El Corpus Christi de Teror

Existió en Teror una Cofradía del Santísimo Sacramento que rindió cuentas el 7 de septiembre de 1638, por lo que sus inicios deben ser anteriores.

José Luis Yánez Rodríguez Domingo, 22 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:
PROCESIÓN DEL CORPUS EN TEROR CON LA CUSTODIA DE DOÑA PURAPROCESIÓN DEL CORPUS EN TEROR CON LA CUSTODIA DE DOÑA PURA

Las Fiestas del Corpus tienen una presencia muy antigua y solemne en la Villa de Teror. Ya en siglo XVII el obispo Cristóbal de la Cámara y Murga había señalado cuál debía ser el itinerario de su procesión “porque se hacía por muchos caminos con grande incomodidad, mandamos que de aquí adelante la dicha procesión se haga saliendo de la iglesia la plaza adelante, a entrar por la puerta principal y que estos días se tengan estos caminos por donde ha de pasar limpios y enramados”

 

Es por tanto costumbre antigua y muy respetada por el pueblo que a fines de la Guerra Civil la adornó con otro aditamento que vino a exaltarla aún más y la configuró tal y como la conocemos. La solemnidad que las alfombras añadieron a esta festividad desde su primera realización en 1940, ha sido una de las razones para que, pese a múltiples inconvenientes, se sigan realizando como una manifestación entrañable y a la vez solemne de la fiesta de la Eucaristía en la Villa de Teror.

 

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Tal como describe el cronista Vicente Hernández, una imposición de Diego Pérez de Villanueva ante el Escribano Público Alonso Pérez en 25 de julio de 1631, deja una limosna de diez reales por una misa cantada el día de Corpus en la Villa.

 

De hecho, existió en Teror una Cofradía del Santísimo Sacramento que rindió cuentas el 7 de septiembre de 1638, por lo que sus inicios deben ser anteriores. Asimismo, aparece el dato de que Cristóbal de Vergara en 1544 impuso sobre tierras del Cortijo de Osorio un tributo perpetuo de una dobla al año para dicha cofradía. También el cura de Teror Juan Rodríguez de Quintana, fundó en 1714 un vínculo perpetuo con la obligación de que en la Octava del Corpus se había de exponer el Santísimo desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde y que la iglesia se había de encender y poner en el altar diez velas de a libra; así como cuatro hachas y doce codales para los ciriales en la procesión alrededor de la iglesia.

 

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La Cofradía del Santísimo Sacramento pasaría a denominarse posteriormente como Hermanos de la Esclavitud y Confraternidad del Santísimo Sacramento. La renovación de los cargos por elección se realizaba el Domingo infraoctavo del Corpus; y los hermanos debían costear la fiesta del Santísimo Sacramento, sermón y procesión.

 

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LA TARASCA DE LA PROCESIÓN DEL CORPUS

 

De esta procesión nos deja diversos datos a fines del XIX, el memorialista Domingo José Navarro, cuando describe los muchos cambios habidos en la misma desde fines del XVIII y nos dice que en “ella abrían la marcha dos gigantones y otros dos más pequeños que daban implacables manotadas á los que nada les ofrecían: venía después la Tarasca con su enorme boca abierta; seguían los Matachines infundiendo terror y en pos de ellos los Diablillos haciendo mil travesuras. Después de estandartes y cruces, llamaban la atención todos los santos patronos de los conventos, iglesias y ermitas; y últimamente, delante del trono del Santísimo, la Confraternidad de San Telmo que vestida de gala y con las espadas desnudas, ejecutaba en cada parada una danza en la que hacía con las espadas diversas figuras. El sabio Obispo Sr. Tavira, en fin del siglo pasado (siglo XVIII), dio á la procesión de Corpus la seria solemnidad que actualmente tiene”

 

En Doñana, pago de la raya de Arucas, fronterizo al Palmar de Teror tenemos el topónimo de el Lomo de la Tarasca, que nos recuerda esta parte perdida de las antiguas procesiones del Corpus isleño.

 

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Contaba una leyenda que en la región francesa del río Ródano existía antiguamente un dragón que aterrorizaba a todos los habitantes de la zona. A este monstruo se le llamaba Tarasca por la ciudad de Tarascón, en cuyas cercanías se encontraba el bosque en el que vivía. A Santa Marta, sigue diciéndonos la leyenda, le suplicaron ayuda, a lo que ella accedió. Con una cruz y agua bendita dominó al monstruo al que trasladó hasta Tarascon donde le dieron muerte. Desde entonces, el dragón es el símbolo de esta ciudad y de Santa Marta. Basándose en esta leyenda se generó la costumbre de acompañar determinadas procesiones religiosas, sobre todo la del Corpus, de una representación del monstruo legendario dominado por la santa, representada en la misma por una joven o niña.

 

La forma de cabeza de lagarto o serpiente cornuda que tiene este lomo pétreo de la finca de Doñana, que hasta hace algunos años en que los árboles cercanos no tapaban su visión se podía contemplar desde todo el barrio, determinó la denominación del mismo y que está prácticamente perdida ya en la actualidad.

