Microrrelatos. Un paseo por Las Canteras

Ya acomodada en la mesita y con unas vistas inmejorables del paseo, se dispuso a disfrutar de su gin tonic mientras observaba el deambular de las transeúntes.

Rosa Delia Santiago Bolaños Lunes, 17 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura:
Paseo de Las CanterasPaseo de Las Canteras

La semana había sido vertiginosa en la oficina, así que Ana puso rumbo a Las Canteras. Era el lugar perfecto para pasear, sentarte en una de sus innumerables terrazas o disfrutar de un refrescante baño en el mar. Aún no estaba el tiempo como para darse un chapuzón, pero el constante trasiego de lugareños y foráneos se le antojó el lugar perfecto para tomarse algo y disfrutar del entorno. El día, sin embargo, amaneció desapacible. La eterna panza de burro, algo de viento y un constante chispi-chispi no invitaban a nada de lo anterior. Así que optó por una de las terrazas acristaladas con vistas al paseo. Antes de entrar a la terraza se había sorprendido por el impresionante trasiego de gente. Gente de todas partes del mundo. Se maravilló al escuchar idiomas que ni eres capaz de reconocer. No en vano, Las Palmas es una ciudad muy cosmopolita.

 

Ya acomodada en la mesita y con unas vistas inmejorables del paseo, se dispuso a disfrutar de su gin tonic mientras observaba el deambular de las transeúntes. Pronto reparó en dos amigas que charlaban animadamente en uno de las bancos del paseo. Estaban sentadas de medio lado con un pie en el suelo y el otro sobre el banco. Reían y hablaban sin parar. No podía escucharlas pero por la mirada chispeante y la sonrisa franca pareciera que hacía una eternidad que no se veían y se alegraban de haberse encontrado. Era tal la sintonía entre ellas, que ni el viento que hacía unos minutos le había importunado tanto que la había obligado a recluirse en el interior, parecía molestarlas. Ese viento que insistentemente les enredaba el pelo y que apresuradamente se retiraban de la cara. El mismo que le traía el eco de sus carcajadas. Tenían una risa contagiosa y Ana se sorprendió a si misma esbozando una leve sonrisa también. Estaba tan absorta contemplando la agradable escena que no se percató que la mesa contigua había sido ocupada por cuatro mujeres. Sus risas escandalosas y su elevado tono de voz sacaron a Ana de sus pensamientos y le borraron la sonrisa de la cara.

 

Comenzó a seguir aquella otra conversación, tan distinta de la que intuía en las dos amigas del banco en el paseo. Las cuatro mujeres eran compañeras de trabajo y no paraban de hablar cada vez más animadas y cada vez más alto. No tenía que hacer grandes esfuerzos para escuchar lo que decían. Una tal Esther tomó las riendas de la conversación y con cierta inquina empezó a despotricar de una tal María: que si llevaba mucho maquillaje pero al natural estaba mejor; que iba de moderna pero, para su gusto, iba muy recargada y que lo único que tenía de bueno era la genética, porque pese a a todo lo que engullía no engordaba. Las otras asentían con la cabeza y dejaban que ésta se despachara a gusto. Cuanto más detalles daba la tal Esther de esta otra mujer más claro tenía como sería en realidad la tal María: una mujer sin complejos y algo rebelde, que se viste y se maquilla sin preocuparle lo que piensen los demás, probablemente simpática, con don de gentes y eficiente en el trabajo, y con un encanto natural que no deja indiferente al común de los mortales. De ese tipo de personas de las que normalmente a todos nos gusta rodearnos. Está claro que nadie se toma muchas molestias en hablar de alguien que es feo, hortera y delgado, a menos claro está que tenga algo especial que tú no tienes y no lo puedas soportar. Cuando se quiso dar cuenta las chicas del paseo ya se habían ido. Se sintió por un momento enfadada con la tal Esther por haberla privado de aquella otra visión más amable. Pagó la cuenta y salió al paseo buscando con la mirada a las dos chicas, pero ya no logró verlas más. El viento la despeinaba y al acomodarse el pelo tras la oreja se sonrió y decidió dejarse despeinar por la brisa salada de las Canteras.

 

Rosa Delia Santiago Bolaños

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