No era el camino más común, pero sí uno lleno de promesas y también de incertidumbre. De Cercado Grande al nuevo mundo.
Crecieron juntos en una casa humilde de Ingenio. Junto a ellos estaban Filomena, la única hermana, y Cristóbal,
… el más pequeño. Su vida giraba en torno al campo, al trabajo duro desde niños, a las mañanas frías de invierno y a las tardes de siembra bajo un sol que quemaba. Eran tiempos duros, pero también de mucho cariño familiar.
La partida no fue improvisada. Según recuerda Alexis, los tres hermanos mayores esperaron pacientemente a que Cristóbal fuera bautizado, algo que ocurrió alrededor de 1907 o 1908.
Quizá ese gesto simbolizaba un adiós solemne, una forma de dejar algo de sí mismos antes de irse.
Se despidieron con la ilusión de volver algún día. O al menos de mandar dinero. Pero aquel fue el último momento en que los cinco hermanos estuvieron juntos.
Nueva York: promesas y soledad.
Nueva York no resultó fácil. Aunque era una ciudad llena de movimiento, con edificios altos, fábricas ruidosas y muelles llenos de vida, también podía ser muy cruel con quienes no tenían ni dinero ni contactos. El Pánico de 1907 había dejado a miles de personas sin trabajo, y los inmigrantes eran los primeros en pagar el precio.
De los tres hermanos, solo Victorino escribió. Sus cartas, conservadas durante décadas, hablan de nostalgia, de frío, de añoranza por el sol de Gran Canaria. Y también de orgullo por seguir adelante, aunque fuera solo por los demás:
«Querida familia: no imaginan el frío que aquí se pasa, llueve mucho. A veces añoro el sol de nuestra tierra. Pero sigo adelante…»
Curiosamente, era desde Gran Canaria, dentro de sus propias carencias, que la familia le enviaba pequeñas sumas de dinero para ayudarle a sobrevivir. Victorino permaneció en Nueva York toda su vida. Murió sin descendencia, rodeado de recuerdos y cartas, pero jamás volvió a ver su tierra.
El reencuentro fugaz.
Victorino, José y Dionisio coincidieron brevemente en Nueva York tras la llegada. Pero aquel encuentro fue único. Pronto, Dionisio y José desaparecieron del mapa. Ni cartas, ni registros, ni testigos. Solo el silencio. Familiares y amigos transmitieron de generación en generación la versión de que ambos murieron en una riada provocada por una tormenta en la ciudad, aunque no hay documentos oficiales que respalden esta hipótesis.
Lo cierto es que ninguno de los dos dejó descendencia. Su paso por América quedó reducido a un nombre en una lista de pasajeros, a un rumor entre parientes, a una ausencia imposible de llenar.
Filomena: la raíz que permaneció.
Mientras tanto, en Ingenio, Filomena decidió quedarse. Se hizo religiosa en las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y dedicó su vida al servicio y a la oración. Nunca olvidó a sus hermanos. Años después, ya anciana, aún recordaba con tristeza aquella despedida en Cercado Grande.
Falleció en 1969, llevándose consigo uno de los últimos hilos vivos que conectaban a la familia con aquellos días previos a la partida. Su vida, discreta y entregada, fue el ancla que mantuvo arraigada en Gran Canaria la memoria de quienes se fueron.
La emigración canaria: un puente entre dos mundos.
La historia de los Caballero Guedes no es única. Es el reflejo de tantas otras familias de Ingenio, de Gran Canaria, que vieron partir a sus seres queridos hacia destinos inciertos. Algunos regresaron años después con algo de fortuna; otros simplemente desaparecieron. Muchos murieron sin volver, sepultados por el anonimato de una ciudad que no los conocía.
Pero estas historias, aunque escritas en silencio, no deben perderse. Hoy, gracias a cartas guardadas en cajones, a relatos transmitidos de boca en boca y a investigaciones como la de Alexis Ruano Caballero, empiezan a recuperarse. Son piezas valiosas de una identidad colectiva que se construyó también en la distancia, en la espera y en el recuerdo.
Un eco en la memoria.
Victorino, Dionisio y José no están en los libros de historia. No hicieron fortunas ni protagonizaron hazañas. Pero su partida, su lucha, su silencio, forman parte del alma de Ingenio. Gracias a las cartas de Victorino y al esfuerzo de Alexis por reconstruir el pasado familiar, su historia sigue viva. Porque hay viajes que no terminan en puertos, sino en memorias. Y familias que, aunque separadas por océanos, siguen unidas por el hilo invisible del recuerdo.
Esta crónica se basa en las cartas enviadas por Victorino Caballero Guedes desde Nueva York, fechadas entre 1929 y 1968, y en la memoria oral transmitida por Alexis Ruano Caballero, sobrino nieto de los hermanos emigrados. Estas cartas, junto con documentos religiosos conservados por la familia, entre ellos los libros personales de Filomena, han sido cuidadosamente preservados como testimonios de una época y de una experiencia vital.
El origen de este relato fue casual: durante una conversación sobre historia local con mi amigo José Ruano Hernández, fallecido ya, apasionado de la historia de Ingenio, me comentó que unos tíos de su esposa habían emigrado a Nueva York.
Dejamos el tema ahí, como tantas veces ocurre. Años más tarde, estudiando fenómenos de emigración canaria, recordé aquella anécdota y le pregunté a su hijo, Alexis Ruano Caballero, quien amablemente me proporcionó toda la información, cartas y detalles necesarios para poder reconstruir la historia con fidelidad y respeto.
Este artículo es también un homenaje a José Ruano Hernández, cuya curiosidad histórica sembró la semilla de esta investigación, y a Alexis Ruano Caballero, garante de la memoria familiar y puente entre dos mundos, el que se fue y el que quedó.
Juan Vega Romero
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