Mi pueblo

Fabián Cubas Ávila

[Img #22821]Tan importante es el sentido de pertenencia que la persona con tierra tiene los brazos de una madre en su comienzo, un techo durante su vida y hasta una tumba para su fin. De hecho, Fernando Martínez, catedrático de historia, escribió de los exiliados que “sufren la soledad de estar sin familia o amigos, la soledad de una lengua extraña, la soledad de no conocer el paisaje del entorno y la más aterradora de las soledades, la soledad de morir sin tierra.” 
 
La Villa de Ingenio es el pueblo que me ha acogido desde mi nacimiento, aunque anecdóticamente la cuna física y de madera donde me arropó mi madre era de su familia de Agüimes. Lo que Guayadeque ha unido que no lo separe el hombre. Recuerdo que de niño me perdía con mis tías caminando sus calles, transportándome en el tiempo con la máquina de sus recuerdos. Ellas contaban y yo recreaba las imágenes en mi mente, tan palpables como ilusorias. Parecía que podía verlas a ellas, joviales, con sus pelos rizados alisados y controlados por un recogido hecho a base de tirones, que su madre con amor y fuerza peinaba en las mañanas. Era una época en la que hasta el cabello debía estar atado y bien atado. Así iban a recoger agua de las acequias, que corrían por todo el pueblo como una filigrana de aguas claras. Éstas regaban las verdes lomas, los senderos y las orillas de las carreteras no asfaltadas. 
 
Como a mis tías, se me llenan los ojos de melancolía al recordar estas estampas y eso que son recuerdos ajenos, pero tan bien los detallaban y con tanto cariño, que en mí han quedado. Qué importante es para el verdadero sentido de pertenencia escuchar a nuestros mayores, aunque ellas no están muy mayores, Dios me libre de insinuarlo. 
 
En aquellos paseos, algunos andando y otros volando con el devenir de una conversación en el salón, veíamos las plazas. Los oráculos, mis tías, las describían verdes, porque antes casi todo era verde como en el poema de Lorca, llenas de vecinas hogareñas y serviciales que se juntaban pausando sus diligencias para cotillear o continuar sus quehaceres juntas. Ahí estaba la sororidad dentro de aquellos tiempos faltos de feminismo. Lastimosamente, me temo que aquellas mujeres solidarias y amigables se hayan quedado solo en cotillas y ya más que ayudarse se critiquen, aunque este mal no es autóctono de mi pueblo, sino que se expande como una pandemia allá por donde va el egoísta ser humano. 
 
Desde luego, parte de la juventud ha heredado estas ganas de lanzar la primera piedra. Son jóvenes concienciados no practicantes, que habiéndose criado en una democracia, entre valores como el ecologismo, la diversidad y el feminismo, actúan radicalmente y son capaces de pensar de forma mucho más cerrada que sus abuelos. 
 
Por gentes como ésta, que abundan, me fue muy bien el ir a estudiar a Las Palmas. Allí sentía que pese al humo de la ciudad respiraba más libre. Tanto fue así que tras el bachillerato partí a estudiar a La Laguna. Del pueblo, solo añoré unas pocas amigas, mi familia y mi casa. Tardé en volver a mi pueblo, todavía no he vuelto del todo, como dice Sabina “si ellos tenían prejuicios contra a mí, yo también los tenía contra ellos”. 
 
Menos mal que los prejuicios están para equivocarse. En la universidad, los cochineros que he encontrado y que ya conocía, son personas estrella. Quizás son pocos pero son más que los que presagiaban nuestros profesores. Y estoy seguro de que serán la flor y nata de la intelectualidad canaria. En la parroquia, en Cáritas, he conocido personas diamante, tesoros de un valor incalculable que hay que buscar fondeando los barrancos, capaces de ayudar al ingeniense de toda la vida y de acoger al recién llegado. 
 
Deseo que en las manos de esta clase de personas quede mi pueblo y lo definan. Ingenio es valorado por su folklore, su tradición y sus tejedoras, lo cual es un orgullo y ha de mantenerse. Además es tierra de cultura, como se puede ver en el Festival Internacional, de pensadores, de maestras, de escritoras, de historia y de miles de nombres que no se conocerán, pues se enterraron en el cementerio del olvido, donde van los más humildes, los silenciados, donde solo la memoria de los que quedan pueden ir a llevarles flores. 
 
Este es mi pueblo, enfermo de los males del mundo, como todos. Pero con tres o cuatro bichos raros, como yo, que no desean más que poder pasar las tardes del sábado recorriendo el pasado para entender el presente, a golpe de aguja, infusiones y visitas. Ahí se produce la magia entre señoras que no solo tienen abierta su puerta sino también sus mentes y sus corazones. Únicamente hace falta alguien para recoger el testigo y continuar con el legado. Lo demás ya es historia, historias de mi pueblo.
 
Fabián Cubas Ávila
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