en agua, en jarrones, como un ramo que termina secándose, mustio, deslucido. Por eso, cuando nos dejó, aparecimos en tromba y le llevamos siempre vivas, lirios, azucenas, orquídeas, asclepias, margaritas, fragante jazmín, rosas, hortensias, amapolas… , siempre en tierra o agua para que nunca se marchitaran, y las pusimos a su lado. Nada de las consabidas coronas ni de los grandes ramos que suelen adornar esos tristes lugares, a donde vamos a despedirnos de nuestros seres queridos.
Olía muy bien la estancia. Y se respiraba el amor que sentíamos por ella, el mismo que nos transmitió con su mirada serena, alegre, vital, su voz clara, como el agua limpia, transparente, su cuerpo pequeño dotado de grandeza y ese don suyo para conquistarnos con la personalidad genuina que la naturaleza le había dado.
Uno de mis grandes amigos, al cual tuve la suerte de tener como alumno en el Instituto de Gáldar, era su pareja y, cuando ella empezó a soñar que volaba hacia el infinito, nos dijo que él la veía como una crisálida que muy pronto se convertiría en linda mariposa, bella metáfora que nos llegó al alma.
Por esa razón le resultó mágico el hecho de encontrar en una de sus plantas, la asclepia para más señas, una mata en la que suele producirse este fenómeno, a una larva de mariposa monarca que apareció como por ensalmo en una hoja verde.
Se sorprendió. Como les pasó a la madre y a la hermana de nuestra querida amiga, que fueron, junto a él, quienes la cuidaron con devoción. Los tres, que se entregaron de lleno a atenderla, lo sintieron como una especie de milagro natural, algo que les hizo pensar en el ciclo de la vida, tan sencillo como complejo, al tiempo que consideraron la idea de la inexistencia, de la inminente parca que nos visita a todos por parejo sin ningún tipo de distinción.
Cuando nos comunicó lo que estimó como un milagro natural, también nosotros, toda la pandilla de amigas y amigos, nos sorprendimos muchísimo, pues nos pareció una maravilla que lo que él había dicho se tradujera en algo tan real como hermoso.
Igual de hermosa fue la despedida que le brindamos a nuestra querida amiga, a la que nunca dejaremos de echar en falta y que, en esencia, siempre estará entre nosotros.
Como oruga era preciosa,
un duende de dos colores
que en una planta brotó,
igual que una de sus flores.
Ya convertida en crisálida,
natural, tierna, armoniosa,
poco a poco se trocó
en excelsa mariposa.
Y después, desplegando sus coloridas alas, se echó a volar.
Texto: Quico Espino
Fotografías: Saulo Ruiz Díaz y Waldo Oliva Flores
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