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Te está tomando el pelo, ignóralo y ya se le pasará.”
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“Solo llora para llamar la atención, no le hagas caso.”
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“Te tiene medido, sabe cómo hacer para que le des lo que quiere.”
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“Te está poniendo a prueba”.
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“Es que sabe que contigo consigue lo que quiere.”
Seguro has escuchado alguna de estas frases o incluso las has dicho en algún momento. Pero, ¿cuándo empezamos a ver a nuestros hijos como pequeños manipuladores?
Cuando tu bebé de dos meses llora, en ningún momento piensas que llora para manipularte, sabes que es su única forma de comunicarse y decirte que necesita algo. Puede tener hambre, frío, sueño o simplemente necesitar contacto. Pero cuando ese mismo bebé cumple dos años y sigue expresando su malestar con llanto o rabietas, de repente creemos que lo hace con intención de controlarnos.
Nos han hecho creer que los niños pequeños son expertos en manipulación, que planean con malicia sus estrategias para doblegarnos a su voluntad. Pero un bebé no desarrolla de un día para otro la capacidad de manipular, mentir o planear estrategias para conseguir lo que quiere. Simplemente sigue expresándose de la forma en la que su cerebro aún inmaduro le permite. Su llanto, sus gritos o sus berrinches no son manipulación, son comunicación.
Desde que nacen, los niños dependen completamente de los adultos para sobrevivir. Llamar nuestra atención no es un capricho, es una necesidad.
Un bebé que llora y su madre lo atiende, aprende que el mundo es un lugar seguro. Un niño pequeño que se frustra y recibe contención, aprende a regular sus emociones.
El problema no está en que los niños busquen nuestra atención, sino en cómo interpretamos esa búsqueda. Si creemos que lo hacen para manipularnos, responderemos con indiferencia o castigos. Pero si entendemos que es su forma de pedir ayuda, podremos acompañarlos y enseñarles cómo gestionar sus emociones de manera saludable.
¿Los niños manipulan o solo expresan lo que sienten?
La manipulación implica intención de engaño, cálculo y una estrategia premeditada. ¿De verdad crees que un niño de dos, tres o cuatro años tiene la capacidad cognitiva para desarrollar un plan maestro para controlarnos?
No, no la tienen.
Lo que realmente sucede es que los niños buscan satisfacer sus necesidades emocionales y fisiológicas como cualquier ser humano, solo que aún no tienen las herramientas para expresarlo de una manera socialmente aceptada.
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Un bebé llora cuando quiere brazos porque su instinto le dice que ahí está seguro.
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Un niño de dos años grita cuando no consigue lo que quiere porque su cerebro aún no regula la frustración.
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Un niño mayor puede exagerar su llanto porque ha aprendido que así recibe más atención. Pero eso no es manipulación, es una estrategia de supervivencia.
Cuando etiquetamos a los niños como manipuladores, los estamos invalidando. En lugar de ver la necesidad que hay detrás, nos enfocamos en corregir el comportamiento, como si llorar o buscar contacto estuviera mal.
Si no es manipulación, ¿qué es?
Es una búsqueda de conexión. Es una necesidad de seguridad. Es la forma en la que un niño dice: “Te necesito”.
Si en lugar de reaccionar con desconfianza, nos detuviéramos a observar, veríamos que su llanto, su insistencia o su aparente terquedad son solo intentos desesperados de ser vistos, escuchados y comprendidos.
¿Cómo podemos responder sin caer en la trampa del “me está manipulando”?
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Cambia la mirada: cuando un niño insiste en algo, pregúntate qué necesita en lugar de asumir que te quiere fastidiar.
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Pon palabras a sus emociones: “Veo que estás muy frustrado porque no puedes tener lo que quieres”.
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Marca límites con empatía: Puedes validar su emoción sin ceder a la demanda: “Entiendo que lo quieres, pero hoy no lo vamos a comprar”.
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Evita ridiculizar o ignorar: No le digas “Deja de hacer drama” o “No llores por tonterías”. Para él, su emoción es real y necesita ser validada.
Los niños no manipulan, buscan conexión. Y la conexión es el primer paso para que realmente aprendan a autorregularse.
Ignorar las necesidades emocionales de un niño no hace que desaparezcan. Si dejamos de responder a su llanto, aprenderá a reprimirlo, pero no porque haya dejado de sentir malestar, sino porque ha entendido que nadie le va a ayudar.
Muchos adultos crecieron bajo esta idea y, como resultado, les cuesta expresar lo que sienten o pedir ayuda cuando la necesitan.
La crianza basada en la desconexión emocional genera adultos inseguros, con dificultades para establecer límites o para gestionar sus emociones.
Si dejamos de ver a los niños como pequeños estrategas que intentan ganarnos la partida y empezamos a verlos como seres en formación, todo cambia.
No se trata de vencerlos en una lucha de voluntades, sino de acompañarlos mientras desarrollan las habilidades que aún no tienen.
Cada llanto, cada rabieta, cada insistencia es una oportunidad para enseñarles, desde la conexión y la comprensión, cómo gestionar sus emociones y sus necesidades.
La clave esté en cambiar la mirada: no hay que ganarles, hay que guiarles.
Haridian Suárez
Trabajadora Social y Educadora de Disciplina Positiva (@criarconemocion)
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