¡Qué güevones!

Quico Espino

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En Londres (desde el 23 de marzo hasta el 27 de abril) se ha visto una exposición callejera llamada  The Great Big Easter Egg Hunt, que viene a significar la Gran Caza de los  Huevos de Pascua, verdaderas obras de arte diseñadas por autores célebres como Anya Hindmarch, Fortnum & Mason, Jimmy Choo, Duncan Campbell y Mr. Doodle, entre otros, patrocinados por la Royal Charity Elephant Family.

 

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Cientos de diseños diferentes aterrizan por toda la ciudad, con colores primaverales. Cada huevo mide un metro ochenta y son escondidos a lo largo de toda la ciudad, incluida la zona ribereña del Támesis, y la persona que encuentre uno recibe diez huevos de chocolate. De paso, mientras se buscan los huevos,

 

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… se pueden visitar monumentos y lugares de interés arquitectónico de la zona, como, por ejemplo, The Ivory House, The Marble Quay o The Coronarium.

 

La Caza del Gran Huevo de Pascua  se popularizó en la Inglaterra tradicional a finales del siglo XIX y principios del XX. Sus diseños pueden verse en Chelsea, Covent Garden, Marble Arch, El Barbican y el palacio de Buckinghan, entre otros lugares, siempre llamativos y sugerentes,

 

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… algunos con mariposas blancas posadas sobre un azul marino intenso,

 

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…otros con la carátula de un disco de David Bowie (“El hombre que vendió el mundo”),

 

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…todos artísticos, inspiradores y vivificantes.

 

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Una vez finalizada la ruta, los diseños se subastan para recaudar fondos que se ingresan en la organización benéfica Royal Charity Elephant Family, que es la que organiza el evento. 

 

También nosotros buscábamos huevos cuando éramos pequeños. Mi hermano Agustín y yo, que en la foto de abajo, con las orejas desabrochadas, ya contábamos doce y diez años respectivamente,

 

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… con dos menos, robamos una vez, en Semana Santa, huevos a las vecinas, cuyas gallinas andaban sueltas por los andurriales, para enterrarlos bajo tierra con el fin de que se pudrieran y utilizarlos luego como armas de guerra contra las distintas bandas de los barrios. La guerrea, la llamábamos nosotros. Mi hermano era el jefe de nuestra banda y cogíamos cochinilla para pintar de rojo bermejo los sacos que nos poníamos para guerrear. Los Mantos Rojos nos denominábamos. 

 

Yo prefería que me pegaran una pedrada en toda la frente a que me estamparan un “güevo güero” en la cabeza, pues la peste era inmunda. Nauseabunda, asquerosa a más no poder.

 

La vergüenza que pasó mi madre cuando vinieron las vecinas a quejarse se tradujo en los alpargatazos que nos pegó en el culo. La alpargata sonaba en el aire, ¡zum!, antes de llegar a las nalgas.

 

-¡Primera y última vez que ustedes roban huevos! ¡En mi vida he pasado tanta afrenta! ¡Lo único que me faltaba es que mis hijos fueran unos ladrones! ¡Vaya con estos meleguines!

 

Mi padre, sin embargo, “repatingado”, soltando unas carcajadas que provocaron que su mujer lo mirara con coraje, nos echó un vistazo y nos dijo: “¡Qué güevones!”

 

Mi hermano y yo, con la marca de la alpargata perfilada en las nalgas, lo miramos y, como si hubiera entre nosotros una cierta complicidad, esbozamos una pícara sonrisa, la misma que había en su cara, ajenos por completo al hecho de que en otras latitudes estaban buscando otro tipo de huevos en esas fechas primaverales. De haberlo sabido, y conscientes de que recibiríamos diez de rico chocolate, seguro que habríamos preferido buscar esos huevos de Pascua. Al menos nos habríamos librado de los ardorosos alpargatazos de mi madre, lo cual incidió en que no nos pudiéramos sentar durante tres días.

 

Texto: Quico Espino.

Fotografías: François Hamel y álbum familiar Quico Espino

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