Cincuenta

Javier Estévez

[Img #6052]Cierra los ojos. Ahora imagina que estás sentado junto a otros hombres y mujeres alrededor de una hoguera. Miras a lo lejos. Ves otros fuegos, pequeños puntos de luz esparcidos en el mismo valle, en la isla cercana, en la noche. Te reconforta saber que no están solos, que hay más gente dispersa en la oscuridad. Alzas la vista y observas en silencio esos puntos brillantes en el cielo. Nadie sabe de estrellas, ni de planetas, pero todos intuyen la poesía del cosmos. Algunos se preguntan quiénes serán, cómo arden tantas hogueras en el firmamento. Otros se atreven a contar historias. Todos los dioses y diosas. Todas las preguntas. Todas las religiones. Todo empezó ahí arriba.

 

Ya puedes abrir los ojos. Ahora sabes cosas que esos hombres y mujeres desconocían. Sabes que el tiempo es una flecha que atraviesa tu consciencia y que lanzó un pepinazo cósmico llamado Big Bang. Que esto es sólo lo que podemos contar porque, antes de ese momento, el tiempo mismo era un misterio, un concepto que se desvanece en las brumas de lo incomprensible. Como un sueño.

 

Sabes que la historia de tu cuerpo comenzó mucho antes de su nacimiento. Que los átomos que te componen, y que danzan en cada célula de tu ser, provienen del corazón ardiente de estrellas que nacieron y murieron hace miles de millones de años, mucho antes de que el sol comenzara a brillar.

 

Que eres tan antiguo como las montañas. Que el calcio de tus huesos, el hierro que nada en tu sangre, el potasio y el sodio de tus lágrimas, fueron forjados en remotas fraguas estelares. Que al contemplar una estrella en el cielo nocturno, estás mirando en realidad a tus ancestros más antiguos, esos hornos cósmicos donde se crearon los elementos que hoy te dan la vida.

 

Sabes que al celebrar tu cumpleaños, no sólo conmemoras tu primera actuación en el teatro del tiempo; también festejas el primer aliento del universo, el instante en el que nacieron todas las leyes que nos gobiernan, todas las fuerzas que nos mueven, todas las historias que alguna vez serían contadas.

 

Y así, mientras te dispones a soplar las velas que iluminan tu rostro, sabrás que su luz es hermana de aquella que brilló con las primeras estrellas. Los ecos lejanos del primer amanecer universal. Felices cincuenta.

 

Javier Estévez

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