
Criar desde el respeto es más fácil cuando te sientes acompañada.
Cuando tienes a alguien que no te juzga por no gritar.
Cuando nadie te mira raro por dejar que tu hijo se exprese.
Cuando no hay alguien al lado mirándote de reojo mientras te dice: “¿Y no le vas a decir nada?”
Pero ¿qué pasa cuando no es así?
Cuando estás sola con tu manera de criar.
Cuando tu pareja no te apoya.
Cuando tus padres critican todo.
Cuando la maestra del cole no entiende tu mirada.
Cuando el mundo entero parece repetir el mismo estribillo de siempre: “Así se ha hecho toda la vida”.
Cuando escuchas frases lapidarias como… “este niño te está tomando el pelo”, “ahora como los padres son tan modernos…. pero este niño pide a gritos un cachete”, “con dos tortas en el culo se le iban todas las tonterías”, “este niño no te respeta, prepárate cuando tenga quince años”…
Ahí, criar se vuelve más difícil. No imposible, pero más cuesta arriba.
Y es que una cosa es cambiar la mirada, y otra muy distinta sostenerla cuando todo alrededor te empuja a soltarla.
Porque sostener tu forma de educar sin gritar, sin castigos, sin chantajes emocionales… no solo implica hacer algo distinto, sino también saber poner límites a los de fuera.
Límites a los comentarios, a los juicios, a los consejos no pedidos.
Límites incluso a los vínculos que no suman.
A veces la crianza respetuosa no falla por falta de herramientas, sino por falta de red.
Porque duele mucho criar con amor y que te digan que “se te va a subir a la chepa”.
Porque agota tener que justificar cada decisión.
Porque duele ver que quien debería ser tu equipo, se comporta como un saboteador.
No, no estás exagerando.
Muchas familias atraviesan esta sensación de ir contracorriente. De remar solas. De tener que hacerse fuertes no solo para criar a sus hijos, sino para sostener sus valores frente al mundo.
Y es ahí donde más necesitas recordar por qué lo haces.
Por qué elegiste educar así.
Por qué decidiste dejar atrás los gritos, los castigos y los premios.
Por qué crees en una forma de criar más humana, más consciente, más conectada.
Y si hoy sientes que estás criando sin cómplices, busca tribu.
Búscala en un grupo de crianza, en una cuenta que te inspire, en una amiga que te escuche sin juzgar.
Rodéate de personas que, aunque no lo hagan igual, respeten tu manera.
Y si no las encuentras, sé tú la que planta la semilla.
Porque tu forma de educar no solo transforma a tu hijo.
También puede transformar el entorno.
Y poco a poco, lo que hoy parece raro, mañana será ejemplo.
Criar sin cómplices es más difícil, sí.
Pero también más valiente.
Y lo estás haciendo muy bien.
Haridian Suárez
Trabajadora Social y Educadora de Disciplina Positiva (@criarconemocion)
































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