Poesía compartida

Josefa Molina

[Img #10531]El pasado fin de semana conté con la estupenda oportunidad de participar en Mazapé Festival Internacional de Poesía de San Juan de la Rambla, invitada por el poeta y editor Roberto Toledo Palliser quien, junto al gestor Damián Marrero Real, dieron alma a este evento poético que, durante cuatro días, congregó en el norte de Tenerife a amantes de la cultura, la poesía, la literatura, la música y las artes escénicas.

 

Auspiciado por el ayuntamiento de San Juan de la Rambla, con Juan Siverio, primer teniente de alcalde al frente, el Festival tuvo como puntos neurálgicos en el Centro Cultural ‘La Alhóndiga’ y en la Plaza Rosario Oramas, contando con un amplio programa donde no faltaron conversatorios, recitales poéticos, performances poéticos-teatrales y conciertos de música, conjungando en unos mismos espacios la belleza de las distintas disciplinas artísticas que recorrieron San Juan para hacerse escuchar y, lo que es más importante, para hacerse disfrutar por una población entregada.

 

Y es que no es para menos, dado que el Festival contó con un nutrido grupo de poetas que durante estos días compartieron y dieron lo mejor de sí para el disfrute de todas y todos. Algunos de ellos con largas y premiadas trayectorias en el ámbito de la creación poética como Cecilia Domínguez, Premio Canarias de Literatura; y Juan Carlos Mestre, Premio Nacional de Poesía, como también otros de consolidado peso en el panorama poético canario actual como Noel Olivares, Teca Barreiro, María Jesús Alvarado, Juan R. Tramunt, Fermín Higuera, Adalber Salas, Elisa Díaz Castelo, Isabel Expósito, Ana Isabel Robles, Katya Vázquez y Alba Tavío.

 

En un mundo donde las personas son asesinadas de forma diaria bajo bombas y metrallas de cazas rusos, israelitas y estadounidenses, donde la pobreza y la falta de empleo constituyen verdaderos dramas y el acceso a una vivienda digna, una quimera casi inalcanzable, disfrutar de un encuentro de poesía compartida, no solo es un lujo, sino un reto, al menos para mí. Porque estar a la altura e intentar devolver algo de lo que la literatura me regala, es un verdadero reto personal. Como también lo es para el municipio de San Juan de la Rambla que debe apostar por la consolidación y el crecimiento de la semilla poética que ha sido plantada este fin de semana, algo que solo puede ser factible con el apoyo institucional y, sobre todo, de la ciudadanía ramblera.

 

Este tipo de encuentros demuestran que la poesía está más viva que nunca. Por eso, a todos esos personajes que arengan contra la creación poética y el sentir colectivo, contra esos que se creen en la posesión de la verdad y la pregonan sentados sobre su atalaya falsamente dorada, les recuerdo que la facultad de crear es individual pero la de compartir, es colectiva. Y ahí es precisamente donde reside la magia.

 

Nadie está en posesión del quehacer poético. Me repatea las entrañas el purismo absurdo que enarbolan algunos en pos de una ostentación poética mal concebida aunque, claro está, cada uno es muy libre de hacer lo que considere con sus propias decisiones. Suyas son. Redundante es recordar que aquí nada queda y que no hay mayor virtud que la humildad y la sencillez de las palabras bien orquestadas.

 

Hace mucho escribí un poema en el que sentenciaba que yo no era poeta. Y efectivamente no lo soy, no me considero poeta, pero eso no me impide intentar escribir poemas y compartirlos en encuentros, eventos, calles, plazas y bares. Hasta en peluquerías y en mercados. ¿Por qué no? ¿Qué impide regalar este hálito de creación artística a este mundo tan necesitado de aliento? ¿Qué hay de rutilante que tanto moleste a los demás?

 

Lo que habría que preguntarse es por qué no se consigue llegar a los públicos más jóvenes. Qué estamos haciendo mal para que la literatura y más concretamente, la poesía, no interese a la población infantil y juvenil. Desde luego el hecho de que en los currículos educativos se reduzca a su mínima expresión asignaturas como la música, la filosofía o la literatura, no ayuda. ‘No rentan’, que dirían los adolescentes. Aunque claro está que este ‘no rentar’ responde al interés del sistema capitalista neoliberal que solo busca crear consumidores sin criterio ni opinión, unos que no lean ni se interesen por la cultura.

 

Sí, claro que leer no te hace más inteligente ni siquiera más 'éticamente bueno'. Tampoco te hace más respetuoso con los derechos humanos ni más partidario de una sociedad justa e igualitaria. Ya sabemos que algunos de los grandes dictadores de la historia de la humanidad han sido grandes lectores. Pero pienso que leer te permite conocer otras formas de pensar, de estar en el mundo, de concebir y reflexionar sobre lo que te rodea. Ahuyentar los algoritmos y el pensamiento unidireccional. Que no es poco.

 

Afortunadamente, estamos en un universo poético lleno de mixturas que evoluciona, donde nadie es mejor que nadie, a pesar de quienes se creen dignos herederos del parnaso. Pues bien, les tengo una noticia que nunca fue secreta: al final es el público lector el que decide quién ‘aguanta’ y quien no el paso del tiempo; qué obra resulta atractiva y digna de ser leída años, décadas, siglos después de ser escrita y cuál obra, no.

 

Por supuesto que hay que aspirar a la excelencia. Para ello hay que formarse y leer, leer y leer mucho. Conocer a los referentes, a los de ayer y a los de hoy, para intentar simplemente, en última instancia, escribir lo mejor posible. Expresar lo que una y uno tiene dentro de la forma más literaria y rica posible. Sin mayores pretensiones que aspirar a que alguien, en algún momento de su vida, tenga a bien a leerte y quizás lograr que se emocione o se irrite o se asuste o se enamore...

 

Sobre el deseo de trascendencia de los artistas se han escrito cientos de ensayos y se han emitido miles de opiniones y reflexiones. El ser humano aspira a significar y a significarse y ser recordado tras su efímero paso por este mundo. Es un deseo muy humano pero me temo que muy pocos consiguen ser referentes para las generaciones del futuro.

 

Así que vamos a ser lo más honestos posible con nosotras y nosotros mismos, a dejarnos de sandeces e intentar ser lo más legal y ecuánime con los demás, sin zancadillas absurdas que hablan muy mal de quien las ejecuta, bastante más que de quien las recibe. En definitiva, que un poquito de autocrítica no vendría nada mal a más de uno. Dicho queda.

 

Josefa Molina

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