Educación infantil

Sofía y el miedo

Tiene cinco años y no sabe aún que el miedo no es su enemigo. Lo siente como un bicho raro que le aprieta el pecho, le acelera el corazón y a veces le da por llorar o por esconderse detrás de alguien que le dé seguridad.

Haridian Suárez Vega Miércoles, 28 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:

Sofía tiene miedo.

 

Miedo a la oscuridad, miedo a quedarse sola, miedo a que su mamá no vuelva, miedo a equivocarse, a que se rían de ella, a los monstruos que solo existen en su cabeza… pero que ahí dentro son muy reales.

 

Tiene cinco años y no sabe aún que el miedo no es su enemigo. Lo siente como un bicho raro que le aprieta el pecho, le acelera el corazón y a veces le da por llorar o por esconderse detrás de alguien que le dé seguridad.

 

Dos mundos posibles para el miedo de Sofía

 

En una posible vida, Sofía oye frases como:

 

– No seas miedosa.
– No pasa nada.
– ¡Pero si eso no da miedo!
– Tienes que ser valiente, ¿eh? Ya eres grande.
– No llores, no seas exagerada.
– Mira a tu hermano, él sí que se atreve.

 

Sofía aprende que sentir miedo está mal. Que el miedo decepciona. Que no debe mostrarse.
Y empieza a esconderlo. Primero a los demás. Después, a ella misma.
A veces lo tapa con rabia. Otras veces con control. A menudo con distancia.
Pero el miedo sigue ahí. Silencioso. Sordo. Solo.
Y el problema ya no es el miedo, sino la soledad emocional con la que tiene que enfrentarlo.

 

Y entonces Sofía crece…

 

Ahora tiene 35 años.

 

Tiene una vida más o menos estable. Pero hay algo dentro que se le encoge cuando hay que improvisar, cuando llega una tormenta inesperada o cuando tiene que enfrentarse a lo desconocido.
Le cuesta tomar decisiones. O se lanza impulsivamente para no tener que quedarse demasiado tiempo sintiendo el miedo.

Se siente incómoda en situaciones nuevas, evita lo que le da inseguridad.
A veces, se sabotea a sí misma antes de intentarlo.
Sabe que quiere cambiar de trabajo, salir de esa relación, apuntarse a ese curso, hablar en público, mudarse de ciudad… pero no se atreve.
Siente miedo. Y como nadie le enseñó a transitarlo, lo único que sabe hacer es evitarlo.

 

A veces, la ansiedad la visita sin avisar.
A veces, dice “no puedo” sin probar siquiera.
Otras, prefiere evitar, dejar para después, fingir que no pasa nada.
Sofía no es una cobarde.
Solo es una mujer que nunca aprendió a estar con su miedo sin tener que huir de él.

 

Imaginemos que le ofrecen un nuevo trabajo. Un reto profesional fuera de su zona de confort: más responsabilidades, un entorno nuevo, la posibilidad de crecer.

 

Sofía empieza a pensar en todo lo que podría salir mal. Duda de su capacidad, necesita la aprobación de otros para decidir, procrastina la respuesta… y acaba rechazando la oportunidad.

No porque no quiera. Sino porque no sabe cómo enfrentarse al miedo sin que la paralice.

 

En la otra posible vida, cuando a sus cinco años siente miedo, su adulto de referencia se agacha, la mira a los ojos y le dice:

– ¿Es de esos miedos que se sienten grandes?
– Aquí estoy contigo.
– A veces da miedo lo que no conocemos, ¿verdad?
– ¿Qué crees que podríamos hacer para sentirnos un poquito más seguros?
– ¿Quieres que pensemos juntas una forma de enfrentarlo cuando estés lista?

 

Sofía no deja de sentir miedo.
Pero deja de temerle al miedo.
Y eso lo cambia todo.

 

Y entonces Sofía también crece…

 

Y ahora, a los 35 años, también siente miedo, como todo el mundo.

 

Pero lo reconoce. Lo escucha. Lo atraviesa.
No lo tapa con ruido. No necesita evitarlo. Sabe pedir ayuda. Sabe parar. Se da el espacio para pensar, comparte con alguien de confianza sus dudas, las analiza, las valora y luego decide con consciencia.
Aprendió que el miedo no se vence.
Se habita. Se comprende. Se acompaña.

 

Y, cuando en esta vida le ofrecen el mismo trabajo fuera de su zona de confort...aunque siente inseguridad, también siente curiosidad.
Sabe que habrá retos, pero se escucha, se prepara y se lanza.
Acepta el nuevo trabajo, a pesar del miedo.
Porque esa decisión, aunque la saque de su zona de confort, la impulsa a crecer.

 

Lo que sí da miedo: que crezcan sin permiso para sentir

 

Lo que de verdad debería asustarnos no es que nuestros hijos tengan miedo.

 

Es que lo oculten.
Que no nos lo cuenten.
Que aprendan a fingir.
Que crezcan sin saber cómo sostenerse cuando se sientan inseguros.
Que elijan el silencio o la huida como única estrategia.

 

Que crean que solo los valientes no tienen miedo (cuando en realidad, los valientes lo sienten y lo enfrentan).

 

El miedo no se va porque lo ignores.
Se transforma. A veces en ansiedad. A veces en rigidez. A veces en evitación crónica.

 

Acompañar el miedo es darle permiso de existir.
Y enseñar, poco a poco, que aunque duela el estómago, aunque suden las manos, aunque tiemble el cuerpo… podemos avanzar un pasito más.
Podemos sentir miedo y aún así actuar.

 

No hace falta empujar.
Hace falta estar.

 

Cada vez que acompañamos una emoción, estamos construyendo algo mucho más grande que ese momento.
Estamos formando adultos que no necesitarán huir, ni evitar, ni explotar.
Adultos que podrán tomar decisiones con miedo. Y aún así, avanzar.

 

Porque sentir miedo no es el problema.
El problema es crecer sin herramientas para gestionarlo.

En el próximo artículo, Sofía nos muestra su tristeza.

 

Esa emoción que incomoda, que se confunde con debilidad, y que sin embargo puede convertirse en una de nuestras mayores aliadas cuando sabemos acompañarla.

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