
Los libros generan un paisaje especial, distinto y con definida personalidad que guarda, sobre todo, las esencias del ser humano. Ahora que la imagen y las pantallas dominan sobremanera, los libros siguen manteniendo su especial virtud: su peculiar manera de estar y manifestar; decir sin sobresaltos y apaciguar los ánimos; en definitiva, ralentizar los acontecimientos. Por eso necesitamos tiempo para leer: no es solo la disposición, que también, sino el ánimo que se encierra en la lentitud bien entendida.
Desde que nos enteramos, hace ya algún tiempo, de la existencia de Clubs de Lectura Lenta, consideramos, acaso como una de sus consecuencias, que cada día que pasa le tenemos más miedo a la soledad. Bien es verdad que todo ha ido cambiando, que los estímulos son otros; sin embargo, guardamos en nuestra imaginación que leer es sano y muy conveniente para la salud mental, como se dice ahora. No sabemos si lo que afirmamos tiene sentido o no; en cualquier caso, el paisaje que provocan los libros viene a incidir en que son tan necesarios como “el aire que respiramos trece veces por minuto”, en palabras de aquel poeta que iba en busca de la belleza y de la eternidad literarias. No sé si los libros ocupan un peculiar espacio en las estanterías que suelen guardar y esconder varias vidas. Pero sí estamos en condiciones de afirmar que leer es un estímulo constante que no solo nos pone los pies en suelo, sino que, además, acoge tantas historias que es imposible acordarse de todas ellas. Y eso está bien. Así es. Y no pasa nada.
Ya sabemos que lo importante y significativo es LEER. Además de lograr alcanzar altas cotas de libertad, donde la imaginación bulle por encima de todas las cosas, la lectura lenta y pausada, sin obligaciones ni requerimientos periodísticos, por ejemplo, debe ser algo así como la felicidad que acoge y protege con extremado cariño al empedernido lector, sabedor de su importancia real en un mundo cambiante y transformador que no siempre significa progresar adecuadamente. Tanto abuso de la tecnología nos traerá consecuencias negativas, como las “danas” que últimamente nos visitan y nos dejan mayormente tristes, aislados, indecisos y muy cabreados.
Por eso envidio, eso, sí, sanamente, al voraz leyente que solo ansía placer y entretenimiento. Que, dicho sea de paso, no es poco.
Juan FERRERA GIL
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