
En el dormitorio en penumbra suena el despertador. Son las 07:00 h. a.m. Elena con cara soñolienta y renegando del nuevo día de trabajo, va a levantarse. En ese momento, Marcos, su marido, entra en la habitación con una bandeja. Le trae el desayuno y le dice que ya se lo dio a los niños, les vistió para ir al colegio y que él lo llevará hoy.
Le da un beso en la frente, le sonríe con una mirada tierna y se despide.
Ella desde la cama le mira irse, asombrada pero encantada. Oye la voz del padre diciéndoles a sus dos hijos que no pasa nada, que hoy les llevará él antes de ir al Banco, que mamá está bien.
Elena se extraña de esas frases, pero se encoge de hombros y disfruta del inesperado desayuno.
Ya vestida va a salir a la calle. En la entrada, el portero del edificio le saluda y se despide con una sonrisa dulce y angelical. Su mirada está ida. Elena le responde con un saludo y extrañada mira de vez en cuando para atrás mientras camina. El portero nunca había sido tan amable.
Llega al coche, al que encuentra limpísimo. Se extraña pues no recuerda haberlo limpiado desde hace un mes. Ya es un claro mosqueo el que tiene.
Por la calle, mientras conduce camino a su puesto de administrativa en la oficina de Hacienda en Las Palmas, la gente le sonríe con la mirada tierna, pero igualmente ida. Esto la desconcierta aún más. Sigue conduciendo y pronto olvida lo sucedido.
En un cruce, el guardia le cede el paso con prioridad sobre los demás coches. Ella baja la ventanilla para agradecérselo, pero se contiene cuando observa en el guardia la misma expresión alienada que los demás.
Fija la vista en la carretera y conduce sin mirar a los lados. Está preocupada. No entiende lo que está pasando.
Al entrar en Hacienda, la gente que allí se encuentra va dejando sus actividades y le saluda con la misma sonrisa perdida.
Camina apretando el paso. Desea llegar cuanto antes a la oficina. Ver a los de siempre que no le han hecho caso nunca. Al llegar, se para, cerrando la puerta a su espalda. Suspira de alivio. Ahora todo volverá a la normalidad.
Pero se equivoca. Sus compañeros hacen lo mismo que las personas de la primera planta. No puede creerlo. El Jefe de Personal llega en ese momento y Elena, con un gesto conciliador, pues sabe la mala uva que tiene, le pregunta que qué sucede, si hay un cumple o algo así y ella no se ha enterado.
El Jefe, poniendo la misma cara de santo que los demás, le dice que no se preocupe, que no pasa nada, que se vaya a la cafetería. Le da un tiempo de descanso extra pues la nota algo agitada. Ella intenta protestar: ¡No, no estoy cansada! Yo sólo..., pero la corta cogiéndola amistosamente por el brazo, le da palmaditas en la espalda y le repite mientras la conduce a la puerta: ¡No pasa nada!... ¡No pasa nada!
En la cafetería, el camarero que le atiende tiene la misma expresión que todos. Francamente nerviosa, coge el móvil y llama a su marido al Banco. Cuando se pone, le habla atropelladamente de lo sucedido. Su marido, le dice palabras que la tranquilizan y Elena se va calmando hasta que Marcos, en medio de la conversación le dice: ¡No pasa nada, cariño!. Elena mira con horror al teléfono y lo suelta como si le quemara.
Va a salir precipitadamente de la cafetería, pero se acuerda que no ha pagado. Regresa y va a la barra, pero el camarero le indica con un gesto que no le va a cobrar. Elena mira a su alrededor y se da cuenta que todos los clientes la observan y le sonríen.
Sale de la cafetería como alma que lleva al diablo.
En la calle, camina con la vista fija en el suelo, sin rumbo. Sin saberlo, va en dirección a la Fuente Luminosa. En el semáforo, se da cuenta que los coches han parado dándole paso, aunque está en rojo para los peatones y al mirar ve que todos ellos le sonríen con la misma expresión alienada.
Hastiada e histérica les grita que qué les pasa a todos, que la dejen en paz, que la broma ha ido lejos…
Los conductores y sus acompañantes van saliendo de sus coches y sonriendo se le acercan lentamente. Elena se asusta y retrocede dando un traspiés. Cae al suelo y todos la van rodeando, todos con la mirada fija, todos con la sonrisa en los labios. Entre la gente, Elena distingue al portero de su edificio, al guardia de tráfico, a su Jefe... Todos le repiten una y otra vez mientras la van cercando: ¡No pasa nada! ... ¡No pasa nada!... ¡No pasa nada!
Elena se tapa los oídos y chilla de terror.
En su dormitorio, Elena se despierta bruscamente, gritando, agitada y sudorosa. Se calla cuando se da cuenta de dónde está. Su marido, que se ha despertado con los gritos, le observa con cara de susto. Elena respira hondo y sonríe. Ha sido sólo una pesadilla.
Desconcertada aún, pero sonriendo, le cuenta el sueño a su marido sin mirar para él, pero siente su mano acariciándole el cabello. Cuando se gira para mirarle, observa horrorizada que su marido tiene la misma expresión alelada que en el sueño y mientras le acaricia, le dice sonriendo: ¡No pasa nada, cariño!... ¡No pasa nada!
Alberto García Miranda
































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