No veo razón para tanto rechazo a los migrantes
Yo creo, que habría mucho que decir sobre migración. Los que hemos leído y todavía retenemos algo de memoria, recordamos que nuestro país, España, ha sido desde siempre, un país de emigrantes, a otras regiones o a otros países; y si nos paráramos a pensar un poco, observaríamos, que el mundo entero es un lugar de emigrantes, como corresponde a la forma de reaccionar o de comportarse naturalmente las personas, cuando se trata de aspirar a una vida más digna, o de mera supervivencia en muchos casos; especialmente, cuando esa vida digna, no es posible en el lugar de origen. Yo tengo más que claro, que de ninguna manera, se le debe pedir a un ser humano que se quede donde no puede vivir, ya sea por guerras, por hambre, o porque otros países los exploten o los mantengan en una precariedad planificada.
Estas masas de africanos que llegan a Europa, no son otra cosa, que las consecuencias lamentables de los siglos de andanzas coloniales en el que sigue siendo, en realidad, ni más ni menos, que el continente más rico del planeta; “que ya está bien”.
Por ello, yo les sugeriría a los intolerantes que recordaran o se leyeran todas las barbaries cometidas contra los africanos para sustraerles sus riquezas: ejemplo claro de ello, podrían ser las matanzas de Kenya, o las barbaries en Rodesia y los expolios en Dakar y Costa de Marfil; así como, las salvajadas en el Congo, las batidas de esclavos en Mozambique, la sustracción de los diamantes de Sierra Leona, con muchos niños fallecidos, víctimas de la codicia de los que ahora los rechazan; y tantos y tantos episodios de horror, que les han hecho sufrir, apoderándose violentamente de sus riquezas, que eran y son muchas, todavía.
Es, por tanto, una responsabilidad mundial, tras siglos de explotación, de abuso, de expoliación, solucionar el problema, y ello no pasa por dejar las pateras sin rumbo en el mar, sin dejarles arribar, como algunos quisieran. Se trata de solidaridad, de buscar soluciones, “haberlas haylas”, que pasen por regular, controlar, organizar, y por supuesto, por dejar de abusar de ellos, y por ayudarles a que vivan en situaciones dignas, que no les lleven a tener que escapar de sus países. Y respetarles, y dejar de imponerles nuestros esquemas para que recuperen los suyos; porque, no hay nada más horrible, que obligar al otro a que deje de ser quien es, para convertirlo en quien queramos que sea. Y yo me pregunto: ¿quiénes somos nosotros para decirles que no vengan?, cuando son humanos, e iguales a nosotros; sentimos el mismo dolor, la misma alegría, los mismos miedos y tenemos en común el 99,9% del ADN.
A mí personalmente, me hace pensar que nos encontramos ante una era, que ha conseguido, nada más y nada menos, que el auge y la normalización de la hostilidad; y también de la corrupción y de la intolerancia; es decir, de la aversión y la maldad, en nuestras vidas. Menos mal, que en Francia, han sabido ponerle freno; lo que, sin embrago, no ha sucedido en otros países de Europa y del mundo; en tanto que, están gobernando y poniendo en jaque a las democracias, acortando los derechos humanos, libertades colectivas e individuales, y logros conseguidos tras la lucha de miles de personas que nos precedieron.
Está a la vista, que a día de hoy, nos falta la conexión con los otros, con el conocimiento, con la tolerancia y con la alegría; con el avance y con el progreso, y también con la vida. Nos tiene que doler lo que le pasa al otro. Nos tiene que doler la humanidad, para mejorar esto; de lo contrario caminamos hacia la ruina. Y nos tiene que doler el otro, porque de alguna manera, el otro, es uno mismo. Esa empatía es la que mueve a la gente comprometida con el mundo y con la vida, que no sólo se mira así mismo; sino que también mira, con mirada compasiva, a su alrededor. Es la gente con conciencia. Porque, es evidente, que ningún ser humano con conciencia es capaz de actuar como un dictador o un totalitario, ni despreciar a los vulnerables, ni perseguir ni causar daños más graves, a los que piensan distinto, ni de odiar a los diferentes. Ahora mismo, en nuestro país, hay una formación política, que ha llegado incluso a romper con el partido que lo ha llevado a las instituciones, por el simple hecho de no aceptar la acogida de un número determinado de niños migrantes, sin acompañantes, en el territorio nacional, siguiendo sus esquemas ideológicos. No hay ni la mínima compasión, ni solidaridad, ni empatía hacia seres humanos que sufren. Es muy desagradable. Se trata de una cuestión humanitaria de lo más básica. Hablamos de menores, hablamos de niños; de niños muy vulnerables. Y que algo tan absolutamente preferente y capital conlleve una confrontación política pues, la verdad, a mí personalmente, me parece inverosímil, y, por supuesto, del todo inhumano y repelente.
Juan Reyes González































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