Juegos y oficios

Fabián Cubas Ávila

[Img #22821]A veces pienso que si de niño me hubieran convalidado las horas de juegos como horas de trabajo ya estaría jubilado. Porque para mí jugar no era un entretenimiento, sino algo muy serio. Tuve una Nintendo y una Wii, con las que pasé buenos ratos. Pero eran como unas amantes espontáneas ya que mi fidelidad estaba en otros divertimentos de más importancia.
 
Hoy miro pasmado la abducción que produce en mis hermanos pequeños la consola y la televisión. Me pregunto cómo hubiera sido yo si hubiera nacido en los tiempos de ahora. Por suerte me consuelo pensando que la mía no fue hace tanto tiempo y que también había dibujos animados y videojuegos, solo que no me llamaban tanto la atención.
 
No sabría por dónde enumerar la experiencia laboral que adquirí en la infancia. En el colegio, por ejemplo, debuté pronto como actor y presentador. Ansiaba que alguna maestra organizase una obra de teatro o que llegase el día de la paz para un baile, una canción o lo que fuese. Además recuerdo que los recreos de aquellos que no jugábamos a fútbol se basaban en conversar en las gradas y eran algo monótonos. Solo daban una pelota y esa para el deporte estrella. Un día, me estrené como huelguista y armé una sentada en medio del campo, interrumpiendo el partido hasta que nos dejasen una pelota para el balón prisionero. Pero ni maestros ni alumnos hicieron caso. Al final acabé yo solo y sentado en medio del campo llevándome balonazos por doquier. Ahí comenzó mi animadversión hacia ese deporte.
 
Lo bueno es que conseguí que nos prestaran el gimnasio para organizar bailes en los recreos. Yo hacía coreografías más que bailar, porque eran bailes de gimnasia rítmica y nunca fui flexible. Sin embargo, en mí quedó el baile. Los sábados se echaba un programa que veía mi abuela, llamado Noche de fiesta, y cada vez que salía algo de música bailaba con los tacones más altos que ella tenía, con unas mantas enrolladas, mientras le cantaba, cual Concha Velazco, Yaya, quiero ser artista.
 
En horario de tarde me tocaba ser profesor. Cuando llegaba del colegio a mis peluches les tocaba la lección del día. Lo que aprendía por la mañana lo explicaba por la tarde, como si llevara años en la docencia. Incluso les cantaba las canciones de Teresa Rabal y Miliki para que ningún peluche se aburriera y todos aprobaran mis diversas y divertidas asignaturas.
 
Con mis muñecas trabajé como peluquero y diseñador. Aunque no sé qué usaba con más inconsciencia, si la aguja o la laca. A pesar de eso, ellas no fueron las peor paradas. A mis legos les inventaba situaciones de cualquier índole. Desde pequeño, una chapa con la cara de un hombre era el dios de mis juguetes, que se aparecía y regía sus destinos. Con el tiempo supe que ese oráculo era Juan Díaz, un alcalde del partido en el que mi abuela milita.
 
Dicha anécdota es inocente, pero con la edad, verdaderas historias comenzaban a colarse en mis juegos. Los legos daban golpes de estado a los Playmobil, los cuales se revolucionaban para derrocar una monarquía. Había hechizos y dragones, pero se usaban como armas de una guerra civil. Fui tomando consciencia del mundo a través de ellos. Y no me tuve que alejar de mis juguetes hasta bien entrados los quince. A día de hoy no se sabe todavía quién ha dejado a quién.
 
También fui brujo, cuentacuentos, pirata e incluso una vez formé un circo con mi hermano. Pero tuvimos que cerrar, porque yo era presentador, cómico, ventrílocuo… y él hombre forzudo, mago… La explotación laboral era evidente. Aún con esas vicisitudes mantuve incontables matrimonios e hijos en los juegos de las casitas, a los que prefería jugar solo. Porque si jugaba con alguien había que echarle menos imaginación y se empobrecían las tramas.
 
En la recova de mi mente aquel público sigue aplaudiendo mis actuaciones, aquellos alumnos me agradecen las enseñanzas, hay bailarinas esperándome, pueblos que liberar y mundos que descubrir. Sigo pintando, dibujando, estudiando, escribiendo poemas e historias para que otros niños y niñas jueguen, y sobre todo sigo imaginando. Esa es la profesión que mejor se me da. Lo tengo claro. Ya mismo le voy a decir a mi abuela: ¡Yaya, quiero ser “imaginador”!
 
Fabián Cubas Ávila
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.60

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.