El tiempo púrpura
En mayo, cuando la luz adquiere ese tono aterciopelado que transforma todo lo que toca en belleza, florece majestuosa “la jacaranda”. Este ejemplar, que no supera las cuatro décadas de vida, se ha convertido sin quererlo en un emblema silencioso de nuestra pequeña ciudad, marcando con su explosión lila la llegada de una de las épocas más seductoras del año.
Su historia comenzó como un humilde plantón en la huerta de José Agustín Álamo Molina, quien, viendo que la planta reclamaba con urgencia más espacio para crecer, propició su trasplante. Fueron unos jóvenes quienes, atendiendo su petición, la plantaron donde hoy se yergue soberbia: en un parterre junto al Teatro Hespérides, en el Fisco, justo en esa frontera simbólica donde termina la ciudad histórica y comienza la zona educativa y deportiva. No es casualidad que crezca junto al puente, emblema de unión y transición entre orillas.
Cada primavera, su floración hace trinar el paisaje de Guía. Ahora que su esplendor alcanza su máximo apogeo estético, se vuelve una obligación cotidiana visitar sus dominios. Contemplarla desde el banco situado al otro lado de la calzada es un ritual casi obligatorio, especialmente cuando la tarde despliega su partitura de luz declinante y el árbol llora como solo lloran los árboles elegantes.
Sus pétalos morados y lilas alfombran generosamente el paso, creando un tapiz efímero que invita a la contemplación. ¿Deberíamos recolectarlos y guardarlos? Quizás conforman esa infusión mágica capaz de curar tristezas y melancolías, de combatir la maleza silente de la locura o el dolor de corazón. O tal vez serían simplemente un placebo, un sosiego dormido que devuelve todo al sueño de la normalidad.
Hace años, en una tarde de mayo y ante este mismo árbol en flor, un amigo me comentó el bellísimo paisaje urbano de la Ciudad de México cuando florecen sus jacarandas, el árbol más emblemático de la capital mexicana. Todo gracias a un paisajista japonés, Tatsugoro Matsumoto, quien enamorado de América, cambió el curso de su propia historia y de la ciudad con sus semillas y plantas.
En Guía, ese paisajista tiene nombre propio: José Agustín Álamo Molina, quien además de matemático y naturalista, tuvo la visión de regalar a nuestra ciudad este testigo púrpura del tiempo, esta jacaranda que cada mayo nos recuerda la belleza efímera de la existencia y el milagro cíclico de la renovación.
Javier Estévez
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