Microrrelatos. Peces de colores

Jorge no entendía por qué los adultos no hacían nada mientras aquellos bonitos peces se apilaban en los tejados de las casas y en la plaza, inertes, sin vida. Así que decidió hacer algo por ellos.

Olga Valiente Miércoles, 11 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

Jorge pasó toda su vida viendo peces en el aire.

 

Su madre decía que era su imaginación. Su padre lo tachaba de tarado y culpaba a las malas compañías. En el pueblo, simplemente lo ignoraban, como hacían siempre con todo lo que incomodaba, llamándolo “demente” cada vez que lo veían.

 

Pero a él no le importaba. Él veía peces de diferentes colores: dorados, cuando volaban al rededor de los enamorados que se sentaban en la plaza; blancos, revoloteando sobre las cabezas de los que se encontraban tristes y solos; verdes, sobre aquellos que acababan de recibir una buena noticia y andaban sonriendo; y negros sobre los que estaban enfermos.

 

Pero el día del accidente todo cambió. Aquel 4 de febrero, cuando el pesquero chocó contra las rocas y sus tripulantes fallecieron, los peces cambiaron. Los que antes brillaban y cambian de color según el estado de ánimo, se volvieron opacos, lentos, casi inmóviles, debido a la tristeza en la que se sumió casi todo el pueblo.

 

Jorge no entendía por qué los adultos no hacían nada mientras aquellos bonitos peces se apilaban en los tejados de las casas y en la plaza, inertes, sin vida. Así que decidió hacer algo por ellos.

 

Decidió salir a pasear cada tarde en busca de aquellos que aun mantuvieran peces volando a su alrededor, pese a que estuvieran apagándose. Cuando los veía se les acercaba y les sonreía; a veces, se sentaba junto a ellos en silencio, haciéndoles compañía. Hasta que veía que uno de los peces comenzaba a brillar de nuevo.

 

Se dio cuenta de que con un simple gesto de su parte, podía provocar una sonrisa en el prójimo. Sin necesidad de palabras, solo con su presencia. Así que se dedicó en cuerpo y alma a intentarlo de nuevo. Cada tarde, cada día. Uno a uno.

 

Poco a poco los peces fueron recuperando su esplendor, y el pueblo fue abandonando la tristeza para volver a sus quehaceres diarios.

 

El día que logró que el último de aquellos peces apagados se alejara volando hacia el horizonte, Jorge se quedó mirando el cielo, feliz, porque donde antes había dolor ahora volvían a crecer peces voladores de colores.

 

Olga Valiente

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