La Pasadilla: 80 años de fiesta, fe y corazón

Un lugar que nació antes incluso de tener iglesia, cuando las casas cueva eran refugio y los sueños tenían que ser grandes para sobrevivir a tiempos difíciles.

Juan Vega Romero Jueves, 05 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

En lo alto de Ingenio, donde el viento parece contar historias entre las ramas y el tiempo se mueve al ritmo de los recuerdos, hay un barrio que lleva ochenta años celebrando su identidad: La Pasadilla

 

Un lugar que nació antes incluso de tener iglesia, cuando las casas cueva eran refugio y los sueños tenían que ser grandes para sobrevivir a tiempos difíciles.

 

Orígenes humildes, raices profundas

 

Fue en medio de la necesidad cuando surgió la primera chispa de lo que hoy es una tradición querida por generaciones. En aquella época, mucha gente emigraba buscando un futuro mejor. Pero, entre tanto vaivén, hubo quienes decidieron quedarse, construir y soñar.

 

Uno de ellos fue don José González Rodríguez, un hombre que no solo tenía raíces en la tierra, sino también en el alma del barrio. Fue él quien donó el terreno donde años más tarde se levantaría la iglesia, pero antes de eso ya estaba allí la devoción, la música, los bailes improvisados…y, sobre todo, la fiesta.

 

Y es que hablar de La Pasadilla es hablar de sus fiestas, que comenzaron hace nada menos que ochenta años.

 

No se sabe con exactitud cuándo fue la primera, pero hay quien asegura haberla vivido.

 

Es importante señalar que, aunque hoy en día se denominen oficialmente "fiestas de La Pasadilla", estas celebraciones siempre han sido comunes a los núcleos urbanos del Roque y de La Pasadilla, uniendo en una sola fiesta a dos barrios hermanos que comparten historia, tradiciones y devoción.

 

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Testimonios que cobran vida

 

Don Juan González Guedes, vecino de toda la vida, rememora con orgullo cómo su abuelo, Pepe el de Pina, era prácticamente el alcalde informal del barrio:

 

—Yo me acuerdo bien del año 1945. Entonces no había iglesia, así que la misa se hacía en lo que ahora es mi bar-restaurante. Antes era la escuela, y ahí tuvimos al santo durante mucho tiempo.

 

Sin electricidad ni comodidades modernas, la imaginación y el trabajo colectivo hicieron milagros. Una prueba de ello fueron las famosas farolas de carburo fabricadas por el guardia Sánchez, que iluminaban la noche del festejo. Y, cuando terminaba la fiesta, alguien cogía un saco, apagaba la luz y...hasta el próximo año.

 

Esas primeras celebraciones eran simples, sí, pero llenas de calor humano. Se formaron parejas, se compartió comida, y algunos visitantes dormían en la cadena de Marquita López, donde hoy queda un solar. Por la mañana, los vecinos les ofrecían leche, suero o lo poco que tenían. No había carreras de caballos ni carrozas, pero sí risas, canciones y una ilusión contagiosa.

 

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Recuerdos que siguen vigentes

 

Doña Isabel Cazorla Martel, desde Guayadeque, recuerda esos días con una sonrisa sincera:

 

—¡Claro que íbamos a la fiesta de La Pasadilla! Andábamos desde Cuevas Muchas, ¡así éramos entonces! Al principio, la misa se decía en la escuela, donde ahora está el bar de Juan González. Me acuerdo de Pancho López, el del barranco, que ponía un ventorrillo bajo la sombra de la higuera, junto a la casa de Isabelita Venero. Todo era muy distinto… pero qué bien lo pasábamos.

 

Otra voz entra en escena: la de doña Olga González González, vecina de siempre. Ella revive aquellos días con entusiasmo y detalles precisos:

 

  • Don Andrés, el cura, llegaba unos días antes y se quedaba con nosotros.

  • Cada noche había triduo en honor a San Antonio.

  • La víspera, encendíamos una rueda de fuego que daba gloria verla arder.

  • El día grande era misa y procesión hasta el Roque Trejo. Vecinos del Roque recibían a la imagen con un arco grande de flores.

  • Por la tarde venían las chicas de la Sección Femenina con Aurorita, y después… ¡carrera de caballos!

