No te quedes, Quevedo

Federico Angulo Monzón

[Img #28904]El fenómeno de masas que la música de Pedro Luis Domínguez Quevedo, conocido artísticamente como Quevedo, ha desencadenado recientemente en Gran Canaria (40 000 asistentes al Estadio de Gran Canaria) me ha motivado a hacer una reflexión sobre un artista que se mueve entre las fronteras difusas del trap o el regueton, con el denominador común con otros artistas de su tiempo de hacer una música altamente artificiosa; esto es, tecnológicamente artificiosa. Algo evidente además en Quevedo, aparte de su absoluta homogeneidad estilística, es su vinculación con el tronco común de los estilos urbanos que acontecieron a principios de los ochenta en Norteamérica en lo que se conoció como cultura hip- hop; la música de los guetos, que incluía un estilo dialogado y no cantado donde la voz era rítmicamente muy activa (Rap). A partir de ahí, los estilos urbanos no han parado de crecer, fusionarse y evolucionar hasta llegar al fenómeno Quevedo, altamente influenciado por el auge de otros artistas latinoamericanos como Annuel o Bad Bunny. Un fenómeno que a mi juicio constituye una desatinada propuesta musical y cultural.
 
Mi particular hipótesis de cómo se ha llegado hasta aquí es que en un momento dado, grandes estructuras corporativas con inmenso poder económico coparon un negocio, el de las discográficas y todas sus ramas subsidiarias, por lo demás decadente debido a la revolución tecnológica que había hecho obsoleta la venta de discos tradicionales. A partir de aquí, la industria se reinventó. El desarrollo de nuevas tecnologías (fuerzas productivas que diría Marx) nunca antes vistas fue transformando las relaciones tradicionales entre el público y los artistas y se nos fueron imponiendo desde el otro lado del charco referentes altamente indeseables como portavoces de una generación que en un artículo reciente Rubén Reja calificaba como “La generación desafinada”. No aspiro a que lo que sostengo en este artículo llegue a alguno de los desafinados oídos de alguno de los millares de jóvenes que escuchan a Quevedo. 
 
Creo que es su derecho elegir, equivocarse incluso, y mi papel el de ser comprensivo, Cause the times they Are a-changin ́ que diría Dylan. Pero debo expresar con contundencia a la generación de sus mayores, los que todavía leen artículos como este, que esta música es insufrible. Y lo escribo desde la experiencia y la preocupación que como padre y educador siento al ver la influencia que puede tener oír y justificar letras de canciones que hablan con absoluta ligereza acerca de las relaciones tóxicas de pareja (“Y es que yo no soy malo pero tengo un palo, que si abres la boca, te va a dejar un regalo” o bien, “el bobo está sapiando, ese es un guardia y si ese cabrón se mete, se vuelve a casa en sandalias”); la sexualización de las mujeres (“ese culo está grande, eso no es humano, pa agarrarlo bien tengo que usar las dos manos” o bien “ese pussy está clean, me tiene comiendo sano”), el uso de drogas (Bad Gyal en el Toto siempre lleva un gramo), los ataques y el desprecio a los demás, especialmente hacia potenciales competidores de pareja (“Que dile a ese tonto que no me mire raro, y que no se me ponga bruto que aquí las balas son halo”) y otras muchas expresiones más de dudosa moralidad. No creo que haya apenas valor artístico en la música de Quevedo pero esa es otra cuestión. La cuestión central que quiero exponer y criticar aquí es que sus letras son por lo general nocivas, agresivas y ofensivas por múltiples aspectos que pasaré a desarrollar a continuación. 
 
En primer lugar, debemos analizar la estructura general de estas letras. Son letras que se cantan desde la falta de transparencia, ininteligibles casi, y recomiendo para entenderlas bien ver las letras subtituladas para poder captar el alcance de las mismas. Me remito a los fragmentos que he citado anteriormente y a otros posteriores y que aluden a las diferentes cuestiones planteadas de manera “encriptada” para el oyente. 
 
Otra característica de la lírica de Quevedo es el uso de un lenguaje que se simplifica en exceso con múltiples abreviaturas (toas en lugar de todas), el abuso de vulgarismos (toto en lugar de vagina) y anglicismos (Pero me como esa pussy, no como ese tolete que es vegetarian; o bien Toda Posh Girl necesita un Bad Boy) que entendemos que van en la línea de contentar al mercado latinoamericano, el único después del español capaz de consumir esta música. 
 
En definitiva, unas letras que se nos presentan en forma de jerga. Una jerga que es condescendiente con la vida de las mafias, los sujetos al margen de la ley o los maltratadores. Con unos códigos de lenguaje así de restringidos y al margen de los códigos sociales más elementales es fácil llegar a la misma conclusión que al estudio sociolingüístico realizado por Basil Bernstein donde se llegaba a la conclusión de que los estudiantes de clase trabajadora no obtenían el mismo rendimiento que los de clases sociales más altas en asignaturas lingüísticas debido al uso de códigos restringidos. Es decir, que el universo limitado de palabras que manejaban los jóvenes de los guetos les impedía alcanzar el éxito académico en las escuelas, que por lo general se movían en el ámbito de los códigos elaborados. Así que para una generación altamente visual y empobrecida lingüísticamente, la lírica de Quevedo y la de otros artistas de su estirpe va como anillo al dedo. 
 
Aunque en esta disertación me haya centrado en las letras, tampoco pueden obviarse las evidencias de que el modo de vida Quevediano también es nocivo por varios motivos. Desde su particular ética, parece que el único modo de vida bueno o aceptable es el de la fiesta nocturna continua, el de los trajes y las ropas caras, el de la ostentación de la riqueza material, en suma. No es precisamente la humildad la principal característica de este joven cantante. Antes bien, su modo de vida es altanero, prepotente, burlón, machista, altamente posesivo y bien pagado de sí mismo. No tiene a bien tener competidores (“Pa cuidarte a ti fue que compré mi primera Glock...Dile a ese bobo que deje de buscar donde no hay que si se confunde responde la fortyfive”) hasta el punto de que —metafóricamente, quiero creer— amenaza con pegar tiros a quienes se interpongan en sus planes (La Glock y la fortyfive, la 45, son dos tipos de pistola). 
 
¿De verdad alguien cree que estas letras pueden ser beneficiosas para alguien?¿De verdad tenemos que aceptar sin más que este cantante es el portavoz de una generación de jóvenes? En mi haber está, no lo niego, haber seguido en mi juventud músicas caracterizadas por contener elementos subversivos en cuanto a ropas, estilos de vida o formas de expresión verbal y no pretendería zanjar este asunto censurando sin más o quitando el derecho a otros jóvenes a que escuchen lo que quieran tal y como yo hice. Pero creo poder afirmar categóricamente que en ninguno de aquellos estilos musicales de mi juventud (el reggae, el heavy metal, o el rock and roll por citar unos pocos) se llegara a un nivel tan evidente de degradación del lenguaje y la ética más básica. Antes bien, mi universo musical y el de mi entorno era mucho menos homogéneo y más rico en diversidad. El universo Quevediano es predecible en su estructura ya que es como una burbuja o subcultura con unos códigos restringidos marcados de antemano. 
 
Por todo lo cual digo, no te quedes Quevedo. No representes a Gran Canaria ni a su gente, mucho menos a su juventud. Más allá de hacer tuyos símbolos populares o populistas como la UD Las Palmas o Los Gofiones, la isla de Gran Canaria se te ha quedado grande. 
 
Nota: los entrecomillados que me sirven de ejemplos están extraídos de la canción HALO, que Quevedo canta junto a La Pantera.
 
Federico Angulo Monzón
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