Bombas
Asegura su amigo que la historia de la humanidad nunca fue la misma a partir de entonces. Trinity. 16 de julio de 1945. Alamogordo, Nuevo México. El átomo se divide y libera una cantidad insólita de energía. El desierto se ilumina como si mil soles lo alumbraran. Oppenheimer, al presenciar la explosión, recuerda las palabras del Bhagavad Gita: "Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de dos mundos". Little Boy. 6 de agosto de 1945. 15 kilotones sobre Hiroshima. El mundo tiembla. 3 días después, Fat Man. 21 kilotones sobre Nagasaki. La inocencia muere. Los científicos entienden lo que han creado. Prometeo ha entregado el fuego definitivo. Ya no hay vuelta atrás. La escalada. La Guerra Fría. El miedo. 1952: Ivy Mike. 10.4 megatones. La fusión nuclear desata el infierno. 1961: La Bomba del Zar. 50 megatones. El cielo se raja. Las ventanas estallan a 900 kilómetros. Sakharov observa su creación. Después buscará la paz. Demasiado tarde. El genio ya salió de la lámpara. Los arsenales crecen. Miles de ojivas. Suficientes para borrar la civilización. Y varias veces.
Pero hay explosiones más devastadoras. Un martes cualquiera. Un hospital. Un pasillo blanco. Un médico con bata que camina lento. "Lo siento mucho." Tres palabras. Más destructivas que todas las bombas juntas. Su mundo se desintegra. No hay epicentro. No hay zona cero. Solo vacío. Ella es el amor de su vida. Su universo. Su norte. Desaparece. La explosión no se ve. No rompe ventanas. No forma hongo nuclear. Pero arrasa todo. Para siempre.
Los científicos miden kilotones. Megatones. Radiación. Daño colateral. Nadie mide el dolor humano. Nadie calibra la devastación del adiós. No existe escala para medir el silencio eterno. Las bombas nucleares cambiaron la historia. Dividieron el tiempo en antes y después. La muerte hace lo mismo. Pero en un solo corazón. Trinity abrió la era atómica. La muerte de su mujer abrió la era del vacío insoportable. "Imagínate lo que ocurrió en mi interior. Ni la suma de todas las bombas nucleares”, le dijo. Su vida nunca fue igual desde entonces.
Javier Estévez
































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