Ser malo está de moda

Josefa Molina

[Img #10531]Ser malo está de moda. Y no lo digo yo, lo certifican las redes, los medios de comunicación, la gente en la calle. Y no solo está de moda, sino que, además, se recompensa con éxito, fama y dinero. Y lo que es más terrible, con reconocimiento social y mediático.

 

Hace unos días veíamos con estupor en las noticias cómo un grupo de cuatro adolescentes de 16 años extorsionaban y agredían a un compañero con parálisis, que intentaba huir del ataque físico sentado sobre su silla de ruedas. Y no solo contentos con esto, lo suben a las redes, buscando el reconocimiento público de esta conducta rastrera y carente de los niveles mínimos de compasión y empatía. Aterroriza el ataque a una persona tan vulnerable porque cuando se ejerce violencia e injusticia con tanta crudeza siempre se hace sobre la persona débil, esa que por su condición social, económica, física o personal, se sabe que no va a poder devolver como el golpe que el violento merecería.

 

Porque el matón del colegio lo es sobre los más débiles. Y por supuesto, no ejerce este papel de matón si no es con el beneplácito y el aplauso de su grupito de seguidores, tan viles como él, porque ser testigo de la violencia y no intervenir o denunciar, te convierte en un persona igual de vil que la persona que la ejerce. Ejercer violencia en grupo, en manada, une al grupo. Les hace fuertes. Se creen invulnerables y actúan en consecuencia.

 

Este deleznable comportamiento por parte de un grupo de chicos españoles de clase media, que podría ser cualquier grupo del instituto de al lado, me hizo reflexionar sobre por qué se actúa así contra una persona que, por su propia condición física, se encuentra mermada ostensiblemente en su capacidad de respuesta. Y además, con un desprecio tal hacia el otro que duele.

 

No puedo llegar ni a imaginar estar en la piel de los progenitores de este menor, lo que me llevó a cavilar sobre la difícil tesitura de familias como la protagonista de la serie británica ‘Adolescencia’, una serie de ficción de tan solo cuatro capítulos que ha sabido poner el dedo en la herida y apretar con fuerza. Aunque no está directamente basada en un hecho real, ‘Adolescencia’ retrata un fenómeno muy actual y preocupante entre la sociedad británica: el incremento de asesinatos entre adolescentes utilizando como arma cuchillos y navajas.

 

Recordé cuando hace ya bastantes años, mi hermana Andrea, residente en Londres, me relató sumida en el miedo cómo un compañero de su hija había sido asesinado en el barrio víctima de una reyerta entre jóvenes. Creo que el chico en cuestión no pasaba de los 17. El arma, un cuchillo de los que utilizamos para pelar papas.

 

Y es que el fenómeno que aborda la serie británica refleja una alarmante realidad. Según datos del ministerio de Justicia británico, entre 2012 y 2022, el número de infracciones cometidas por menores equipados de un arma blanca ascendió en un 19% en Inglaterra y Gales, frente a una subida de un 8% en los adultos en esa década. ¿Las razones? Los analistas del tema aluden al aumento de los niveles de pobreza y la escasa atención a la salud mental de la juventud británica. Yo añadiría las elevadas tasas de desempleo, el agresivo poder del mercado de consumo, el imperio del pensamiento unilateral ausente de crítica y las bajas expectativas de la población juvenil de contar con lo necesario (empleo, vivienda, estabilidad emocional, expectativas sociales…) para desarrollar una vida con unas mínimas garantías de bienestar económico y social. No solo en Gran Bretaña, sino en toda Europa.

 

Y por supuesto, el sentido tan pueril y cultivado por nuestra sociedad actual como es la constante exposición a través de las redes sociales.¿Cuántos adolescentes resentidos aspiran a su minuto de gloria anunciando en instagram y tik tok el asalto inminente a sus centros de enseñanza con el dramático resultado de numerosos compañeros de estudio y docentes asesinados bajo los disparos de un subfusil de asalto?

 

Tampoco hay que extrañarse de que este tipo de mensajes esté calando entre la población más joven. No hay más que ver cómo está gobernado el mundo actual por personajes que no solo ejercen de matones sino que han desarrollado y puesto en marcha toda una estrategia de gángster para lograr sus propósitos. Y lo exponen al mundo como lo grandes machotes que son. Sin escrúpulos ni miramientos.

 

Ahí tenemos al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que mueve los hilos de la economía mundial a base de dictámenes de ordeno y mando. Su forma de actuar a base de amenazas, violencia y mentiras, obtiene resultados que hace unos meses ninguno de nosotros creíamos posible. En la franja de Gaza, el gobierno israelí sigue con más virulencia que nunca su política de limpieza étnica, liderando un genocio sin reservas éticas ni humanitarias, ahora con el apoyo inestimable de su compinche Trump.