 

Olga también guarda un relato de promesa cumplida. Tres hermanas solteras —Encarnación, Dolores y Rafaela— viajaron a Veneguera a trabajar en los tomateros. Allí hicieron una promesa: si la zafra les iba bien, donarían una imagen de la Virgen de Fátima. Así fue. En 1949 llegó la Virgen, y, para recibir a la nueva santa, bajaron la imagen de San Antonio hasta La Atalaya. Ese año —dice ella— sí que hubo fiesta de verdad. Además, ese mismo año se produjo otra gran celebración: la llegada de la nueva imagen de San Antonio a La Pasadilla, también en las fiestas de 1949, consolidando aún más la devoción local.

 

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Una tradición que perdura

 

Con los años, las fiestas de La Pasadilla fueron creciendo. Ya en los años 80, los vecinos se organizaron para mantener la esencia y darle continuidad. Y a principios de los 2000, empezaron las romerías, que añadieron nuevas formas de disfrute sin perder la identidad.

 

Garoe Martín Guedes, más joven, recuerda cómo San Antonio era motivo de reunión familiar:

 

—Cuando yo era pequeño, estas fiestas eran un momento mágico. Toda la familia venía, desde donde estuviera. Era tiempo de pagar promesas. Las hogueras se encendían y los pequeños saltábamos por encima. Las casas se adornaban, y en cada cocina olía a gloria.

 

El nacimiento de la ermita

 

La ermita que hoy corona el barrio fue un sueño colectivo. Los viejos periódicos dan cuenta de ello:

 

“En el pago de La Pasadilla (Ingenio) se va a edificar una ermita dedicada a San Antonio de Padua. El solar ha sido donado por el propietario don José González Rodríguez…”

 

La primera misa se celebró en la escuela, oficiada por don Andrés de la Nuez y acompañado por don José Pérez Ramírez. Allí se colocó la primera piedra, bendecida por el obispo. El padrino fue don Juan Silva Cruz, quien aportó 500 pesetas. Más que una ceremonia, fue una fiesta: rondalla, autoridades, vecinos y una ilusión desbordante.

 

Más tarde llegaría la imagen de San Antonio, donada por don Antonio Rodríguez Medina, que sigue siendo el alma del barrio. El apoyo del Gobernador Civil, el Cabildo y el Ayuntamiento fue importante, pero fueron los vecinos quienes pusieron el corazón.

 

Finalmente, el 12 de octubre, día del Pilar de 1952, se bendijo e inauguró la iglesia de San Antonio en los barrios del Roque y La Pasadilla, culminando así un proceso colectivo de fe, trabajo y esperanza que había durado años.

 

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Hoy, ochenta años después

 

Hoy, ochenta años después, La Pasadilla sigue celebrando con el mismo amor. No es solo una fiesta: es memoria, identidad y fe compartida. No se trata de recordar el pasado, sino de honrarlo viviendolo.
Los nietos de aquellos primeros vecinos siguen encendiendo hogueras, engalanando calles, tocando en parrandas, contando historias. La Pasadilla no es un museo al aire libre; es un barrio que se renueva en cada celebración, con cada promesa cumplida, con cada paso de la procesión.

 

Porque mientras haya un vecino que encienda una hoguera por San Antonio, una abuela que comparta sus recuerdos o un niño que mire al Santo con devoción… La Pasadilla seguirá viva. Y su fiesta, latiendo en cada corazón.

 

Este año, además, la Comisión de Fiestas —formada por personas jóvenes, entusiastas y muy participativas— ha sabido revitalizar las celebraciones manteniendo el espíritu original, pero incorporando nuevas ideas y dinamismo. Junto al Club de Caza Las Medianías de Ingenio, han preparado una programación especialmente cuidada y emotiva.

 

El plato fuerte será la procesión solemne de San Antonio, que bajará desde La Pasadilla hasta la iglesia de La Candelaria, recorriendo veredas y senderos ancestrales.

 

Ese gesto no solo tiene un valor religioso, sino también cultural y emocional: es como decirle al barrio que San Antonio sigue siendo el alma de La Pasadilla, y que su fiesta seguirá viva mientras haya manos dispuestas a cargar con él y corazones dispuestos a seguirla.

 

Juan Vega Romero
(Historiador local)

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