Uno se topa a veces, charlando con la gente de aquí, con nombres que evocan historias calladas, pedazos de un pasado que aún se siente en el aire. Así me pasó con José, Ana y Pino Artíles Viera. Fue una mención casual de mi buen amigo Manuel Molina la que me picó la curiosidad. ¿Quiénes serían estos hermanos? ¿Qué huella dejaron en nuestra tierra? Tirando del hilo, preguntando aquí y allá, di con don Manuel Valerón Hernández,
… un hombre bueno que conoció de cerca a Ana y a Pino y que guarda como oro en paño sus recuerdos y las cartas que cruzaron los tres hermanos.
Y vaya historia la de estos tres hermanos. Una de esas que te aprietan el corazón y te hacen pensar en lo duro que fue aquel tiempo. En plena sacudida de la Guerra Civil y la represión franquista, José, Ana y Pino vivieron, sufrieron, pero también resistieron con una fuerza admirable, agarrándose al amor y a la esperanza como a un clavo ardiendo. No es solo una historia de Canarias, no señor. Es un trozo de la historia de la valentía humana, contada casi en susurros, con objetos que sobrevivieron al olvido y silencios que, por fin, empiezan a romperse.
José Artíles Viera: la bala por pensar diferente
Como dice el dicho, "en tiempos de dictadura, pensar distinto era jugársela". Y José lo sabía bien. Desde el maldito golpe militar del 36, este joven con inquietudes sociales y un profundo sentido de la justicia ya estaba en el punto de mira. No era ningún pistolero ni agitador de masas; era un muchacho con ideas, que, como tantos otros de su generación, miraba con esperanza hacia el comunismo, soñando con una sociedad más justa.
Pero esa convicción, tan noble como era, le valió el señalamiento. Junto a otros compañeros de ideales, José fue detenido. La maquinaria de la represión no tardó en ponerse en marcha, y aquel fatídico 27 de enero de 1937, su vida se apagó de la manera más cruel. Digo 27, pero en realidad, el día anterior, un Consejo Sumarísimo en Las Palmas lo había sentenciado junto a otros paisanos de Telde: Juan Santana Ascanio, Juan Santana Hernández y Juan del Peso Díaz Corralejo. A todos los acusaron de rebelión por los altercados del 19 de julio anterior. También estaba en el lote Elsa Wolff, una mujer que, al final, se libró del paredón gracias a un indulto.
Aquel amanecer en el Campo de Tiro de la Isleta... uno no puede ni imaginárselo. Un piquete de artillería, una compañía de infantería... y cuatro vidas truncadas por la sinrazón. Luego, los cuerpos llevados al cementerio, sin más.
Pero incluso en sus últimos momentos, José pensaba en los suyos. Desde el campo de concentración, dos días antes de su ejecución, les escribió una carta que estremece. Empezaba deseándoles salud y terminaba con una serenidad que desarma: "Mi condena, como ya se habrán enterado por la prensa, es la misma que me pedía el Fiscal". Y aún tenía fuerzas para preocuparse por el dolor que les causaría: "Ahora ruego a todos ustedes... que me prometan la más grande resignación, y sepan olvidar mi ausencia lo más rápidamente posible". Incluso les pedía que dejaran de escribirle y mandarle ropa. Un gesto de un corazón grande, hasta el final.
Don Manuel me contaba que José siguió carteándose con sus hermanas hasta el último suspiro. En una de esas cartas a Ana, le mandaba un abrazo apretado y le recordaba sus promesas.
Al día siguiente, en otra misiva, ella le preguntaba cómo se veía. "¿Afligido?", contestaba con otra pregunta, para responderse con una entereza que asombra: "Si así piensas, te equivocas. Estoy convencido de lo que es la vida y la considero demasiado vil y ruin para doblegarme, porque en todos los malos instantes me agarro a la fe. Sirvan voluntad y energía, para adaptarme a las circunstancias". Y hasta tuvo un último pensamiento para sus padres: "Soy creyente... y no tienen que avergonzarse al decir que su hijo José, murió fusilado". Lo mataron por pensar de otro modo, sí, pero sus ideas de justicia y esperanza siguen vivitas y coleando en la memoria de quienes no lo olvidan.
Ana y Pino Artíles Viera: la cárcel por un simple papel
Apenas se habían hecho al dolor por la pérdida de José, cuando la tragedia volvió a golpear a la familia. Un registro en su casa de Telde y... ¡zas! Un panfleto comunista. Un simple papel que, en aquel entonces, era más peligroso que una bomba.
