Destino de la luz

Antonio Arroyo Silva

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Pedro Mateos Sosa, mi suegro, se pasaba tardes enteras mirando al cielo desde la terraza de su casa. Días después se acercaba al farallón de Sardina y volvía con un saco lleno de erizos, los preparaba y al día siguiente volvía con el mismo saco lleno de viejas para alimentar a toda la familia.

 

Leonilo Molina también se ha pasado toda la vida leyendo ese cielo de mi suegro y el de la poesía que también alimenta y nutre. Su empeño por la lectura de poesía de los demás, vivos, muertos o indispuestos, lo ha llevado a reflexionar sobre el momento justo de alimentarnos a nosotros con la suya. Dicen los doctos que todo está dicho bajo el mismo sol; pero esos doctos no sabían de los alisios, del siroco, ni de las circunstancias de nuestro poeta. Todo, pues, no está dicho, siempre falta la visión singular del poeta que lo es, como es el caso de Leo. Él es capaz de ver lo que tiene ante sus ojos (tarea complicada) y de llegar, con palabras de Arturo Maccanti, al eco del eco, del eco de su voz; es decir, más allá, siempre un poco más allá.

 

El poeta Manuel Díaz García califica el poemario Motivo de luz, de Leonilo Molina, de místico y no anda descaminado, pues en el libro transcurren las batallas del poeta para llegar a la luz material y, aún más, a la luz espiritual de la que hablaba, por ejemplo, Juan de Yepes.

 

Amparado por citas de Yolanda Pantin, Vicente Alexandre, Francisco Brines, Evelyn de Lezcano y Antonio Gamoneda donde se habla de la luz, Leonilo Molina desenfunda sus herramientas para emprender su aventura de subirse a la luz, sabiendo que esta acción conlleva caída inminente. Como Sísifo. Así el primer poema titulado «Placenteras soledades», donde busca esa soledad necesaria en «el escaso espacio/de las viejas ventanas/ que apenas permiten a la efímera luz/ expedito paso”. En esa noche oscura del alma, en la soledad del ser, encontramos la luz.

 

Según me cuenta el poeta en este libro hay poemas escritos entre los años 2007 y 2023. De estos hizo una selección, pero los poemas de este libro fueron ordenados por orden cronológico sin buscar, al menos conscientemente, una estructura o una armazón. Quizás por ese ordenamiento temporal la progresión del tema de la luz se hace más natural o, al menos, el poeta va avanzando lo que dice Gamoneda en la nota introductoria: «Viva en su luz/ el pensamiento…». Efectivamente, la luz puede ser pensamiento y el pensamiento puede ser luz. Y para que esto ocurra debe ser libre, empezando por una mirada sin ataduras respecto al mundo convencional que lo rodea.

 

Así, más adelante Leonilo introduce el tópico bíblico fíat lux, hágase la luz, que viene a ser una invocación de un supuesto dios creador antes de su creación. Nuestro poeta le da a ese tema un giro de tuerca más humano; es decir, usa ese oxímoron, ese claroscuro entre la sombra (o la duda) y la luz (la certeza, el sentido): ¡«Hágase la luz! / –pensó—/ y un súbito fogonazo/ todo dejó iluminado, / con ella llegaron las sombras, / los contrastes en la superficie/ de todas las estructuras…»

 

Esto de poner –como dicen los mexicanos— la piedrita en el zapato es propio del Leo Molina, y no es extraño que aparezca representado en su poesía. Es propio de su respiración y en el lenguaje poético de Leo la respiración marca el ritmo y el tono del poema.

 

Decía Gaston Bachelard, en Poética del Espacio: «Solo por la luz la casa es humana. Ve como un hombre. Es un ojo abierto en la noche». La luz es fuego, es la llama de la vela que ilumina el hogar, es justamente lo que sitúa el espacio por iluminación. Pero también está el deslumbramiento de las cosas mundanas, de la superficialidad que, como dice el poeta son pasto fácil de los imprevisibles rigores de la crepitante llama de la misma vela que iluminaba sus [nuestras] noches de vigilia. Es decir, esa luz que nos ilumina física y metafóricamente puede mostrarnos también nuestros infiernos interiores.

 

A veces la luz es solo un presagio: «Ni reflejada luz/ ni signo de presencia, / solo el presagio/ de saber que eres/ alimenta la presunción/ de que aún estés, dice el poeta en el poema «Invisibilidad».

 

Así en este empeño de rescatar esa luz del reino de las sombras hay muchos momentos de gran profundidad lírica, como por ejemplo. «Danza la luz/ entre los adoquines/ donde del rojo impone su reflejo, // desgarrado grito de dolor/ vibra aún sobre la calle».

 

Y de esta manera desfilan todos los matices de la luz, desde el claroscuro que produce el contraste de la sombra, la invisibilidad y la ceguera por el deslumbramiento. Pero también hay momentos de sosiego, por supuesto.

 

En Motivo de luz late el ser humano y su respiración. Es poesía profundamente humana más que divina. El ser humano en busca de la iluminación. Pero con sus contradicciones y su alegría y su dolor. Quiero decir que, a pesar del tema de la luz, no hay intención por parte del autor de escribir poesía pura, sino una poesía teñida de humanidad. Leonilo Molina es un ángel fieramente humano que no cae en dogmas ni consignas, como sí ocurrió con ciertos poetas de los 50 y 60.

 

Y para celebrar este libro, Motivo de luz, lo aplaudo con un verso inmenso de nuestro gran poeta Luis Feria: «Destino de la luz, nunca te acabes».

 

Antonio Arroyo Silva.

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