Con la Iglesia hemos topado

Quico Espino

[Img #29028]
 
Si yo hubiese sabido las consecuencias que tendría el hecho de responder bien a las preguntas que me hizo el cura párroco, habría contestado mal a todo.
 
-Nueve por siete.
-Sesenta y tres.
-Capital de Inglaterra.
-Londres.
-Ríos de España.
-Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir y Ebro.
-¿Cuántos angelitos tiene tu cama?
-Cuatro.
-¿A dónde van los niños que se mueren sin bautizar?
-Al limbo.
-Bien. Tú ya estás preparado para recibir el cuerpo de Cristo.
 
¿Qué?, me pregunté cuando el sacerdote dijo la última frase, inocente de mí, que acababa de cumplir seis años en noviembre. Pronto lo supe después de las vacaciones de Navidad, ya en 1959, pues el clérigo, que muy pronto se convirtió en una pesadilla, me encartó para empezar con los prolegómenos de la Primera Comunión tan pronto como continuara el curso. 
 
El Padre Nuestro; el Dios te salve, María; el Yo, pecador; el Credo; el Dios te salve, reina y madre, vida, dulzura y esperanza nuestra… se mezclaron con el pecado, la carne, el infierno, el diablo, el fuego eterno que te salía por la boca si comulgabas en pecado mortal…, y, para más inri, con los cachetones del cura cuando me equivocaba. El mundo que había sido alegre y luminoso devino triste y oscuro en unos meses. Aquel hombre me metió el miedo en el cuerpo. A mí y a quienes, como yo, recibieron por primera vez el Sacramento de la Sagrada Eucaristía. Poco más de un año antes yo había sido un niño simpático y expresivo, desinquieto y con carita de no romper un plato,
 
[Img #29029]
 
… aparte de obediente porque temía los pellizcones retorcidos de mi madre y los coscorrones de mi padre. El caso es que se me cambió la mirada y se me pusieron los ojos tristes y asustados, como se ve en la foto de mi Primera Comunión, con un crucifijo en las manos que pesaba un quintal, y yo, para colmo, en vez de echarle la culpa al cura, el verdadero responsable de mis tribulaciones, cargué contra mí mismo por haber respondido bien a las preguntas que él me había hecho. Me dije tolete y sanaca y mentecato infinidad de veces y además me cagué en diez en repetidas ocasiones.
 
Pero, claro, yo tenía seis años y me di de cara con la peor persona que he encontrado en mi vida, un hombre despótico, sádico y soberbio que se creía con la potestad de hacer su santa voluntad. Recuerdo que, cuando visitaba la escuela, no tocaba en la puerta, sino que entraba como Juan por su casa, y el maestro no decía ni pío porque le tenía miedo. 
 
Hace poco vi la película “El maestro que prometió el mar” (2023), dirigida por Patricia Font e interpretada por Enric Auquer, y leí la novela “La maestra”, (2024), de José Antonio Lucero, ambas basadas en la Guerra Civil española, en las que, exigiendo un crucifijo en el aula, aparece un cura que bien podría asemejarse al mismo que tiñó de oscuro mi infancia. Tanto el maestro como la maestra habían votado por la República, la cual había ganado en las elecciones de febrero de 1936, pero luego, en una guerra fratricida que empezó en julio del mismo año y duró hasta abril de 1939, los golpistas, encabezados por Franco, tomaron represalias contra ellos.
 
Estado e Iglesia formaron entonces un tándem. La Iglesia española apoyó con entusiasmo la “causa nacional”, considerando la Guerra Civil como si fuera una ”cruzada” o “guerra santa” en defensa de la religión y dando a la facción sublevada y a su caudillo la legitimidad religiosa. Por eso fue que un buen puñado de curas se creyeron con autoridad para hacer lo que les viniera en gana. Y uno de ellos, por desgracia, entró en la escuela donde yo era alumno.
 
Ojalá no hubiese existido ese sacerdote que me atribuló la infancia, introduciendo en mi vida el pecado, el infierno y, sobre todo, el diablo, al cual vi unas cuantas veces entre las piteras. Pero existió y no me queda otro remedio que vivir con esos recuerdos, a los que, como hace mucho tiempo que no me duelen ni me afectan en absoluto, procuro, cada vez con más éxito, sacar de mi memoria para que mi niñez vuelva a ser como yo hubiera querido que fuera.
 
Quico Espino. 
Fotos del álbum familiar
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.50

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.