Deshojando la margarita

 

Me quiere, sí, no, mucho, poco, bastante, nada…, dijimos un montón de personas mientras quitábamos, uno por uno, los pétalos a la citada flor para dilucidar si la persona a quien amábamos nos correspondía por igual. Un juego tonto como otro cualquiera al que recurrimos en plan de broma, en especial en primavera, cuando los márgenes de los caminos rurales se llenaban de margaritas.

 

 Hay quien se lo ha tomado más en serio, como el escritor Walter Riso, el cual ha escrito, y publicado en 2016, un libro titulado “Deshojando margaritas”, cuyo argumento refiere que, desde niños, nos educan con la idea de que el amor mutuo entre dos personas es el mayor anhelo de mucha gente.  Por ese motivo hemos hecho que dicho sentimiento sea un valor determinante que, por desgracia, no suele concordar con la realidad.

 

También hay una película francesa, titulada “Deshojando la margarita” (“En effleuillant la marguerite”, 1956), dirigida por Marc Allégret, con guión de Roger Vadim y protagonizada por Brigitte Bardot, cuyo argumento también está relacionado con tal seductora flor.

 

Una flor que esta primavera, pasada por agua del cielo, llena los campos como podemos ver en esta foto de Valsendero, en Valleseco, donde aparece  mi amigo Ignacio, gran amante de la naturaleza, y su bici en medio de margaritas amarillas. Como buen galdense lleva escrita en su camiseta la palabra cebolla, un equipo de ciclistas, y tanto su ropa como el casco que luce tienen el color rojizo de las buenas cebollas de Gáldar.

 

 

Son relinchones amarillos las flores de este mágico paraje en el Alto de los Moriscos, también en Valleseco,

 

 

… por donde suele ir a patear mi amigo Julio, el cual es un caminante como la copa de un pino, que ronda por Gran Canaria, La Palma, Tenerife o cualquier otra isla. Recorrer senderos es su forma de hacer acopio de energías, de cargar las pilas, como suele decirse coloquialmente, respirando aire puro entre la vegetación, en los cielos abiertos, subiendo y bajando barrancos, por la playa, la montaña…,

 

 

…que es lo mismo que hace mi amigo ciclista, que vuela más que pedalea, como ya he dicho otras veces, cuando desciende por una ladera asfaltada y recibe la caricia del viento en su cara, un aire fresco que lo estimula, lo aviva y le proporciona el vigor que le hace sentirse bien consigo mismo y con el mundo entero.

 

Se bajó de su bicicleta, por esos campos nuestros, para admirar esta preciosa dalia, una flor de gran belleza ornamental, cuyas raíces, en forma de camotes, son comestibles y medicinales. Es la flor nacional de México y tanto puede ser roja, como amarilla, rosa, naranja, verde, blanca, azul, e incluso negra.

 

 

El senderista, que también es amante de la naturaleza, paró así mismo su marcha al entrar en el Barranco de Guayadeque, procedente de la playa de El Burrero, en Ingenio, rumbo a Montaña de las Tierras, para contemplar el Rosetón de piedra que está debajo de la Montaña de Agüimes,

 

 

… que ya es emblemático del lugar y en el que se puede ver cómo han arraigado algunas especies vegetales, tipo veroles y tabaibas, que brotan de su estructura pétrea.

 

Hace poco fui a Los Pinos de Gáldar, a eso de la tardecita. El campo reventaba de colores entre acacias, margaritas, azucenas, flores de mayo, incienso moro,  begonias… Respirando el aroma de flores tan encantadoras,  me gocé una preciosa puesta de sol, con un cielo azul encendido en llamas amarillas tras los pinos,

 

 

… y, absorto en la contemplación de aquella maravilla, me pareció escuchar una voz lejana que decía: me quiere, no me quiere, sí, no… Me acerqué y vi a un grupo de jóvenes de ambos sexos, que sostenían margaritas entre sus dedos y que, teatralmente, como si fuera una parodia, las estaban deshojando, pétalo a pétalo, entre risas y fiestas.

 

Texto: Quico Espino

Fotografías: Ignacio A. Roque Lugo y Julio Santana Arencibia