Cuando se apaga una luz esencial
Tras la oscuridad colectiva que se vivió ayer, cuando toda la península quedó sumergida en un apagón que paralizó servicios y comunicaciones, me llega una noticia que representa un eclipse mucho más íntimo y profundo: ha fallecido Fany Torrens, mi maestra de preescolar, aquella que me acompañó en mis primeros pasos por el sendero de las letras.
Dicen que aprendí a leer solo, pero fue ella quien me enseñó a navegar verdaderamente en ese océano de luz que es la lectura. Porque leer no es solo descifrar símbolos; es permitir que la claridad penetre hasta lo más hondo del alma; es abrir ventanas a mundos inexplorados cuando apenas comenzamos a entender el nuestro.
Los maestros de preescolar son, en muchos sentidos, arquitectos de cimientos invisibles. Trabajan con manos pacientes y corazones generosos sobre terrenos aún sin cultivar. Plantan semillas cuya floración quizás nunca lleguen a contemplar. Sus palabras, gestos y miradas construyen estructuras emocionales e intelectuales que sostendrán vidas enteras. No enseñan materias; enseñan a ser humanos.
Recuerdo con nitidez aquel encuentro casual, muchos años después, cuando ya jubilada, nos cruzamos en una calle cualquiera. El tiempo había transcurrido, pero su mirada seguía siendo la misma: atenta, curiosa, profundamente interesada en el otro. Hablamos de todo y de nada, y antes de despedirnos, con una sinceridad que aún me estremece, me preguntó: "¿Eres feliz?". No si había logrado éxitos, no si había alcanzado metas profesionales, sino si había encontrado esa luz interior que se llama felicidad.
Esa pregunta revelaba su verdadera vocación: nunca dejó de ser maestra. Porque los grandes educadores saben formular las preguntas esenciales, aquellas que nos obligan a mirar hacia dentro, a evaluar lo verdaderamente importante. En un mundo obsesionado con respuestas rápidas y logros cuantificables, ella seguía cultivando el arte de interrogar el alma.
Hoy, cuando la península ha recuperado totalmente su electricidad, mientras los sistemas vuelven a funcionar y las comunicaciones se restablecen, una luz fundamental se ha apagado para siempre. Y este es el verdadero apagón que me aflige: la ausencia definitiva de quien me enseñó, con sabiduría callada, que la educación más valiosa es aquella que ilumina el interior.
Su legado, sin embargo, permanece encendido en cada libro que abro, en cada palabra que escribo, en cada pregunta esencial que me atrevo a formular. Porque las grandes maestras son como las estrellas: incluso cuando se apagan, su luz sigue viajando, sigue llegando a nosotros, sigue orientando nuestro camino en la oscuridad.
Que descanse en paz mi maestra, mi guía, mi primera compañera en el viaje maravilloso de la lectura. Su luz, lejos de extinguirse, se ha multiplicado en todos los niños y niñas cuyas almas ayudó a iluminar.
Javier Estévez
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