 

Y la Europa tan ilustrada y civilizada, que no solo no hace nada abandonando al pueblo de Palestina para que Trump y Netanyahu hagan realidad su idílico y egocéntrico resort para ricos fantoches como ellos, sino que se embarca en una política de rearme y avisa a la ciudadanía para que vayan preparando un kit de supervivencia con el que hacer frente a una posible tercera guerra mundial. ¿En serio? ¿Sobreviviremos a este desvarío?

 

¿Quién dijo que Estados Unidos es una democracia? Un país donde no existe la pluralidad de partidos (el partido comunista, hoy casi desaparecido, fue prohibido y sufrió una caza de brujas en los cincuenta del siglo pasado y los partidos no oficialistas carecen de peso), donde los derechos humanos brillan por su ausencia, donde el racismo está casi tan vigente como la época del Ku Klux Klan, donde se aplica la pena de muerte de las formas más terribles,…perdonen pero, en mi opinión, dista mucho de ser una democracia.

 

Si a todo eso le sumamos la operación de depuración de adversarios iniciada por Trump, la persecución del funcionariado disidente a su política, la absoluta falta de respeto al poder judicial (¿qué hay de aquello de la división de poderes?…), las amenazas a la fiscalía si no obedecen sus consignas, el ataque continuado a sus rivales políticos, la limpieza racista que está ejerciendo contra la ciudadanía migrante del país con deportaciones de migrantes sin ton ni son, el miedo generado entre la ciudadanía migrante a pesar de llevar en el país décadas viviendo y contar con permiso de residencia… ¿Democracia? ¡Ja! No me creo nada.

 

Vamos a irnos preparando porque este millonario misógino, arrogante, psicópata, prepotente y sobre todo, peligroso, muy peligroso, junto a los amigotes de su misma calaña -Putin y Netanyahu subidos a un tesla de su best friend (poner aquí un corazoncito) Elion Musck-, va a arrastrar al planeta a un conflicto bélico porque sí, porque yo lo valgo. Pero sobre todo, porque son los malos y están de moda. Por cierto, mensaje a los votantes de Estados Unidos: prepárense porque tienen dictador para rato. Y si no, vamos a esperar a las próximas elecciones norteamericanas. ¿Las habrá?… Ahí dejo la incógnita.

 

Tampoco es que España vaya mucho mejor. Aquí tenemos a grupos políticos que todos sabemos quiénes son (me niego a escribir sus siglas), que le bailan el agua a Trump y a sus secuaces y que no dudan en afirmar, por ejemplo, que la sentencia de cuatro años de inhabilitación de la ultraderechista francesa Marie Le Pen por malversación de fondos es una persecución política. ¿Será porque ellos también la han practicado? Buceen en las hemerotecas y encontrarán los rastos del delito. Menos mal que todavía en Francia, cuna de aquello de liberté, egalité, fraternité, se respeta y cumple la división de poderes, base de toda democracia. Algo que no se hace en America first donde gobierna un presidente condenado por la justicia por más de una treintena de cargos en su contra. ¿Qué entidad moral puede tener ese señor para gobernar un país? ¿Qué mensaje estamos dando? Y regreso a la población más joven. Pues el mensaje de que si eres un malo muy malote, te irá bien en la vida. ¡Vivan los malotes!

 

El ser una persona que cumple con las leyes, que paga sus impuestos, que respeta los derechos humanos, que cree en el ser humano como un fín en sí mismo y no como un medio para sus intereses, que aspira a un mundo más justo, igualitario y en paz, pues, ¿qué quieren que les diga?, no está de moda. No genera réditos ni ganancias. Es el paradigma del neoliberalismo. Mi libertad (entendida como mi enriquecimiento político y económico) a costa de tu libertad (que eres menos que una mierda y no te lo mereces). Y si te tengo que machacar, pues te machaco. Y punto.

 

Mauro Entrialgo analiza muy bien todos estos asuntos en un breve pero consistente ensayo titulado Malismo, un trabajo en el que expone, utilizando ejemplos made in Spain, cómo el malismo se ha hecho un hueco para quedarse. “El modo en el que opera el mecanismo del malismo contemporáneo se centra en el exhibición de una personalidad negativa que provoca la recompensa de la credibilidad entre la concurrencia”, afirma Entrialgo en este ensayo.

 

“Las acciones malvadas producen un beneficio en la consideración popular de aquel que las realiza. Si disparas a alguien en la Quinta Avenida, ganas votos”, señala en su análisis.

 

Conclusión: pinta mal el mundo.

 

Josefa Molina

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