 

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LA CUSTODIA DE DOÑA PURA

 

En 1943, Pura Bascarán, hija de José Bascarán y Federic, que había ocupado los cargos de subsecretario del Ministerio de la Guerra y la jefatura de la Casa Militar de Alfonso XIII, y de Adelaida de Reina y Visset-Fernández de Córdoba; y ya viuda del canario Sixto Fernando del Castillo y Manrique de Lara con quien había casado el 21 de junio de 1915 en la madrileña parroquia de la Concepción; regaló a la Basílica del Pino en Teror una de las mayores joyas en valor material de todas las iglesias de Canarias: una custodia de oro, platino y piedras preciosas realizada por la Casa Granda en Madrid y valorada en un millón de pesetas de entonces.

 

Pura de Bascarán tuvo desde su llegada a la isla una cercanía que se transformó en una fortísima devoción hacia Teror y la Virgen del Pino y las idas y venidas a la casa de su propiedad en la esquina entre la plaza y la calle de la Herrería se convirtieron en algo muy frecuente en los que doña Pura se vio como uno de tantos de los que gustaban acercarse a Teror a lo largo del año. Este fervor aumentó considerablemente a raíz del fallecimiento de su marido el 8 de agosto de 1941; momento en el que la vida de Pura Bascarán se acercó mucho más a la religión y a las obras de beneficencia. El matrimonio no tuvo hijos a los que legar; por lo que poco tiempo después de la muerte de su marido comenzó a reunir las joyas de su pertenencia para renunciar a ellas y hacer una valiosa ofrenda a lo que se llamaba “Tesoro de la Virgen”. Y de esa manera surgió una fabulosa custodia de estilo renacentista fabricada en los talleres del sacerdote señor Granda en Madrid el año 1942. Los talleres Granda, dedicados a esta tarea desde 1891, realizaron el encargo de unir en esta única ofrenda todos los objetos valiosos que para ella significaban momentos relevantes en su vida y sobre todo en su relación matrimonial. En aquel extraordinario exvoto se unieron “la cruz de zafiros que él quiso para ella en las bodas de plata; los pendientes de brillantes; y el brillante que siempre fulgía en la corbata; también los brillantes de los gemelos; el topacio del anillo que hasta hace meses siempre llevó la esposa; el collar de perlas; un regalo de los Reyes en el día de bodas ;tres topacios que no pueden valorarse por su antigüedad y labrados; zafiros, innumerables brillantes arracimados alrededor del viril, temblorosos de luz; la maravilla cegadora de dos grandes brillantes solitarios, fúlgidos como soles; perlas, muchísimas perlas, todo el hilo que, años tras años, perló la garganta de la dulce compañera se desgrana para nutrir, por gracia y genio del arte, infinitos racimos de uvas perleras en la custodia. Esta es la historia tejida de sentimientos. Fino ha estado el orfebre, es verdad, pero más fino orfebre ha sido la donante que ha labrado, también, una custodia de recuerdos”. Bajo la base, iba inscrita una leyenda: “Acuérdate, Señor, de tus siervos Sixto y Pura”; y aunque la identidad no se hizo pública, con la importancia de la obra era imposible no saberlo en la sociedad grancanaria de entonces.

 

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La custodia entregada a la Virgen del Pino en el Día de las Marías de 1943 y se dieron datos equívocos sobre la fecha de su bendición para no dar a la misma, una brillantez no deseada por la donante. El domingo, 19 de septiembre de 1943 una peregrinación de la juventud de Acción Católica, llegó a la Villa de Teror en una jornada dedicada a rogar por la paz en aquel mundo inmerso en la Segunda Guerra Mundial y a la Consagración de la parroquia de Nuestra Señora del Pino al Inmaculado Corazón de María, que se llevaría a cabo en la tarde de aquel día, con un sermón pronunciado por el magistral de Canarias Juan Alonso Vega y el acto de la propia consagración. Sin más honores ni reconocimientos. Tal como lo quería ella.

 

La custodia de doña Pura fue uno de los objetos más estimados, reconocidos, valorados y visitados del Camarín; y majestuoso centro de las celebraciones del Corpus en los años siguientes. Su historia terminó en la madrugada del 16 al 17 de enero de 1975; cuando los ladrones se la llevaron del Camarín de la Basílica donde había permanecido durante 32 años.

 

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LA FIESTA DE LAS ESPIGAS

 

La Fiesta de las Espigas era una fiesta de adoración eucarística, instaurada a principios del siglo XX, que se celebraba alternativamente cada dos años en Los Arbejales y en El Palmar, efectuándose la vela nocturna respectivamente en cada barrio.

