LA BRISA DE LA BAHÍA (234). Hamnet, de Maggie O´Farrel

Estamos ante una escritora más que solvente y dispuesta a acentuar su presencia más o menos constante.

Juan Ferrera Gil Lunes, 09 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

Cuando los detalles personales obedecen a una característica familiar de los personajes novelescos (Maggie O´Farrell, Hamnet, Libros del Asteroide, Barcelona, 2020) nunca pasan inadvertidos para la escritora que, en esta ocasión, sitúa en su correspondiente momento. Así, desde el capítulo uno, aparece una característica del personaje que después se verá que tuvo su origen en su padre: le ocurría lo mismo. Y esta manera de escribir de la escritora irlandesa viene a sostener que estamos ante una creadora que sabe construir perfecta y adecuadamente sus historias. Y lo que bien pudiera pasar inadvertido para unos lectores, para otros, en cambio, será altamente significativo, donde las palabras dicen lo que dicen y es necesario y adecuado tenerlas todas en cuenta. Difícil tarea. Se comentan tantas cosas en una novela que guardarlas todas ellas en la memoria, al menos para nosotros, resulta tarea complicada. Sin embargo, hablaremos de algunos detalles.

 

Y todo viene a cuento de la personalidad de Hamnet y su facilidad para distraerse, para quedarse embelesado en un sonido o en una imagen. Es significativo en el segundo capítulo, 15 años antes de la narración más o menos lineal, cómo su padre queda ensimismado y atrapado al asomarse y mirar por la ventana. Se olvida incluso de la clase que imparte a los niños de Hewlands en ese instante. Es la misma situación que dejaba suspendido a Hamnet, que lograba desvanecer el tiempo y el escenario a su antojo. La mirada de su padre (“el viento acaricia la masa de hojas, la riza y alborota; cada árbol responde a las atenciones del viento a su propio ritmo, ligeramente distinto que el de sus vecinos, doblando las ramas, sacudiéndolas y agitándolas como si quisiera liberarse del aire, incluso de la tierra que lo nutre”, p. 38) tiene relación con el aire que se respira en el cuadro Las Meninas de Velázquez. Cuando le preguntaron a Salvador Dalí qué cuadro salvaría ante una triste eventualidad, contestó, sin ambages, “el aire que hay en Las Meninas” (escuchado en un programa de radio). Pues bien, consideramos que este pasaje de Maggie O´Farrell habla de lo mismo, pero de otra manera: pinta con palabras. Y todo “le recuerda el decorado de fondo de un teatro” (p. 38). Por allí se cuela, por “las rendijas de la ventana” (p. 39) la letanía de los verbos de sus alumnos.

 

En tiempos distintos, sirve para hacer sentir que la mirada es una sola.

 

Además, las enumeraciones caóticas que la novela aporta, todas ellas vienen a desembocar, en el caso del padre de Hamnet (más de veinte acciones) en lo mucho que echa de menos a sus hijos, en aquellas personas a quienes manda su cariño y le gustaría besarles la cara: no ve el momento de volver junto a ellos.

 

La historia, perfectamente hilvanada desde el principio, intercala dos situaciones o realidades: por un lado, las vicisitudes de Hamnet y de su familia en el presente, y, por otro, al transcurrir la acción 15 años antes, cuando sus padres se conocieron e intimaron en otra vida. Se nos olvida con cierta frecuencia que nuestros padres también fueron jóvenes y se amaron y tomaron decisiones más o menos acertadas, acordes con las situaciones vividas.

 

Más adelante dice que “están a mediados de mayo. El sol alumbra formas cambiantes en el suelo” (p. 149): esos son “los dibujos del sol” que quedan inmortalizados en imágenes de los adoquines, por ejemplo, de la ciudad. Además de la expansión de la peste, contada de manera precisa y rigurosa por la escritora, junto con el dolor que provoca la muerte de Hamnet, son significativos momentos en la novela, así como su entierro y la dura decisión que toma su padre nuevamente y que incide en el final de todo el conjunto, por otro lado, tan sorprendente.

 

No hemos podido parar de leer en ningún momento: lo que demuestra no solo el poder de la Literatura, que también, sino que estamos ante una escritora más que solvente y dispuesta a acentuar su presencia más o menos constante. Llevábamos tiempo detrás de la novela; sin embargo, ahora ha llegado el momento mágico de su lectura: cuatro años después de publicada; los mismos cuatro años que pasan en el tiempo novelesco, cuando muere Hamnet: pura coincidencia.

 

No se la pierdan. Son tantos los detalles que contiene la historia que solo nos hemos podido fijar, y nombrar, unos pocos. Pero la novela da más de sí. Mucho. Por eso mis compañeros del Club de Lectura han dicho lo que han dicho.

 

Juan FERRERA GIL

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