El taliscón

Quico Espino

Foto: Quico EspinoFoto: Quico Espino

¡Ños! ¡Fuerte taliscón! ¿Cómo llegó hasta aqui?, me preguntó un amigo, bastante cándido él, que viene de vez en cuando a caminar conmigo por la avenida  de Sardina y luego a nadar en la playa.  
 
-Es un meteorito que cayó del cielo –apunté en plan de broma.
 
-¿En serio?
 
-¡Mi niño! ¿Cómo va a ser un meteorito?  Lo trajo una ola con la marejada –aclaré, pensando en el nombre que le había dado al pedruzco, pues era un concepto que nunca había escuchado. 
 
-¡Mi madre! Me resulta raro viendo lo tranquilas que están las aguas ahora.
 
Yo le dije entonces que el mar por esta zona suele estar en calma, pero que a veces se pone bravo, sobre todo cuando sopla el viento del suroeste, que aquí se dice de abajo, el cual no me gusta nada porque mi casa está enfrente. Le conté que tres días antes, a la hora del ocaso, había ido con mi coche a Botija, para ver la puesta de sol por la zona del Farallón, que mira siempre al Teide. El mar estaba como un plato, tranquilo y plateado,
 
[Img #27356]
 
… pero, de buenas a primeras, empezó a soplar un viento que me empujó con ímpetu, como diciéndome “vete de aquí”, que fue lo que hice, y varios minutos después, cuando llegué al muelle de la Fragata, miré hacia el Farallón y vi cómo habían cambiado las tornas, pues el mar, por arte de birlibirloque, pasó de manso a furioso, y las nubes se abalanzaron sobre el cielo, amenazantes, y lo ensombrecieron todo. Las aguas se tiñeron de oscuro y se encresparon, formando olas que rompían contra los riscos y antes de llegar a la orilla. Lenguas de espuma blanca rompían la negrura de las aguas.
 
[Img #27358]
 
Huyendo del temporal que se levantó, me refugié en mi casa y aquella noche, en la que pasé bastante miedo porque me puse a considerar el cambio de las cosas en un instante, pues lo que ahora es un paraíso puede convertirse de repente en un infierno, me dormí con el bramido del viento de abajo, huracanado, al cual le veía la cara con los mofletes soplando sin parar, y los estampidos de las olas, que me despertaron al abrirse el nuevo día. El ventoral había amainado pero el mar continuaba desatado, rabioso, más espumoso que azul en la playa. Los nubarrones grises que habían cubierto el cielo se retiraron, dejando ver retazos celestes.
 
Más relajado, tras desayunar, decidí bajar a la playa para sacar unas cuantas fotos: la primera fue un mar de espuma que engulló La Laja casi por completo;
 
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… otra la saqué desde la carretera, donde salpicaba el agua de las olas que rompían contra el muro, con el mar endemoniado;
 
[Img #27360]
 
… y la tercera foto se la hice al primer muelle, en el que suelen ponerse los pescadores, que desaparecía entre el oleaje y la espuma.
 
[Img #27361]
 

De ahí no pasé. Temiendo que una ola saltara por encima del muro y me arrastrara, y viendo que el cielo se encapotaba de nuevo, arranqué rapidito para mi casa, donde estuve todo el día, recogido y abrigado, enfrascado en la lectura, al tiempo que escuchaba música variada, o viendo películas en la tele, pero siempre con el fondo sonoro de las olas. 

 

Arreció el viento otra vez durante la noche, totalmente cerrada, y volví a dormirme con el mismo concierto de aire y agua, un estruendo de sonidos que no me hicieron perder la calma porque el sueño lo impidió.  

 

Asomaba el sol al día siguiente por las rendijas de la ventana de mi cuarto. Llenó la luz el salón de mi casa cuando abrí las contraventanas que oscurecían la estancia. Se había quitado el viento por completo. Seguía rizado el mar pero las olas ya no pegaban los estacazos que ponían el alma en vilo.

 

Sin dilación, me tomé un buen desayuno y bajé a la playa. Según llegué, un antiguo pescador me dijo que la mar había traído un caramelo para los sardineros.

 

-¿Qué? –pregunté, devolviendo la sonrisa que me dirigió. La respuesta fue una mirada hacia el muelle de los pescadores, donde divisé el peñón que había traído el mar, un tenique descomunal, el mismo al que mi amigo había llamado taliscón.

 

[Img #27362]

 

Más tarde, por curiosidad, busqué la palabra en Internet y me encontré con una agencia de grifería de cocinas y baños, y entonces pensé que probablemente fuera un localismo utilizado por los familiares de mi amigo. De todos modos, para ampliar mi vocabulario, apunté aquel concepto, pues me gustó, como también me agradó la idea de que el mar, como un regalo, nos hubiese traído un caramelo a la gente de Sardina.

 

Texto: Quico Espinio

Fotos: Ignacio A. Roque Lugo y Quico Espino

 

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