 

Tras una noche de vela por parte de los miembros de la Adoración Nocturna el pueblo asistía a un recorrido de Jesús Sacramentado por los caminos de los campos terorenses en acción de bendición de los mismos y agradecimiento a Dios por las cosechas. La participación de los vecinos era multitudinaria: se barrían los caminos, se adornaba el recorrido y se alzaban pequeños altares de descanso de la Eucaristía. Tenía además esta fiesta una esencia que la unía, la vinculaba con la tierra y sus productos con “todo lo que Natura cría”, en la evocación y celebración de lo que el campo producía, gracias a la intervención divina en cada lugar.

 

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La fiesta se convertía así en una oportunidad para cantar la agricultura y llamar al hombre a una dedicación cordial y laboriosa a los cultivos ya que a fin de cuentas venían de la misericordia de Dios y a Él volvían.

 

Era una fiesta de popular y sentida presencia de Dios en la agricultura y la ganadería; por eso la gente participaba.

 

Fue instaurada a raíz de la aparición en las islas del movimiento de la Adoración Nocturna; que conforme al artículo primero de sus estatutos por fin esencial vivir la Eucaristía adorando y velando comunitariamente de noche ante Jesús Sacramentado.

 

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Tal como nos describió en su estudio sobre esta congregación el arbejalense Eleuterio Jesús Santana Deniz, apareció en “tiempos del Obispo Padre Cueto, con una primera vela en la Iglesia de Nuestra Señora de la Luz del Puerto en la noche del 24 al 25 de julio de 1906 y tuvo su fundación en Teror con la primera vela del 30 de noviembre al 1 de diciembre de 1907”

 

Era una fiesta singular, fraternal, de unión con la naturaleza y con el campo, en la que la tierra era la gran protagonista. Por eso se bendecía.

 

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Francisco González Díaz la describe de esta manera en su libro “Teror” de 1918.

 

Ésta es una fiesta hermosa, celebrada al amanecer, entre dos luces. Los adoradores nocturnos han velado al Santísimo Sacramento. El día les sorprende sobre sus reclinatorios en lucha con el sueño que les persigue e invade. La palidez del alba penetra por la lumbrera de la diminuta ermita del Palmar, donde se ha realizado el acto de la adoración. Mientras los congregacistas velaban y oraban, el campo dormía sin dejar de estremecerse con esas intensas palpitaciones y sobresaltos que lo recorren durante el reposo en las sombras. Los gritos misteriosos de la noche, las alertas de los seres que no duermen o que duermen poco y mal, acompañaban la vigilia litúrgica. Otros también velaban fuera, ocupados en adornar los caminos y erigir los altares para la mayor gloria de Dios que, sacramentado, en el esplendor supremo del símbolo, será conducido procesionalmente y levantará su inmortalidad sobre la vida, cuando luzca la primera sonrisa de la aurora... Los gallos suenan sus clarines...

Todo el trayecto que ha de recorrer la procesión, está engalanado con ramajes, flores y palmas. Cada dos pasos hay un altar coronado de espigas, lleno de ofrendas de frutos. Es un ofrecimiento, un arrodillamiento de la criatura humana, y de las cosas que solo por delegación le pertenecen, fronte a la Providencia, frente a la Omnipotencia.

Allí están las primicias y las albricias de junio. Han porfiado los campesinos en el empeño de empavesar la vía triunfal abierta al rey de reyes. Cuanto Natura cría por su propia virtud, mediante el estímulo del esfuerzo vivificador y la ayuda del Todopoderoso, se da en tributo sobre las aras perfumadas, entre el último suspiro de la noche y la primera mirada radiosa del día.

Desde la alborada, acude el gentío de los pueblos próximos, y también de los “pagos” lejanos. Hormiguea en los atajos y veredas; avanza cantando loas, saludando a la mañana. Teror entero, que no ha dormido, corre hacia el Palmar, escenario de la fiesta.

La carretera ofrece el aspecto de un ferial animadísimo. Y la procesión matutina, apoteosis de la naturaleza en honra de Dios creador y misericordioso, se aleja magestuosamente, y se disipa como un relámpago de gloria.

La Custodia brilla como un sol sobre los campos, antes que el sol aparezca en los cielos”

 

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El Corpus por las campesinas veredas de Teror.

 

Y hoy calle de La Herrería arriba, pasando junto a seculares edificaciones que van desde la casa de las Hijas de la Caridad, la de los hojalateros tradicionales de la villa hasta Casa Parroquial.

 

Precisamente, fue junto a esta última cuando en el Corpus de 1907 el cura de entonces, Judas Antonio Dávila Hidalgo, portando la custodia, sufrió un desvanecimiento entre el mareo y el sofoco del calor; que alertó a toda la feligresía de la parroquia de Nuestra Señora del Pino donde estaba desde el 22 de enero de 1874 como coadjutor y luego como cura propio.

 

Aquel incidente significó la manifestación de una enfermedad, que causó su fallecimiento al año siguiente.

 

Durante mucho tiempo, el pueblo de Teror lo contó como anécdota y también como recuerdo de un sacerdote que, pese a su malestar, siguió cuesta arriba portando la custodia del Corpus Christi y dando gloria a aquello en lo que creía.

 

 

José Luis Yánez Rodríguez

Cronista Oficial de Teror

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