
Esta es una frase larga escrita con estilográfica antigua.
Un palillero con plumín dorado. Es una escritura muy suave, tierna, de rancio sabor a pupitre de pino, olores a goma de borrar, a uniforme y a ése otro olor picante del sudor cotidiano de las axilas escolares y zapatos viejos que todos hemos tenido alguna vez y pocos logran olvidar.
Es por eso por lo que ahora, después de casi cincuenta años de tenerte olvidado, vuelvo a cogerte, a mimarte, como hacía entonces. Mi plumier.
Que me acompañó en los primeros años de la escuela cuando aún miraba al mundo con ojos limpios. Él fue el escondite primero de las notas secretas que mandaba a mi platónico amor de niñez. Aquella linda compañerita de trenzas doradas que al sonreír me alegraba la mañana sin saberlo.
Y fue el guardián celoso de las herramientas para escribir que a diario usábamos en la vieja escuelita del pueblo. Lo abro y allí están. Como si no hubiera pasado el tiempo para ellos. Con emoción cojo uno de los palilleros y le pongo uno de los plumines para caligrafía. Y sobre la lisa superficie del papel, dejo volar la imaginación. Entre frase y frase voy alimentando al plumín, poco a poco, para que no se indigeste con tanta historia que sabe y quiere contar de un plumazo.
¡Despacio, plumín áureo de rápidos movimientos! Aún no es el tiempo de saltos ni de carreras. Deja que mi mano marque el ritmo en la narración de sus historias.
¡Figura estilizada! ¡Cómo deseo que me cuentes tus cuentos!
Alberto García Miranda































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