Con esa "prueba" irrisoria, Ana y Pino fueron detenidas. Sin más explicaciones, sin más pruebas que la paranoia y el miedo que lo envolvía todo. Pasaron días, semanas, quizás meses, entre rejas. Interrogatorios, incertidumbre, noches interminables de silencio y terror.
Cuando por fin las soltaron, no había condena oficial, pero sí una herida invisible que se quedó con ellas para siempre. El encierro, el estigma social, el hueco inmenso que dejó José..., todo eso se les quedó grabado a fuego. Y encima, eran mujeres, jóvenes en una época donde tener opinión propia siendo mujer era casi un acto de rebeldía. Pero estas dos mujeres eran de otra pasta. Sobrevivieron, contra viento y marea.
Un nuevo horizonte en Ingenio: renacer entre las cenizas
Telde les recordaba demasiado a la tragedia. Así que Ana y Pino tomaron una decisión valiente: empezar de nuevo en Ingenio. Como si uno pudiera borrar así, de un plumazo, una herida tan profunda.
Pero en esta Villa encontraron algo más que un simple lugar para vivir. Encontraron calor humano, una comunidad que las acogió, amistades sinceras, vida al fin y al cabo. Con el tiempo, se ganaron el cariño de sus vecinos. Don Manuel las recuerda con una ternura especial: mujeres serenas, generosas, fuertes como robles. A pesar de todo lo que habían pasado, supieron seguir adelante.
Fue aquí, en Ingenio, concretamente en una casa de alquiler de la calle Océano Índico número 22, donde estas dos hermanas valientes rehicieron sus vidas. Un pequeño detalle, una dirección humilde que, quién sabe, quizás algún día merezca una placa, un reconocimiento de nuestro pueblo a estas mujeres que supieron levantarse del barro. Sería un bonito gesto de la Concejalía de la Mujer del Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Ingenio, un recordatorio de que la memoria también se construye en los pequeños gestos cotidianos.
En aquella casa de Ingenio también se vivieron momentos de solidaridad silenciosa. Durante un tiempo, el guerrillero antifranquista Juan García Suárez, "El Corredera", encontró refugio allí. Era amigo de la familia y confiaba plenamente en Ana y Pino. Compartieron miedos y esperanzas en la clandestinidad. Un día, El Corredera le dejó sus gafas a Ana. Un gesto sencillo, pero cargado de significado en aquel contexto de persecución y silencio. Unas gafas para poder leer, un acto de ternura que decía: "Aquí estamos, juntos en esto".
Un legado que clama por no ser olvidado
Por desgracia, la historia de los hermanos Artíles Viera no es única. Miles de canarios sufrieron la represión, el exilio, la muerte. Pero esta historia en particular tiene algo especial: sobrevivió al olvido gracias al tesón de don Manuel Valerón, que guardó con celo cartas y objetos, y transmitió la memoria oral de estas vidas. Y gracias a él, hoy podemos contarlo. Aquel mismo día en que fusilaron a José, otro hombre, Juan del Peso Díaz Corralejo, uno de los que corrieron su misma suerte, escribía desde la Isleta unas palabras que reflejan el dolor y la esperanza rota de tantos: "Con el profundo pensamiento del hombre que analiza toda una vida que se va y todo un porvenir que no puede vivir, envío el último saludo a todos mis amigos del mundo, a todos los que piensan en una Humanidad mejor”.
José, Ana y Pino nos muestran tres maneras distintas de plantar cara a la barbarie: la firmeza de quien no renuncia a sus ideales, la capacidad de rehacerse tras el golpe más duro y la dignidad de seguir viviendo con amor a pesar de todo. Y junto a ellos, figuras como El Corredera nos recuerdan que la lucha por la libertad a veces se libra en silencio, ayudando al prójimo, prestando unas simples gafas.
Este relato no busca solo informar, sino remover conciencias. Quiere que miremos al pasado sin miedo, para entender el precio de las libertades que hoy disfrutamos. Porque muchas de ellas se sembraron con el sufrimiento de gente como los hermanos Artiles Viera. Contar estas historias es una forma de construir un presente más justo, más humano.
Que el olvido no se lleve lo que el amor ha conservado con tanto esmero. En cada carta guardada, en cada recuerdo compartido al calor del hogar, en cada objeto que hoy es un símbolo, late una verdad imborrable: la memoria es nuestra forma más poderosa de resistencia. La historia de José, Ana y Pino Artiles Viera no es solo una página del pasado. Nos habla de nuestro presente, de cómo el amor, la dignidad y la esperanza pueden florecer incluso entre las ruinas del miedo. Que su memoria nos inspire a cuidar nuestra democracia, a escuchar con respeto y a no olvidar jamás que, incluso en la noche más oscura, siempre habrá quienes elijan mantener la luz encendida.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.142